La Semana de oración por la unidad de los cristianos pone en la palestra, un año más, el panorama de las distintas confesiones cristianas que existen en el mundo. Los avances en materia de ecumenismo y relación con las Iglesias ortodoxas, anglicana y protestantes han sido notorios en los últimos años.
Pablo Blanco, profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Navarra y colaborador de Omnes, recoge en su libro «Ecumenismo hoy», una interesante síntesis de la situación actual de este diálogo entre la Iglesia católica y el resto de confesiones cristianas, la realidad de estas confesiones así como los avances hacia la unidad que la Iglesia ha vivido, especialmente, en las últimas décadas.
Aunque Blanco no esconde que «la unión de golpe -por así decir- hoy por hoy es una utopía», su apuesta se centra en anunciar, con palabra y vida el mensaje íntegro de Jesucristo, ya que es quien «conquista la mente y los corazones de la gente».
Cada año, la Iglesia celebra no un día, sino una Semana por esta unidad de los cristianos. ¿Qué importancia tiene o cómo podemos destacar la actualidad de esta intención?
–Sí, es el Octavario por la Unidad de los Cristianos. Antes se celebraba en la víspera de Pentecostés, para invocar al Espíritu la unidad.
Más adelante se fijó en los ocho días anteriores a la fiesta de la Conversión de san Pablo, para expresar que -sin conversión, nuestra y de los demás cristianos- no hay unidad.
El concilio Vaticano II afirma que el «ecumenismo espiritual» (Unitatis Redintegratio 4) es el «alma del ecumenismo»: sin conversión, sin oración, sin santidad no habrá esa unidad que solo el Espíritu santo nos puede traer.
¿No iría esta intención de unidad en contra de un bien como es la pluralidad, también para la Iglesia? ¿Cómo conjugar esta diversidad (dones, carismas…) en una unidad de los cristianos?
–La unidad de la Iglesia es como la unidad de la Trinidad: tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. En la Iglesia, tiene que haber esa diversidad que se convierte en una riqueza que mira hacia el bien de trabajar y rezar unidos. Eso es vivir la comunión desde la propia diferencia, sea uno oriental, o de distintas tradiciones occidentales; asiático, africano o americano. La diferencia nos enriquece cuando sabemos sumar.
La anécdota ocurrida en la Conferencia misionera mundial de Edimburgo, en 1910, nos puede servir también en nuestros días. Allí se levantó un oriental y dijo: «ustedes nos han traído a Cristo y les estamos agradecidos». «Pero también nos han traídos sus divisiones», continuó. «Por favor, tráigannos a Cristo, pero nos sus divisiones». La unidad hace más creíble el mensaje evangélico y, por eso, los movimientos misionero y ecuménico han estado unidos desde el origen.
En su libro Ecumenismo hoy, realiza un descriptivo mapa de los cristianos en la actualidad así como los pasos claves en el diálogo ecuménico ¿Qué destacaría de este camino?
–Hay otros muy buenos libros de ecumenismo en nuestra lengua, pero en el caso de Ecumenismo hoy, he intentado ofrecer una lectura actualizada de las enseñanzas de la Iglesia católica sobre el ecumenismo. En primer lugar, los documentos del Vaticano II, pero también las enseñanzas de los últimos papas y el nuevo Vademécum de ecumenismo.
Todos esto permite trazar un mapa, donde se pueden situar la situación de la Iglesia católica respecto a los ortodoxos, los anglicanos y los protestantes.
Para cada uno hay un tema de conversación y diálogo distintos, pero con todos se debe rezar, hablar y trabajar. En este camino hemos de trabajar juntos por la paz, los pobres y el medio ambiente, por ejemplo. Es el llamado «ecumenismo de las manos». Pero también hay que abordar las cuestiones doctrinales para ver qué nos une y qué nos separa todavía. Es este el «ecumenismo de la cabeza», y un ecumenismo sin cabeza sería un ecumenismo sin norte, sin orientación, sin un horizonte común.
Pero sobre todo es necesario el «ecumenismo del corazón»: el ecumenismo espiritual del que hablábamos; el de la conversión, la oración, la santidad. Hemos de rezar más, unos por otros y unos con otros. Entonces el Espíritu nos concederá el don de la unidad.
