La familia de Hasitha Menaka Nanayakkara llama la atención por su originalidad. Hijo de padre budista y madre católica, este diácono de la archidiócesis de Colombo, que no llega a la treintena, vivió la fe católica desde pequeño. “Mi padre, que es budista, respetaba a su mujer y a sus hijos y también su fe. Nosotros le respetábamos a él”. De hecho, recuerda Hashita, “de vez en cuando salía el tema de religión cuando hablamos en la cena, pero cada uno sabía cómo no llevar la conversación a un punto de división, sino al de ver la diversidad y aceptarla”.
También en la vida de Rosemberg A. Franco la fe y el ejemplo de su madre, catequista desde su juventud, influyó en la piedad y el discernimiento vocacional. Para este guatemalteco, “es muy claro que conocí a Dios gracias a la devoción tan grande de mi madre, que siempre doblaba rodillas ante Jesús. Mi vocación siento muy dentro de mí que es la vocación que Dios ha pensada desde el vientre de mi madre. Cuando niño jugaba a celebrar misa, y algo muy bonito que recuerdo es jugar a procesiones, ya en que Guatemala, la devoción popular es muy especial para todos los católicos”.
El ejemplo de estas madres y padres fue el humus del que Dios se sirvió para hacer crecer en estos jóvenes la llamada a su servicio. Vida de fe fuerte, como apunta Hashita: “Bautizar a los niños no es suficiente, aunque es lo más importante. Para mí y para mi hermana fue una bendición tener una madre nos bautizó y nos educó en la fe. Ella, con su fe sencilla sabía que tenía que ser luz y sal donde estaba: en su familia. Mi madre nos llevó a la Misa y a catequesis. Todos los días, mi hermana, mi madre y yo rezábamos el Rosario por la noche. Papá no rezaba con nosotros, claro, pero nunca se olvidó de bajar el volumen de televisión para no distraernos”.
También para Iván Brito, que se prepara para ser sacerdocio en el Seminario Castrense de España, el “testimonio de un familiar sacerdote y él de la religiosidad de mi familia” jugaron un papel decisivo en su decisión de responder a la vocación sacerdotal.
La entrada en el seminario es siempre un momento de sentimientos encontrados en la familia y en el propio interesado. Iván, al ser militar decidió que “la mejor opción, respecto al servicio, era dentro de las Fuerzas Armadas”.
David Carrascal cursa el sexto año en el Seminario Conciliar de Madrid. Recuerda cómo “dentro de haber aceptado bien mi ingreso al seminario, a mis padres les costó un poco más, porque tenían muchas dudas sobre cómo sería mi vida en el seminario; quizá un poco influenciados por lo que habían visto en historias o películas antiguas. Pero en ningún momento me pusieron dificultades”. “Para mí ha sido un regalo del Señor que, tanto mi familia como mis amigos y mi parroquia, me apoyaran en la entrada del seminario” subraya este madrileño.
La respuesta
Aunque a los 13 años, tras una confesión Rosemberg Franco le dijo al sacerdote que sentía “que Él quiere que sea como usted, que sea sacerdote”, pasó bastante tiempo antes de que se decidiera. Años más tarde, cuenta para Omnes, “yo ya era profesor de primaria y un día, entrando a la Iglesia, me encontré con un antiguo profesor, al que le sorprendió y me dijo: ¿Usted viene a la Iglesia?’”. Su sorpresa, destaca Franco procedía de que “mientras estudié la carrera de educación, nunca mostré algún interés religioso en clase”.
No fue un simple encuentro fortuito. Aquel profesor le preguntó a su antiguo pupilo “¿Qué le dice a Jesús en su oración?”. Rosemberg le contestó: “Nada, yo solo lo veo, no sé qué decirle. Entonces me dijo estas palabras, dígale: ‘Jesús, ayúdame a enamorarme más de Ti’. Desde aquel día mis oraciones comienzan así”.
