“Cuando estaba pensando en el título tuve la consulta con un paciente joven diagnosticado de cáncer”, comenta la doctora Santos, “y me dijo: ‘mi juego ha terminado… ‘Game over’. Me golpeó en un primer momento, pero inmediatamente reaccioné pensando que es un término que Dios utiliza… ‘ludens in orbe terrarum’…, mis delicias son jugar con los hijos de los hombres. Le dije que Dios juega con nosotros si se lo permitimos. Que no tuviera miedo porque para Dios, juzgar y jugar… es quitar una Z”.
Rafaela Santos es especialista es psiquiatría, presidenta ejecutiva de la Fundación Humanae, y autora de libros en torno a la resiliencia, por ejemplo ‘Mis raíces’. El lunes 28 interviene en la XIII Jornada Teológico-Didáctica del Instituto Superior de Ciencias Religiosas (ISCR) de la citada universidad, y le pedimos un adelanto de alguna de sus ideas.
La sugerencia fue atendida, y aquí van algunas reflexiones, que no dejan indiferente. Asegura que “el miedo a la muerte es algo natural porque hemos sido creados por y para el amor y la felicidad, hechos para la posesión no para la renuncia y la muerte”; que “la muerte es el momento donde nada acaba y todo empieza, es la cita definitiva”, y respecto a los jóvenes, “nos preocupa que su escasa tolerancia a la frustración provoque que sólo en el año pasado, 300 jóvenes entre 15 y 30 años se suicidaron”. Vamos con ello.
En la Jornada hablará usted sobre ‘La muerte: ¿game over?’ La muerte, ¿final del juego, de la partida? ¿Puede avanzar alguno de sus argumentos?
– Sinceramente es la conferencia más difícil que me han propuesto. Desde que me pidieron este tema me ha venido al pensamiento con alguna frecuencia y confieso que me ha ayudado muy positivamente tenerlo presente.
Respecto al título, desde el primer momento tenía claro que no iba a darle un enfoque desde el punto de vista médico, ni mucho menos un sentido dramático. La muerte es una realidad a la que nos enfrentamos, antes o después, y tratar de esconderla sería insensato.
Cuando estaba pensando en el título tuve la consulta con un paciente joven diagnosticado de cáncer y me dijo: “mi juego ha terminado… “Game over”. Me golpeó en un primer momento, pero inmediatamente reaccioné pensando que es un término que
Dios utiliza… “ludens in orbe terrarum“… mis delicias son jugar con los hijos de los hombres. Le dije que Dios juega con nosotros si se lo permitimos. Que no tuviera miedo porque para Dios, juzgar y jugar… es quitar una Z.
La realidad es que nacemos para vivir y vivimos para morir, aunque si se trata de personas jóvenes cuesta mucho más entenderlo. Podríamos decir que la muerte es el momento donde nada acaba y todo empieza. Para mí es la cita definitiva
Con la pandemia, guerras como la de Ucrania, etc., el sufrimiento físico o moral y la muerte de tanta gente se ven más cercanos.
– La muerte es algo que siempre le pasa a los demás. Al no tener experiencia personal, podemos verla sólo como espectadores, y en ese sentido algunos reaccionan con pánico y otros con temeridad. Ninguno de esos dos extremos se puede llamar valentía. Hay que reflexionar sobre su sentido para ponernos en nuestro sitio. Hay personas que mueren cuando llega su momento y otras que lo hacen la víspera porque siempre viven con el miedo a morir.
En su justa medida, el miedo a la muerte es algo natural porque hemos sido creados por y para el amor y la felicidad, hechos para la posesión no para la renuncia y la muerte. Nuestro cerebro está programado para la supervivencia y la felicidad, pero, aunque tengamos programas automáticos, somos libres de elegir en cada momento el altruismo sobre el egoísmo. Podemos ser felices arriesgando la vida por salvar a otro, y por ese motivo, el sufrimiento tiene un sentido y nos hace mejores.
