Evangelización

San Agustín o el amor lo vence todo 

La vida de san Agustín es un intenso itinerario de purificación del amor, pasando de los amores mundanos hasta llegar al amor de Dios.

Enrique A. Eguiarte B. OAR·28 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos
San Agustín

Foto: Detalle del cuadro "San Agustín". Philippe de Champaigne.

El pintor Philippe de Champaigne (1602-1674) representó a san Agustín llevando en la mano un corazón en llamas, para dar a entender que el pensamiento y la doctrina de san Agustín se pueden resumir en el amor.

El mismo san Agustín, una vez convertido se arrepentirá de no haber amado antes a Dios y dirá: “Tarde te ame, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé” (conf. 10, 38).

La vida de san Agustín es un intenso itinerario de purificación del amor, pasando de los amores mundanos hasta llegar al amor de Dios. Por ello san Agustín retoma una frase del poeta pagano Virgilio, quien había dicho Omnia vincit amor. San Agustín dirá que no es el amor de este mundo, sino la caritas, el amor de Dios el que vence todo. Así lo comprendió san Agustín cuando escuchó la voz en el jardín de Milán que le invitaba a tomar y leer (Tolle lege) las cartas de san Pablo. Pero la aventura de san Agustín había empezado más lejos.

Sus primeros años

San Agustín había nacido el 13 de noviembre del 354 en Tagaste (hoy Souk Ahras en Argelia). Sus padres fueron santa Mónica y Patricio. Después de haber estudiado en su ciudad natal, aprendió gramática en Madaura, y posteriormente Retórica en Cartago. En Cartago con dieciocho años conoció a una mujer con la que viviría por quince años y con la que tuvo un hijo, a quien puso el nombre de Adeodato (conf. 4, 2). 

Después de haber enseñado Retórica en Cartago, emigró en el 383 hacia Italia en busca de nuevos horizontes (conf. 5, 14). 

Viaje a Italia

En Italia encontraría a unos alumnos más formales que los de Cartago, pero que no le pagaban sus honorarios (conf. 5, 22). Por ello al encontrase vacante el puesto de orador oficial de la corte del emperador Valentiniano II, san Agustín se presentó a las pruebas establecidas para elegir al mejor candidato, y fue elegido por sus extraordinarias dotes como orador (conf. 5, 23). 

Hacia el año de 385 san Agustín dejó Roma para dirigirse a Milán en donde se entrevistó con el obispo de la ciudad, san Ambrosio, quedando impactado por el recibimiento tan cercano y familiar que le brindó (conf. 5, 23). En Milán cumplió con su misión de  orador oficial de la corte, y le tocó pronunciar diferentes piezas oratorias en las efemérides de la corte imperial. 

El comienzo de su conversión

En Milán decidió acercarse de nuevo a la religión en la que lo había instruido su madre. De hecho san Agustín nunca fue pagano. Desde su más tierna infancia había sido llevado a la Iglesia en donde recibió el rito de iniciación cristiana y quedó convertido en catecúmeno de la Iglesia católica (conf. 1, 17). Por eso, después de haber buscado la verdad por muchos caminos el maniqueo, los filósofos platónicos, los escépticos—, finalmente regresaba al punto donde había comenzado su búsqueda, a la Iglesia católica.

Los sermones de san Ambrosio le demostraron que la verdad que él buscaba estaba en la Iglesia católica (conf. 5, 24) 

Tocado y marcado por las palabras de san Ambrosio, san Agustín se decidió a romper con su vida pasada. Para ello, después de la escena del Tolle Lege a la que ya hemos hecho referencia (conf. 8, 29), dejó sus clases de Retórica y renunció al puesto de orador oficial de la corte de emperador Valentiniano II. 

Bautismo de san Agustín

En la noche de Pascua del año 387, san Agustín recibió el bautismo en Milán de manos de san Ambrosio (ep. 36, 32). Esa noche se cumplía la petición que su madre santa Mónica le había presentado con insistencia a Dios, pues ella oraba y derramaba abundantes lágrimas delante de Dios pidiendo la conversión de su hijo (conf. 3, 21).

Después del bautismo san Agustín tomó la decisión de convertirse en monje y emprendió el camino hacia el puerto marítimo de Ostia. En esta ciudad vivirá junto con su madre el famoso éxtasis de Ostia, en donde ambos, sentados junto a la ventana que daba al jardín de la casa en la que se hospedaban, comenzaron a conversar de los misterios de Dios y de la vida eterna, y paulatinamente se fueron elevando por encima de las cosas de esta tierra hasta llegar a tocar por un breve instante el misterio mismo de Dios (conf. 9, 23). Su madre Mónica moriría poco tiempo después en esa misma ciudad de Ostia, y ahí sería enterrada (conf. 9, 17)

Regreso a Tagaste y vida monástica

En el año 388 san Agustín regresó al norte de África. En Tagaste estableció el primer monasterio. San Agustín tenía el sueño de pasar el resto de su existencia retirado en una tranquila vida monacal, compartiendo con sus hermanos de comunidad y escribiendo sus obras (ep. 10, 2).