Franco había terminado su noviazgo “con una chica muy buena y que me acercó más a Dios” y, en esos momentos comenzó a pedir al Señor “ayúdame a enamorarme más de Ti”.
En 2014 comenzó a asistir a los encuentros vocacionales en el Seminario Mayor Nacional de la Asunción en Guatemala, y en 2015 ingresó en el Seminario guatemalteco en el que ha estudiado hasta 2019.
Pedro de Andrés es diácono de la diócesis de Madrid, formado en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater–Nuestra Señora de la Almudena y recibirá la ordenación sacerdotal en mayo de 2023. Su familia, perteneciente al Camino Neocatecumenal, lo crió en un ambiente de piedad sólida y comunitaria.
En su caso, apunta: “La inquietud por la llamada surgió de manera paulatina. Con 14 años, al entrar en mi propia comunidad, fue cuando por primera vez me planteé seriamente ser sacerdote, como una alegre respuesta al amor incondicional de Cristo por mí, que se me había anunciado. Sin embargo, este primer impulso no tomó forma concreta por mi negativa a entrar al Seminario Menor a causa de mi timidez. Fueron pasando los años y en mí apareció con fuerza una pregunta hacia Dios: ‘Señor, ¿cuál es mi vocación? ¿Qué quieres que sea?’”. Esa pregunta continuó resonando en su interior hasta la época universitaria.
El verano de 2012, Pedro acudió a una peregrinación a Lourdes:“Puse a los pies de la Virgen el tema de la vocación, porque yo no sabía qué hacer”. Sería un año más tarde, en la Jornada Mundial de la Juventud cuando “tras hablar por primera vez de mis inquietudes vocacionales con un presbítero, el Señor me llamó en una Eucaristía: ‘Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’. Estas palabras de Cristo fueron para mí la verdadera vocación: ¡Dios me llamaba! Ya no era yo quien buscaba saber cuál era su voluntad sobre mí, era Él mismo quien hablaba y me llamaba. Lleno de alegría y nervios, me levanté para ir al seminario”.
“No apareció ningún ángel para comunicarme la llamada de Dios al sacerdocio, pero, poco a poco vi que era mi camino”, apunta, divertido Hasitha Menaka. En su Sri Lanka natal, durante sus primeros años, estudió en una escuela católica. Más tarde, acudió a un colegio budista. “En ese colegio éramos pocos cristianos. Cuando los otros alumnos hacían sus ritos budistas antes de empezar las clases yo hablaba con Jesús solo. Tenía que esforzarme en vivir lo que creía. Mis compañeros de clase hacían preguntas sobre mi fe y tenía que buscar las respuestas y cómo explicarla. Este empeño me hizo profundizar en mi propia fe buscando ’razones de nuestra esperanza’ Lo experimenté cómo unos desafíos del ambiente que hacen que la persona crezca. Cuando uno conoce y comprende aquello que cree, quiere vivirlo y transmitir esa verdad a los demás. Creo que en este proceso escuché la llamada al sacerdocio”.
¿Ante la duda y los miedos? Oración
Cualquier vida de relación, sea con Dios o con otra persona, lleva aparejada momentos de dudas y desconcierto interior. Estos chicos, que son los sacerdotes del mañana, lo viven a diario. Al mismo tiempo, tienen claro que esas dudas y miedos se han de tratar en la oración, porque muchas veces vienen “cuando nos separamos de nuestro Señor, mirando únicamente nuestras miserias y olvidando la fidelidad de Jesús hacia nosotros”, como apunta Hasitha Menaka.
Algo similar subraya Rosemberg Franco: “Muchas veces, en lo que llevo de seminario, han venido muchas dudas y miedos y lo que me ha mantenido en pie es la oración; propia y la de tantas almas que doblan rodillas orando por mí, la ayuda y acompañamiento de mi director espiritual, la confesión, y sobre todo el encuentro diario con Jesús en la Santa Misa.
