Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec… (Canon Romano).
… Caín ofreció al Señor frutos del campo; y Abel, por su parte, los primogénitos y la grasa de su ganado. El Señor miró complacido a Abel y su ofrenda, pero no a Caín y la suya. (Gn 4, 3-4).
Aprendí a rezar el rosario en misa. Como me aburría, le pedía a mi madre llevar juguetes o tebeos, pero mi madre me decía que ni hablar del tema (no me he recuperado todavía del tremendo trauma). Y como seguía aburriéndome, mi madre me ponía a rezar el rosario, en bajito, durante la misa. Y así aprendí a rezar el rosario, bien tempranito.
A pesar del aburrimiento, la misa me impresionaba. El silencio, los gestos de la gente,… de pie, de rodillas,… un pantocrátor enorme encima del altar, las velas, el sacerdote, tan solemne, hablando de cosas incomprensibles, pero con aquella voz… sus gestos, tan solemnes. Allí evidentemente ocurría algo misterioso, aburrido pero misterioso, y grande, muy grande.
La aceptación por parte de Dios de la ofrenda de Abel y el rechazo de la ofrenda de Caín no fueron arbitrarios. Dios no es arbitrario. Abel ofreció las primicias de su ganado, quizá esos animales que el ganadero espera con ansia; Caín ofreció frutos del campo, unos frutos cualesquiera. ¿Los primeros que encontró por ahí? Quizá dijo: “A ver qué encuentro por ahí para llevar”.
Como los ricos del evangelio, Caín dio de lo que le sobraba. Abel se dio a sí mismo, como la mujer que dio lo que tenía para vivir. Este es el sacrificio que a Dios agrada. Es el sacrificio de Cristo, su Cuerpo y su Sangre. Pero no es el cuerpo y la sangre, como no eran los ganados de Abel, ni la moneda de la viuda: es el mismo Hijo de Dios quien se ofrece a sí mismo. Estamos hablando de algo de valor infinito.
La renovación pastoral de las parroquias pasa por que nuestras celebraciones de la Eucaristía reflejen todo esto. Especialmente los domingos.
La solemnidad no está reñida con la sencillez. Todo lo que se hace en misa debe tener un nivel de excelencia. No solo lo material, los ornamentos, objetos, adornos, el mismo edifico de la Iglesia, la limpieza, el orden. Se trata también de que la acogida sea excelente, que no sea lo mismo ir a la iglesia que ir al futbol: busco mi localidad y me siento. La Iglesia se ha de parecer más a una reunión de familia que a un supermercado donde cada uno va a buscar lo que le interesa, paga y se va sin saludar a nadie, si se puede. La prisa no debería caber en la celebración; acabemos pronto la de 11 para que entren los de 12.
Hay algo particularmente que tenemos que replantear: el canto. Se dice que “hay que cantar”. ¿Por qué? Si no cantamos bien o no sabemos canciones dignas, mejor no cantar. El silencio acerca más a Dios que ciertas canciones “sesenteras” cambiadas de letra. Si buscamos lo mejor para el culto, ¿por qué admitimos, incluso con entusiasmo, canciones cursis pasadas de moda? El canto no es para entretener ni para rellenar vacíos, el canto es para rezar de un modo más sublime. ¿Cómo rezar con esas canciones que más parecen el desuello de un gato meningítico?
En nuestras parroquias tenemos que explorar la llamada música “worship”, música contemporánea, creada para el culto a Dios. No se trata sólo de cantar canciones bonitas o de calidad musical. Se trata de aprender a adorar a Dios con la música. Como ha hecho siempre la Iglesia.