Le preguntaría, en este sentido, cómo afrontar los acontecimientos con serenidad, y también con una fortaleza que en ocasiones nos falta. Usted es especialista en resiliencia, quizá una de las mayores de España. Las adversidades pueden con nosotros a veces.
– Las adversidades pueden con nosotros si dejamos que nos venzan. Como he comentado en alguna otra ocasión, nosotros vamos modelando nuestro cerebro con los mensajes que le damos: si pensamos que no vamos a poder superar una adversidad, seguro que no podremos, pero si ese acontecimiento lo percibimos como un reto, y nos convencemos de que vamos a poder, aunque no sepamos cómo hacerlo, nuestro cerebro se pone a trabajar en nuestro favor buscando la manera de salir de esa situación, convirtiendo la dificultad en oportunidad de mejora.
Esa actitud para superar cualquier dificultad se llama resiliencia y se puede entrenar y desarrollar sabiendo que lo que somos hoy es consecuencia de nuestro ayer y por tantos las victorias actuales tienen sus raíces en el esfuerzo anterior.
Hace unos días, la joven escritora Ana Iris Simón se refirió a las altas tasas de suicidio de los jóvenes. Han aumentado nada menos que un 250 % durante la pandemia (en los jóvenes), y los psicólogos (y psiquiatras) no dan abasto. El suicidio parece ser el principal problema de salud pública en Europa. ¿Es así? ¿Qué reflexión le merecen estos datos?
– Durante la pandemia se han disparado los problemas de ansiedad, depresión, insomnio, miedo al contagio, etc. Según datos de la OMS, la llamada “Fatiga pandémica” ha afectado al 60 % de la población y el consumo de psicofármacos se ha triplicado. Este dato es alarmante en la salud mental, ya que la depresión es la principal causa de incapacidad en el mundo.
Respecto al suicidio en España, lo intentan cada día 200 personas y 11 de ellos lo consiguen. Hay que saber tratar este tema con mucho tacto y observar las diferencias de conducta entre el que amenaza con el suicidio y aquel que lo planea definitivamente. Desean “marcharse en paz” dejando las cosas cerradas. Por eso, muchos de ellos se muestran más cariñosos de lo habitual y de forma solapada se despiden.
Respecto a los jóvenes nos preocupa que su escasa tolerancia a la frustración provoque el incremento que señala ya que, sólo en el año pasado, 300 jóvenes entre 15 y 30 años se suicidaron. La pérdida de motivación y significado crea un mundo plano, uniforme, sin relieves, que provoca tristeza.
Una última cuestión. Por su experiencia profesional, ¿ayuda el sentido de la vida a mantener una estabilidad emocional, psicológica o psíquica, como prefiera llamarlo, y en el fondo, a ser felices? Me refiero a las convicciones, a la solidaridad con los demás, a la familia, a la religión…
– Tener un sentido de por qué vivir, descubrir lo importante y amarlo es el secreto para dar significado a la vida y es el mejor efecto terapéutico. Como Viktor Frankl decía, quien tiene un por qué para vivir siempre encuentra el cómo mantener a salvo su esperanza, su fortaleza psicológica, y justo esa es la clave para la estabilidad y la felicidad, encontrar ese por qué, tener un sentido de la vida es lo que nos centra y nos permite avanzar a pesar de los pesares, es la brújula que nos ayuda en las tormentas y que nos impide perder el norte.
El año pasado, doctores y colegios de psicólogos preveían que tras la pandemia del Covid-19 llegarían consecuencias, secuelas, en especial mentales, en forma de miedos, traumas… Da la impresión de que sus predicciones se cumplen. Además, están los habituales de nuestra civilización, con o sin pandemia. Por ejemplo, adicciones, trivialización del sexo, maltratos, la soledad que se ensancha, y tantos otros. Nos quedamos con ganas de más en la entrevista con la doctora Rafaela Santos, pero la Jornada del lunes 28 en el ISCR está a la vuelta de la esquina.