Vocaciones

Sacerdotes santos: san Maximiliano María Kolbe

Manuel Belda·13 de diciembre de 2021·Tiempo de lectura: 5 minutos
San Maximiliano Kolbe

San Maximiliano María Kolbe es conocido universalmente como el “Mártir de Auschwitz”, por haberse ofrecido voluntariamente a morir, sustituyendo a uno de los prisioneros en dicho campo de exterminio nazi. Sin embargo, toda su vida es digna de consideración, ya que san Maximiliano llegó al momento supremo del martirio como consecuencia de haber vivido todas las virtudes cristianas de modo heroico.

San Maximiliano María Kolbe, cuyo nombre de pila era Raimundo, nació el 8 de enero de 1894, en Zdunska Wola, provincia de Lodz (Polonia), donde trascurrió los años de su infancia. En 1907, a los trece años, ingresó en el Seminario de los Franciscanos Menores Conventuales en Leopólis. En 1912 fue enviado a estudiar filosofía y teología a Roma. El 1 de noviembre de 1914 hizo la profesión solemne, adoptando el nombre religioso de Maximiliano María. El 28 de abril de 1918 fue ordenado sacerdote, y el 22 de julio de 1919 acabó sus estudios de teología. Al día siguiente regresó a Polonia. Durante su estancia en Roma, el 16 de octubre de 1917 fundó una asociación mariana llamada “Milicia de la Inmaculada”, que fue aprobada por el Cardenal Vicario della diócesis de Roma el 2 de enero de 1922 como “Pía Unión de la Milicia de María Inmaculada”.

A su regreso a Polonia, fundó en Cracovia una revista mariana, llamada “El Caballero de la Inmaculada”. En setiembre de 1922 trasladó la redacción de la revista a Grodno. En octubre de 1927 la trasladó a Teresín, cerca de Varsovia, y estableció un convento-redacción en una amplia propiedad, a la que llamó Niepokalanów, que en lengua polaca significa “Propiedad de la Inmaculada”. Este lugar llegó a constar de una imprenta, una línea ferroviaria, un pequeño campo de aviación y una oficina postal. Allí se realizaba un importante trabajo editorial para la difusión de la doctrina católica.

Hacia finales de 1929, decidió ir como misionero a Japón, llegando con sus compañeros a Nagasaki el 24 de abril de 1930. Allí se pusieron enseguida a trabajar a buen ritmo, de modo tal que ya en el mes de mayo publicaron el primer número del “Caballero de la Inmaculada” en japonés, con una tirada de 10.000 ejemplares. En 1932 fundó el complejo de Mugenzai no Sono, que en japonés significa “El jardín de la Inmaculada”. Debido a un empeoramiento de su condición de salud, en 1935 tuvo que regresar a Polonia, llegando a Niepokalanów como superior. Durante la Segunda Guerra Mundial, el 17 de febrero de 1941, la Gestapo lo arrestó por ser sacerdote católico y lo encarceló en Varsovia. El 28 de mayo de 1941 fue conducido al campo de exterminio de Auschwitz, donde se distinguió por su caridad atendiendo a sus compañeros de prisión.

A menudo trascurría las noches rezando o confesando. En los últimos días de julio, como represalia por la fuga de un prisionero, diez detenidos fueron condenados a muerte por inanición. Entonces san Maximiliano María se ofreció para sustituir a uno de ellos, Francisco Gajowniczeck, suboficial del ejército polaco, casado y padre de familia. Su petición fue aceptada porque cuando le pidieron que se identificara, se presentó como sacerdote católico. Fue encerrado con los otros nueve condenados en un bunker subterráneo, que de lugar de desesperación se convirtió en una capilla desde la que se elevaban cantos en honor de la Virgen y numerosos rosarios dirigidos por el santo. Al cabo de casi dos semanas, después de haber confesado y asistido hasta la muerte a sus nueve compañeros, sólo él permanecía con vida. Lo mataron con una inyección venenosa el 14 de agosto de 1941, víspera de la Asunción. Al día siguiente su cadáver fue incinerado en uno de los hornos crematorios de Auschwitz, y sus cenizas fueron esparcidas por el suelo del campo de exterminio.