El papa Francisco nos habla también del «ecumenismo de la sangre», por cómo los cristianos -de una y otra confesión- mueren por dar testimonio de su fe. Esto también nos une. Suelo añadir el «ecumenismo de la lengua»: el procurar hablar bien los unos de los otros.
Los tres últimos Papas han sido claves en el avance del diálogo con las demás confesiones cristianas. Recordamos a Benedicto XVI: ¿Cómo valora los gestos de Benedicto XVI en particular con lefevbrianos y anglicanos que tantas críticas, dentro y fuera de la Iglesia, acarrearon?
–Sí, Benedicto XVI dio importantes pasos en primer lugar con los ortodoxos, restableciendo el diálogo con estas iglesias hermanas en 2000 y estudiando el tema del primado petrino con el Documento de Rávena, en 2007, tal como había pedido Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint.
Con los lefevbrianos se hizo todo lo posible para buscar una fórmula de comunión con Roma, pero su rechazo de la doctrina del Vaticano II -precisamente sobre ecumenismo y diálogo interreligioso- no ha conseguido desbloquear las conversaciones.
En cuanto a los protestantes, Ratzinger intervino en primera persona en la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, de 1999, suscrita ya por luteranos, metodistas, anglicanos y reformados. Es un buen comienzo que debe propiciar las futuras conversaciones sobre la idea de Iglesia, sobre los sacramentos y el ministerio. Está también pendiente la cuestión metodológica sobre el modo de leer la Escritura.
Con los anglicanos se ensayó un modo de alcanzar la unidad que tal vez podría dar sus frutos en el futuro: con los ordinariatos personales creados en 2009, estas comunidades alcanzaron la plena comunión con Roma, a la vez que esta reconocía la legitimidad del Libro de la oración común propio de la liturgia anglicana. Una fórmula que, si alcanza el éxito, podría propiciar nuevos pasos con otras confesiones cristianas.
Es cierto que, a nivel de las grandes confesiones el diálogo está muy avanzado pero, ¿no es utópico pensar en la futura unidad con la diversidad existente en las confesiones nacidas de las sucesivas Reformas?
–Sí, una unión de golpe -por así decir- hoy por hoy es una utopía. Por eso esta fórmula de alcanzar la plena comunión comunidad por comunidad permite respetar la conciencia de cada creyente, a la vez que no acelera innecesariamente los tiempos.
El ecumenismo requiere paciencia, afirmaba Walter Kasper, y tiene algo del lento ascenso a la montaña. Hay que alimentar la paciencia y la esperanza, y seguir por supuesto dando pasos. Algún día, cuando Dios quiera, llegaremos a la cima y nos daremos ese abrazo de unidad.
Las relaciones con la Iglesia ortodoxa se encuentran ahora en un punto delicado, especialmente con el patriarcado de Rusia ¿Ve signos de esperanza entre ambas confesiones?
–En efecto, el problema de la Iglesia católica con los ortodoxos es en primer lugar un problema entre ortodoxos.
Sin embargo, el papa Francisco está promoviendo el diálogo a distintos niveles con todos los patriarcados, sin dejarse influir por cuestiones políticas. Ha dirigido palabras duras contra el patriarca Kiril de Moscú con motivo de la guerra en Ucrania, que hacen pensar en una corrección de hermano, como la que hizo también Pablo a Pedro por la cuestión de Antioquía.
En este caso, es Pedro quien corrige pero, al igual que ocurrió en los primeros años del cristianismo, si sabemos acoger fraternalmente esas correcciones, la Iglesia alcanzará los vuelos que logró en los primeros siglos.
¿Cómo establecer un diálogo ecuménico fructífero sin «diluir» los principios fundantes de la Iglesia, especialmente en lo que refiere a moral y vida sacramental?
–La plenitud de la fe es fundamental para alcanzar la verdadera unidad. A veces tenemos la tentación de diluir el mensaje para conseguir más adeptos, pero la experiencia nos ha mostrado precisamente lo contrario.
Lo que conquista la mente y los corazones de la gente es Cristo, y por eso nosotros hemos de predicar su mensaje de modo íntegro. También en lo que se refiere a cuestiones morales y sacramentales, siempre más controvertidas.
Cuestiones como la defensa de la vida y la familia, el género, en qué consiste la fe eucarística o la naturaleza del propio ministerio tienen que ser también abordados, con la seriedad y delicadeza que requieren.