El verano pasado, el Santo Padre Francisco publicaba una carta acerca del papel de la literatura en la formación (4 de agosto de 2024) dirigida a los sacerdotes, seminaristas, agentes de pastoral y, en general, a los cristianos que deseen aprender a descansar leyendo, a formarse culturalmente y a prepararse para intervenir en los debates de fondo que están actualmente en marcha en nuestra sociedad.
Es indudable que podemos retirarnos por motivos de edad, de cansancio, de hastío o de interés, de la primera línea y dejar a otros la tarea de formar la cabeza y el corazón de los cristianos que pueden aportar en la batalla cultural que está en un momento de especial interés.
También es verdad que, aunque sean otros los que hablen en los debates, escriban en la prensa, difundan la verdad de Jesucristo y su mensaje de salvación y felicidad por internet, nosotros no podremos evadirnos de la cuestión, porque las generaciones de cristianos vendrán a preguntarnos al calor de nuestra confianza y de la amistad, los temas que están en la calle.
Afrontar los restos de nuestro tiempo
En la primera de las Encíclicas del Santo Padre Francisco, “Lumen Fidei” (29 de junio de 2013), el papa se refería a que cada generación de cristianos tendría que afrontar las cuestiones doctrinales que aparezcan más oscuras a los compañeros de nuestro ambiente.
Precisamente, el problema y la preocupación actual es la pérdida de la confianza en la Iglesia en tantos ambientes y en amplias capas de la sociedad. Para reconstruir la confianza, es esencial vivir con coherencia entre la fe y la acción, conocer la doctrina de Jesucristo y saber comunicarla de manera efectiva a las personas de nuestro tiempo. Es decir, hace falta, como dice el lenguaje coloquial “entendederas” y también “explicaderas”.
Por ejemplo, en el caso de los abusos operados por algunos sacerdotes y religiosos en el mundo entero, hemos de saber cuáles han sido las causas profundas: pérdida del sentido de la relación personal y violación de la libertad y de la autoridad moral de las personas, pérdida de sentido sobrenatural y humano, etc. Además, convendrá aplicar lo antes posible todos los protocolos que ha establecido el Papa Francisco para estos problemas, como siempre ha hecho el magisterio de la Iglesia, sabiendo estar muy cerca de las víctimas y sus familias y también de los culpables para que no caigan en la desesperación.
Cultura y cultivo personal
Dentro de los temas de lectura y posible profundización, hemos de propiciar la necesaria cultura para conocer a Jesucristo y enamorarnos de Él, conocer la doctrina de la Iglesia para identificarnos con ella y conocernos a nosotros mismos para poder amar más y mejor a Dios y a las almas.
El género teológico y escriturístico está completamente en alza desde el libro de Jesús de Nazaret del Papa Benedicto XVI, que aportó al acerbo común de los sacerdotes las aportaciones verdaderas y sopesadas de la moderna exégesis. Es muy interesante la colección de libros que dirige Santiago Guijarro en ediciones Sígueme, así como la colección de patrística de Ciudad Nueva, los trabajos de Mons. Cesar Augusto Franco y José Miguel García sobre los primeros tiempos del cristianismo.
Conocer mejor el misterio de la Iglesia y los medios de santificación. Precisamente, la imagen de la Iglesia como «Comunión» expresa acertadamente una de las claves del Concilio Vaticano II y ha sido desarrollada por Benedicto XVI y los grandes eclesiólogos del momento actual. Basta con leer los manuales de Eclesiología de las diversas editoriales.
Santidad personal
El documento “Gaudete et exultate” (Roma 18 de marzo de 2018) del Papa Francisco nos ha ayudado a descubrir la riqueza y actualidad del concepto de las bienaventuranzas y el de las virtudes, como verdaderos dones de Dios y, por tanto, a plantear la vida cristiana como correspondencia de amor a una invitación de amor, más que como un esfuerzo denodado y agotador.
Evidentemente, esto toca muy de cerca la cuestión de la santidad canonizable: cómo debe redactarse la «Positio» acerca de la vida, virtudes y fama de santidad de los siervos de Dios y, en consecuencia, a plantearse las “virtudes heroicas” como la abundancia de la gracia de Dios y la respuesta al don de Dios. Convendrá leer la traducción del libro donde se recogen los comentarios de grandes pensadores del momento a la “Gaudete et exultate” que publicará próximamente la BAC.
Entre las conclusiones del reciente Congreso de Vocaciones en la Iglesia, celebrado en IFEMA con más de 3.000 participantes, cerca de setenta obispos y diversas instituciones y diócesis, destacó la importancia de la familia cristiana como cuna de vocaciones. Su papel es clave para fortalecer el tejido cristiano y contribuir al futuro de la Iglesia y la sociedad.
La clave de la familia
La formación de miles de familias cristianas nos corresponde a todos: ser «rodrigones» de las familias, estar cerca de la familia para que crezcan sanas en un ambiente inhóspito, en la confluencia con otras familias dispares.
Tanto en “Familaris consortio” de San Juan Pablo II, como “Amoris laetitia” del papa Francisco, se aportan abundantes luces para la formación de las familias como para la pastoral con familias desestructurada. Para poder enseñar a amar necesitamos aprender a amar. Debemos enseñar a amarse a los esposos pues ya, en muchos casos, no tienen la referencia de sus padres y abuelos.
Evidentemente, necesitaremos leer muchos libros que se están publicando en todas las editoriales, acerca de la vida de oración, la adoración al Santísimo sacramento, la meditación del Evangelio, etc. Aprendiendo a amar enseñaremos a amar en el acompañamiento espiritual y en las conversaciones con los jóvenes.
La amistad y el amor son valores en alza en nuestra sociedad. El “Mandamiento Nuevo” radica en “como yo os he amado”. La clave es la relación personal en la oración.