A veces claro, desde mi condición humana me es difícil abandonarme plenamente en los brazos y planes de Dios, pero es allí donde recuerdo que debo ver con visión sobrenatural todo aquello que me pasa, que si todo es para salvar más almas, que si todo es para mayor gloria de Él, que se haga su voluntad”.
Dudas y, también, temor ante un camino que se presenta, ya desde ahora, especialmente expuesto a la crítica e incluso a la burla social. Una realidad ante la que se vive, en palabras de David Carrascal “asentado en tres ideas: Reconocer quien llama a la vocación, sabiendo que el Señor no nos ha llamado a una vida sin dificultades; Lo segundo pedir por aquellos que dificultan la vida de los sacerdotes, que hacen más difícil una entrega libre al Señor. Y, por último, rezar por aquellos que hacen críticas, que deshonran a los sacerdotes para saber acogerlos y amarlos, porque para ellos también es el anuncio del Señor”.
¿Qué nos pide el mundo? Santidad
¿Cómo ha de ser el sacerdote de hoy? “Santo”, subraya Rosemberg Franco. “Hoy la Iglesia quiere sacerdotes santos y fieles santos, la llamada a la santidad es tan actual como lo es desde los primeros siglos”. Y no sólo los sacerdotes, “que los santos de este siglo, ya sean sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, sostendrán la fe, mantendrán vivo el amor del Señor, ante una sociedad que se hunde en lo superficial y en el individualismo, el consumismo y el relativismo”.
Una convicción compartida por Menaka, para el que “vivir lo que se cree es la mejor manera de evangelización tanto en un ambiente no cristiano como en uno cristiano. La misma vida del cristiano es una predicación de lo que cree y, en un ambiente no cristiano, la alegría y santidad de los cristianos llaman mucho la atención de los demás”.
Una llamada universal a la santidad que, en el caso de Pedro de Andrés se concreta en un carisma fuertemente misionero, como explica “hacemos el Camino en una comunidad como un hermano más, participando en las celebraciones de la Palabra, la Eucaristía y la Convivencia con familias, solteros, jóvenes, mayores, presbíteros… Somos un cristiano más que sigue a Cristo en la Iglesia. De esta relación con Cristo, que nos ama siendo pecadores, nace el celo por la evangelización, por la misión ad gentes”.
La vida del cristiano es la que puede dar respuesta a esa sed de Dios que, sin saberlo, impregna el ambiente actual y, especialmente, entre los más jóvenes. Como apunta David: “En mi experiencia con los amigos y las parroquias donde he estado, he podido ver que hay una gran sed de Dios, pero, a la vez, muchas corrientes e ideales que hacen que, a los jóvenes, se les haga más difícil encontrar lo trascendente”.
“Soy plenamente feliz”
“Hoy puedo decir que sí, soy feliz”, afirma rotundo Pedro – “La fuente de esta no está en los bienes, ni siquiera en las seguridades humanas. A mí me viene la felicidad de la intimidad con Cristo. Él es quien me ha llamado, el garante de mi vida. Por eso cada día la oración es parte fundamental de mi vida, a través de la liturgia de las horas, la lectura orante de la Sagrada Escritura, la lectura espiritual, la oración contemplativa… En esa precariedad hay veces que surgen miedos al futuro, pero es con Cristo como puedo salir de mi tierra y mi parentela, como Abraham, a la tierra que Él me muestre, donde ya me está esperando y en la que Él me va a unir a su cruz, que es la fuente de la evangelización”.
Hasitha Menaka cuenta entre sus motivos de gozo, en primer lugar “mi camino vocacional y mi formación sacerdotal en mi país y en España”, pero además esos frutos del testimonio de su familia que se manifiesta en “mis dos sobrinos bautizados, la vida de mi madre y el buen corazón de mi padre”.
Historias de vocación, vidas muy diferentes y una llamada: ser la voz y las manos de Cristo en medio del mundo.