San Pablo VI lo proclamó beato el 17 de octubre de 1971 y san Juan Pablo II lo canonizó el 10 de octubre de 1982, declarándolo mártir de la caridad.

Cuando era cardenal arzobispo de Cracovia, y sucesivamente como Romano Pontífice, Karol Wojtyla pronunció varios discursos sobre san Maximiliano María, en los que delineaba su figura espiritual, presentándolo como “uno de los más grandes contemplativos de nuestra época; aquél que profundizó en el misterio de la Inmaculada Concepción; apóstol de los actuales medios de comunicación; viva encarnación del gran precepto de la caridad, Caballero enamorado de María Inmaculada; el Francisco del siglo XX”.

Su doctrina mariológica

San Maximiliano María Kolbe es ciertamente una figura notable en el campo de la Mariología, aunque su incesante actividad apostólica no le consintió ordenar de modo sistemático su teología mariana. Él deseaba escribir un tratado teológico sobre la Santísima Virgen, y en agosto de 1940 se puso a dictar algunos Apuntes a otro franciscano. En tales Apuntes intentó dar forma a algunos principios de su doctrina mariana, especialmente sobre las verdades de la Inmaculada Concepción, la Mediación universal de María, y su Maternidad divina y espiritual. Estos Apuntes, completados con pensamientos contenidos en otros escritos, permiten reconstruir su doctrina mariológica.

Por motivos de espacio, me detengo aquí solamente en sus enseñanzas sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, que constituye el eje central de toda la mariología del santo. Él enseña que la Inmaculada Concepción había sido prevista por Dios desde toda la eternidad, junto al Verbo Encarnado. Ella es la más perfecta semejanza posible del Ser divino en una criatura humana. San Maximiliano María explica que cuando la Santísima Virgen dijo en Lourdes: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, afirmó claramente que no sólo había sido concebida sin pecado original, sino también que era la misma Inmaculada Concepción, estableciendo entre los dos modos de calificarla la mima diferencia que existe entre un objeto blanco y su blancura, entre una cosa perfecta y su perfección.

Por ello concluye: “Por consiguiente Ella es la Inmaculatez misma. Dios dijo a Moisés: Yo soy el que es (Éx 3, 14): Yo soy la existencia misma, por tanto sin principio; la Inmaculada, en cambio, dice de sí misma: Yo soy Concepción, pero contrariamente a todas las demás personas humanas, La Concepción Inmaculada”. Dicho de otro modo –como explica en otro sitio– el nombre y el privilegio de la Inmaculada Concepción pertenecen en cierto modo a la esencia misma de la Virgen María. Confirmando esta intuición del santo, san Juan Pablo II dijo en una homilía: “Concepción Inmaculada es el nombre que revela con precisión quién es María: no afirma sólo una cualidad, sino que delinea exactamente su Persona: María es santa radicalmente en la totalidad de su existencia, desde el principio de la misma”.

Además, puesto que Ella se presentó en Lourdes como la Inmaculada Concepción, san Maximiliano María argumenta que tal prerrogativa le es muy querida a la Virgen, puesto que indica la primera gracia que Dios le otorgó, ya desde el primer instante de su existencia. El contenido y la realidad de este nombre se han realizado después durante toda su vida, puesto que Ella ha sido siempre “la sin pecado”. Fue la llena de gracia (cfr. Lc 1, 28) y Dios estuvo con Ella siempre, hasta el punto de llegar a ser Madre del Hijo de Dios. En el origen de la Inmaculada Concepción de María Santísima, por tanto, está la presencia del Espíritu Santo, que habita en Ella desde el primer instante de su existencia y habitará por toda la eternidad.

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