Enero de 2022. Carlota Valenzuela, una joven granadina de 32 años, emprende una peregrinación a pie desde Finisterre hasta Jerusalén. Tras una infancia feliz, estudió Derecho, Ciencias Políticas y el MBA en Comercio Exterior del ICEX. A los 28 años sabía cuatro idiomas, trabajaba en un buen puesto en la multinacional Acciona y tenía una estupenda vida social en Madrid. Sin embargo, a pesar de sus logros, sentía vacío en su interior.
Carlota lo expresa así: “Tras conseguir gran parte de lo que el mundo califica como ´éxitoso`, en mi corazón faltaba algo. Pensé que tenía sentido preguntarle a Dios, que me había creado, qué era lo que quería de mí para que fuera feliz. Tras comenzar una rutina de oración diaria constante, Dios puso en mi corazón el deseo de peregrinar a Jerusalén”. Añade, con humor, “que uno tiene que tener cuidado con las cosas que le pregunta a Dios”, pero parece que sus sinceras disposiciones para encontrar “Su voluntad” dieron fruto y acrecentaron enormemente su intimidad con Dios a lo largo de los once meses que duró su “paseillo” por Europa (recorrió España, Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Montenegro, Albania, Grecia, Chipre e Israel).
Jerusalén
Durante el recorrido, Carlota experimentó la belleza de la Iglesia y la fuerza de la Providencia. Cada noche debía buscar algún hogar dispuesto a acogerla. Sin embargo, cuando llegó a Israel sus planes se vieron truncados al recibir la noticia del final de la enfermedad de su abuela. Antes de coger un avión para Granada, tuvo tiempo de pasar por el Santo Sepulcro y meter su mano en el hueco donde estuvo clavada la cruz de Cristo. Tras recorrer 6.000 kilómetros esperaba un gran regalo espiritual al llegar al lugar santo más importante de la cristiandad.
Pero no sintió nada.
Sólo silencio.
Silencio y decepción,
sobre todo por no haber obtenido una especial gracia divina acorde con todos los regalos espirituales que había recibido en los meses anteriores.
Aterrizó en su tierra a tiempo de acompañar a su abuela en sus últimos momentos. Y en esos instantes, tomándola de la mano, “comprendí que en la carne sufriente de mi abuela estaba Cristo verdaderamente presente. Todo lo que no sentí en el Santo Sepulcro lo encontré ahí, donde el Señor me esperaba”.
Tras la muerte de su abuela, Carlota regresó a Tierra Santa y peregrinó allí durante dos semanas.
Dedicada a la evangelización
La experiencia de la peregrinación transformó la vida de Carlota por completo y decidió no reincorporarse a su empleo para dedicarse a la evangelización: ofreció conferencias con su testimonio en muchas ciudades de España e hispanoamérica; estuvo tres meses de misiones en Argentina; escribió un “Vía Crucis” meditando la pasión desde el corazón femenino; y presentó los documentales de la serie “Hagan Lío”, de Juan Manuel Cotelo, documentando historias de personas que han respondido a la llamada de Dios con generosidad y eficacia.
El último proyecto de Carlota comenzó a gestarse a comienzos de 2024. Junto a su amiga Diana realizó los 72 kilómetros del Camino Lebaniego, allí se convenció de que podría tener sentido montar algunas peregrinaciones, con un fuerte sentido espiritual, para acercar almas a los pies del “lignum crucis” más grande del mundo.
Y así fue como en mayo llevó un primer grupo de 20 peregrinos. Como los frutos espirituales para los asistentes fueron muy positivos, decidió llevar nuevos grupos en agosto y, dos más, en octubre. La última peregrinación contó con la presencia de diversos líderes católicos: sacerdotes y religiosas presentes en las redes sociales o laicos dedicados a la evangelización.
Qué es el Camino Lebaniego
El Camino Lebaniego es una de las rutas de peregrinación más singulares de España, que conduce al Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria. Este monasterio es famoso por custodiar el Lignum Crucis más grande del mundo, el mayor fragmento conocido de la cruz de Cristo, lo que lo convierte en un importante destino de fe y espiritualidad. La madera mide 635 mm en el palo vertical y 393 mm en el travesaño, con un grosor de 40 mm
Fue Santo Toribio de Astorga, custodio de las reliquias de Jesucristo en Jerusalén, quien contando con el permiso del Papa de su época, se llevó un trozo del brazo de la Cruz de Cristo hasta Astorga, ciudad de la que fue Obispo. Dicha reliquia fue trasladada en el siglo VIII a Liébana, pues los cristianos querían ponerla a salvo de los musulmanes, que se encontraban muy avanzados en su invasión. Desde entonces miles de peregrinos han transitado esta ruta para venerar el «Lignum Crucis», otorgándole al monasterio un lugar privilegiado como Jerusalén, Roma o Santiago de Compostela.
Una peregrinación sencilla de organizar
Planificar una peregrinación por esta ruta es fácil y accesible gracias a su web oficial, Caminolebaniego.com En este sitio se ofrece toda la información necesaria para recorrerlo: mapas detallados, recomendaciones de alojamientos y servicios, y datos prácticos sobre las etapas. La señalización del camino, marcada con una cruz roja sobre fondo blanco, asegura una experiencia sin complicaciones incluso para los novatos.
El Camino Lebaniego no solo destaca por su relevancia religiosa, sino también por la belleza de sus paisajes. El recorrido parte desde la costa cántabra, en San Vicente de la Barquera, y se adentra en los espectaculares valles y montañas de los Picos de Europa. Cada etapa sorprende con su riqueza natural, combinando el murmullo de ríos, la serenidad de bosques y vistas impresionantes. Le sobran, eso sí, algunos tramos de asfalto, aunque las carreteras son seguras y poco transitadas.