No obstante la providencia de Dios tenía otros planes para él. Así en el año 391 hizo un viaje a la ciudad de Hipona (actualmente Annaba, a unos 100 km al norte de Tagaste) para visitar a un amigo y para ver la posibilidad de fundar un segundo monasterio en dicha ciudad (s. 355, 2). Al acudir a la celebración litúrgica en esa ciudad, el obispo Valerio pidió al pueblo fiel que le ayuda a elegir un nuevo colaborador en el ministerio sacerdotal para la ciudad de Hipona. Los ojos de toda la asamblea se fijaron en san Agustín. Y como lo señala el mismo Hiponate (s. 355, 2), fue literalmente apresado por la multitud y presentado ante el obispo Valerio para que fuera ordenado.

San Agustín sacerdote

Como presbítero san Agustín será llamado a  combatir a sus antiguos correligionarios, los maniqueos. Asimismo comenzaría su labor en contra del cisma donatista que había aquejado al norte de África casi por un siglo. 

Fueron muy numerosos los sermones que san Agustín pronunció siendo presbítero. Nos ha dejado muchas obras de comentarios bíblicos de esta etapa de sus vida, como es el comentario al sermón de la Montaña y la exposición de la carta a los Gálatas  entre otros.

San Agustín, obispo de Hipona

El obispo Valerio no solo daba gracias a Dios por haberle enviado a san Agustín, sino que había comenzado a temer que algún día vinieran de alguna diócesis que no tenia obispo y se lo llevaran (Vita 8, 2). Por ello pidió secretamente permiso al obispo primado para ordenar de obispo a san Agustín. De este modo, hacia el año 395 o 396 san Agustín fue ordenado como obispo. 

Como obispo escribió su obra más famosa, las Confesiones, así como múltiples obras de exégesis bíblica, obras teológicas, apologéticas, pastorales y morales, así como su Regla que marcaría toda la tradición monástica occidental. 

Fueron varios miles los sermones que san Agustín pronunció como obispo, aunque solo conservamos en la actualidad unos seiscientos.

La ciudad de Dios

En el año 410 sucedió un acontecimiento que convulsionó al mundo en aquella época. Las tropas godas de Alarico entraron en la ciudad de Roma y la saquearon durante tres días. Como consecuencia de estos hechos los paganos acusaron a los cristianos de ser los culpables del saqueo de Roma. Ellos decían que Roma había sufrido dicha vejación porque se había abandonado el culto a los dioses que habían hecho grande a Roma. San Agustín respondió a estas acusaciones con su obra maestra llamada La Ciudad de Dios, en donde en la primera parte hace una critica de la historia y la religión pagana, y en la segunda expone el nacimiento, el desarrollo y la culminación de la ciudad de Dios. En esta obra recuerda que todo creyente es peregrino o extranjero en esta tierra y se dirige hacia su destino eterno en la ciudad de Dios, donde “descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos” (ciu. 22, 5).

San Agustín y el segundo hospital cristiano

Una faceta desconocida de san Agustín es su gran interés por los pobres y su propia creatividad para remediar sus necesidades. De hecho tenía una maticula pauperum (ep. 20*, 2), es decir tanto una lista de los pobres de Hipona a los que se socorría periódicamente, así como un lugar para acogerlos, una especie de “cáritas” diocesana, algo que no existía en otras diócesis de aquel tiempo. Pero la gran aportación social agustiniana es que fue el constructor del segundo hospital cristiano en la historia. Y si tomamos en cuenta el mundo latino, la obra de san Agustín es la primera. De este modo para acoger y socorrer a pobres, emigrantes y enfermos mandó edificar en Hipona un edificio al que llamó Xenodochium (s. 356, 10). La caridad para san Agustín no era solo una bella teoría, sino que implicaba un compromiso real con los pobres y necesitados. 

Sus últimos años y muerte

Los últimos años de la vida de san Agustín no fueron tranquilos, sino que estuvieron marcados por diversas polémicas teológicas y el imparable desmoronamiento del imperio romano de occidente. 

De hecho san Agustín murió en una ciudad sitiada, ya que los vándalos habían cruzado el estrecho de  Gibraltar en el año 429, y habían comenzado un avance imparable hacia Cartago. En el 430 llegaron a la ciudad de Hipona y le pusieron asedio. 

San Agustín murió el 28 de agoto a los 76 años de edad en una ciudad en estado de angustia, rodeada por las tropas enemigas de los terribles vándalos. No obstante san Agustín murió con la consciencia de que aunque había algo que moría con la caída del imperio romano de Occidente, un mundo nuevo estaba surgiendo, y sus obras serían una guía espiritual, humana y teológica fundamental para este nuevo mundo.

Los restos de san Agustín se conservan actualmente en la Iglesia san Pietro in Ciel d’Oro en Pavía (Itaia). Ahí, en la monumental arca dedicada a san Agustín, podemos ver una imagen yacente del Obispo de Hipona en la parte superior de dicho monumento. Esta imagen lleva entre las manos un libro abierto. Este libro es la Sagrada Escritura. San Agustín sigue vivo en sus obras y cada vez que leemos sus escritos, él mismo nos explica la Biblia y nos invita al encuentro con el Maestro interior, el mismo que lo llamó en el jardín de Milán en el año 386 y que sigue llamando a todo hombre y mujer a “Tomar y leer” las Escrituras para descubrir en ellas que, a pesar de todos los pesares, el amor de Dios acaba venciendo todo (Omnia caritas vincits. 145, 5).

El autorEnrique A. Eguiarte B. OAR

Pontificio Instituto Patristico Augustinianum (Roma)

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