Educación

¿Para qué sirven los números romanos?

La eliminación de la historia es esencial para este propósito de creación de un nuevo orden social. Necesitan una nueva generación de jóvenes sin historia.

Javier Segura·13 de abril de 2022·Tiempo de lectura: 4 minutos
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Foto: Unsplash

La decisión de eliminar el estudio cronológico de la asignatura de Historia en la LOMLOE ha resultado realmente chocante y ha levantado las críticas de historiadores y escritores. ¿Cómo se puede estudiar Historia sin tener en cuenta el hilo de los acontecimientos?

Las críticas no han tardado en aparecer y se han hecho oír en distintos medios. Precisamente un grupo de escritores ha promovido un manifiesto en el que se posicionan claramente en contra de este modelo de enseñanza de la Historia.

«Responden a un planteamiento ideológico que convierte la Historia es un magma, en una serie de fotogramas desconectados entre sí donde el tiempo histórico carece de sentido y, por consiguiente, los hechos no están integrados en una época concreta, sino que se enseñan descontextualizados.

Esa fórmula hace que el alumnado caiga en el presentismo y juzgue el pasado con criterios del presente, lo que supone fertilizar el terreno para ‘la cultura de la cancelación’: la impugnación de todo hecho histórico, obra cultural o personaje considerado contrario a determinados valores identitarios actuales».

Pero es que, además de este cambio de paradigma en el estudio histórico, la asignatura de Historia se ve mermada en otros muchos aspectos.

De entrada, se reduce seriamente el número de horas para impartirla. Además, se minimiza el estudio de las épocas históricas anteriores al siglo XIX dejando aparcados acontecimientos históricos esenciales. Y parte del temario se centra más en análisis sociológicos, no exentos de planteamientos ideológicos, que históricos.

Sin contar que algunos de los hechos históricos se tiñen de un grado de subjetividad que es en realidad una posición partidista, como ocurre por ejemplo al analizar la II República española.

Todo esto me ha recordado, por asociación de ideas, algo que ha pasado como anecdótico en la reforma educativa: el hecho de que se haya suprimido el estudio de los números romanos.

La excusa de que hay demasiados conocimientos en el currículo y que hay que aligerar la carga suena demasiado a excusa.

Las nuevas generaciones no serán capaces ya de interpretar la mayor parte de las inscripciones. Para ellos será como ver un jeroglífico egipcio, un montón de letras sin sentido. Pero el daño es mucho mayor y preocupante si lo unimos a esa pérdida general del concepto histórico del que hablamos.

La historia común nos configura como pueblo, nos da identidad, nos ancla en una comunidad. Nos hace entender quienes somos como sociedad y como personas. Analiza el pasado para entender el presente y proyectarse a un futuro mejor. Siempre hemos oído eso de que quien no conoce la historia está condenado a repetirla.

Hoy se respira en el ambiente y en las élites políticas y sociales una mentalidad revolucionaria. La revolución se plantea siempre con una pretensión adámica de que todo empieza hoy, de ruptura radical con el pasado.

En algunas ocasiones, como fue la de la Revolución francesa, se llegó a cambiar el calendario. No se podrían medir ya los años o los meses con el calendario cristiano. El nacimiento de Cristo no podía ser el centro de la Historia.

Este sentimiento revolucionario se puede vislumbrar hoy de una manera especial, aunque de una manera más pausada, más sutil, menos ruidosa. Estamos en un cambio de época, ciertamente. Pero es un cambio que algunos quieren que sea desde la ruptura, que permita proponer un nuevo paradigma ético y moral, político y económico. Y romper con el pasado, dejar sin raíces a las nuevas generaciones, desdibujar los vínculos comunitarios, es parte de ese camino que lleva al gran reinicio que pretenden. Dentro de este esquema revolucionario, de cambio de paradigma, la educación es un elemento clave, es la herramienta que impulsa ese cambio.

La eliminación de la historia es esencial para este propósito de creación de un nuevo orden social. Necesitan una nueva generación de jóvenes sin historia, sin pasado, sin anclajes. Sólo así, sin las ataduras a la tierra que supone tener raíces, pueden recorrer determinados caminos personales y colectivos que chocarían con principios morales y sociales que les constituyeron como pueblos y como personas.

Pero todos sabemos lo que ocurre con un árbol sin raíces. No se sujeta. Se tambalea con el menor viento. Y en última instancia, se muere. Este es el momento crucial que vivimos.

Precisamente pensando en todo esto no puedo sino recordar unas palabras del papa santo polaco. También a Karol Wojtyla y a su generación de compatriotas les tocó vivir un momento en el que un régimen revolucionario quería cambiar su identidad e implantar un nuevo orden social. Pero fue precisamente en ese enraizarse en la historia y en su tradición donde encontraron las claves para afrontar aquel descomunal reto. Merece la pena releer estas palabras y sacar conclusiones para nuestro tiempo actual.

«Pienso que en estas múltiples formas de piedad popular se esconde la respuesta a una cuestión que se plantea a veces sobre el significado de la tradición, incluso en sus manifestaciones locales.

En el fondo, la respuesta es sencilla: la sintonía de corazones constituye una gran fuerza. Enraizarse en lo que es antiguo fuerte, profundo y entrañable al mismo tiempo, da una energía interior extraordinaria.

Si ese enraizarse está además unido a una vigorosa fuerza de las ideas, ya no puede haber razón alguna para temer por el futuro de la fe y de las relaciones humanas en el interior de la nación.

En el rico humus de la tradición se alimenta la cultura, que cimienta la convivencia de los ciudadanos, les da el sentido de ser una gran familia y presta apoyo y fuerza a sus convicciones.

Nuestra gran tarea, especialmente hoy, en este tiempo de la llamada globalización, consiste en cultivar las sanas tradiciones, favorecer una audaz armonía de la imaginación y del pensamiento, una visión abierta al futuro y, al mismo tiempo, un afectuoso respeto por el pasado.

Es un pasado que perdura en los corazones humanos bajo la expresión de antiguas palabras, de antiguos gestos, de recuerdos y costumbres heredaros de las pasadas generaciones»

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