Voces que narran la experiencia del camino
Carlota plantea el Camino Lebaniego como una camino de ascensión hasta la cruz, pues para llegar al Monasterio de Santo Toribio hay que subir desde el mar (si uno sale de san Vicente de la Barquera) u otros lugares de origen. Para las personas que han vivido esta peregrinación guiados por la mujer que anduvo de Finisterre a Jerusalén, esta experiencia ha creado un espacio de introspección, sanación y encuentro con lo divino. En palabras de quienes han vivido esta experiencia, el Camino Lebaniego no es solo una travesía física, sino un auténtico viaje espiritual.
Para Fernando Gutiérrez, misionero laico y fundador de Mary’s Children Mission, peregrinar fue un desafío físico que le permitió “sufrir con el Señor” y encontrarlo en los pequeños gestos y corazones puros del resto de acompañantes. “Fue una experiencia inolvidable, por la presencia del Señor Crucificado y su amor incomparable desde la Cruz, en un contexto comparable a las caminatas que realizaba Jesús con sus discípulos”.
En un tono similar, Reyes y Alberto, padres que cargaban con el peso de la reciente pérdida de un hijo, relatan cómo caminar hacia Santo Toribio les ofreció un consuelo enorme: “Nuestra cruz, que era muy pesada, de pronto se empezó a hacer más ligera y a tener un cierto sentido”.
Mercedes, otra de las peregrinas, comparte cómo esta experiencia marcó un punto de reinicio en su vida espiritual: “Vengo de unos años muy difíciles, y el poder dejar mis cargas a Jesús me hace sentirlas más ligeras. Además, el ambiente abierto y respetuoso me permitió derribar prejuicios sobre la Iglesia y experimentar el sacramento de la confesión tras décadas de no practicarlo. Ha sido un nuevo comienzo. También ha sido una gran experiencia el compartir todas mis preguntas y dudas acerca de la Iglesia con mis compañeros de peregrinación. He estado alejada de la Iglesia y con una fe muy limitada durante muchos años, e incluso enfadada por no entender muchas de las limitaciones de la Iglesia. Esta peregrinación me ha servido para derribar prejuicios, encontrarme un ambiente super abierto y respetuoso para poder compartir mi fe, y también mi falta de fe, y darme cuenta de que nos unen más cosas de las que nos separan. Sigo trabajando en las preguntas que aún hoy para mí siguen sin respuesta con respecto a la Iglesia, pero ahora lo vivo desde la reconciliación y el tender puentes, no desde el enfado”.
Rodrigo, un religioso pasionista, resalta el impacto que ha tenido para él caminar con otros caminantes, pues “compartir vivencias de fe con personas humildes y admirables me cuestionó y enriqueció profundamente. En la veneración de la Cruz que realizamos al llegar a Santo Toribio, me decía a mí mismo: ‘En la Cruz, todo cambia’. Compartí a mis compañeros que los que somos curas normalmente escuchamos muchas reflexiones espirituales, pero son de otros curas, del obispo o del superior provincial, pero pocas veces escuchamos reflexiones de los laicos. Y para mí fue un gozo escuchar a laicos tan llenos de Dios, que compartían en su viveza espiritual con naturalidad. Fue algo que que me enriqueció enormemente”.
Para Mónica, esta peregrinación supuso un gran regalo, “que aún tengo y tendré siempre, conseguí intimidad con Dios, que hasta entonces no tenía; a saber y saborear estar en silencio y contemplar la belleza exterior e interior que hay en cuanto lo haces. Desde que caminé me siento más fuerte, más valiente, consciente de que le tengo a Él y a su Madre. ¡Siento certeza de su amor, de que están conmigo!
El Padre Steven es un sacerdote diocesano que atiende diversos pueblos de los picos de Europa. En tres ocasiones ha tenido la ocasión de ofrecer sus servicios pastorales en las peregrinaciones con Carlota y lo considera “un gran regalo”. Destaca la unión que nace en estos encuentros: “Somos una familia extendida por el mundo. La fe en Jesucristo nos une y nos da vida y eso se palpa en esta experiencia. Carlota transmite con facilidad una relación profunda y preciosa con la cruz, que se contagia en las conversaciones con los peregrinos, las confesiones y la Eucaristía”.
Otro de los personajes del lugar que uno puede encontrar cuando realiza el Camino Lebaniego es Fidel, el taxista más conocido de la zona. En su trabajo diario atiende a muchos peregrinos llevando sus bártulos, recogiéndoles cuando se lesionan o acercándoles a Santander o otros lugares cuando acaban su caminata. Aunque está acostumbrado a ver la transformación de los peregrinos, conocer los grupos de Carlota ha supuesto para él y para su mujer un impulso muy grande para su vida espiritual, hasta el punto de que procura cuadrar su agenda para participar de la misa diaria u otras actividades con los grupos.
Sonia Ortega, profesora de sagrada escritura en la Universidad de San Dámaso y responsable junto con su familia de una misión en Liberia, define la experiencia como “un itinerario espiritual”. Para ella, la travesía fue un reflejo de la vida misma: “En el camino te enfrentas a dificultades, las superas, subes, bajas, pero siempre con esperanza. Llegar a los pies de la Cruz no se puede describir con palabras, hay que experimentarlo”.
El Camino Lebaniego, narrado a través de estas voces, se presenta como una experiencia transformadora donde se conjugan fe, comunidad, naturaleza y redescubrimiento personal. Como dice Carlota, «peregrinar es rezar con los pies». Cada paso hacia Santo Toribio no solo acerca a los peregrinos al «Lignum Crucis», sino también a una renovación espiritual que trasciende lo material y deja una huella imborrable en sus vidas.