La veneración de la Virgen María existe desde los primeros tiempos del cristianismo. Ya en los Evangelios, la figura de María, aunque tratada con sobriedad, tiene una gran importancia. En el siglo II, Padres de la Iglesia, como Justino e Ireneo, la consideran la “nueva Eva” que colabora en la redención del mundo, y los escritos apócrifos de esa época ensalzan su pureza virginal y la presentan con una dignidad casi angelical.
Las primeras celebraciones marianas
En el siglo III, la oración “Sub tuum praesidium” habla del poder de intercesión que los cristianos atribuían a la Virgen. También conocemos una serie de himnos marianos que se cantaban hacia finales del siglo IV, incluso antes de que el Concilio de Éfeso proclamara solemnemente en el año 431 que María es la Madre de Dios (“Theotókos”).
La Jerusalén de mediados del siglo V sólo conocía una conmemoración litúrgica de María. Esta conmemoración tenía lugar en una iglesia situada a mitad de camino entre Jerusalén y Belén. Lo sabemos porque se ha conservado en lengua armenia el calendario litúrgico con las fiestas y conmemoraciones que se celebraban en la Ciudad Santa en aquella época. Este calendario también incluye las lecturas de cada celebración. Una de sus entradas indicaba lo siguiente: «15 de agosto: María Theotokos: en la segunda milla desde Belén». No se trataba de la fiesta de la Asunción que celebramos hoy, ni de la fiesta de la Dormición de María, que precedió a la Asunción a partir del siglo VI. Ese día se conmemoraba el reposo de la Madre de Dios (“Theotókos”).
La dormición
¿De qué reposo se trataba? En aquella época, existía la leyenda de que María, ya embarazada, se había parado a descansar durante el viaje a Belén. Un escrito apócrifo muy antiguo, el “Protoevangelio de Santiago”, cuenta que, a mitad de camino entre Jerusalén y Belén, María, ya cercana a dar a luz, se sintió cansada y se bajó del asno para reposar un rato: se acercaba el momento del nacimiento virginal. En recuerdo de este episodio legendario, una piadosa mujer cristiana, Hikelia, construyó en ese lugar hacia mediados del siglo V una iglesia que, naturalmente, se llamó Iglesia del Reposo o “Kathisma” (“sede” o “asiento” en griego antiguo). Esta iglesia, cuya planta aún se conserva, tiene como centro la roca sobre la que se dice que María se sentó a descansar. A ella se refería el calendario armenio.
Este calendario nos dice, por tanto, que en la iglesia de la “Kathisma” había una memoria mariana de María Madre de Dios. Las lecturas de ese día contenían la conocida profecía de Isaías sobre la Virgen que concibe y da a luz al Emmanuel (“Dios con nosotros”) y el texto en el que San Pablo dice a los gálatas que “cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer”. Se trataba, por tanto, de un recuerdo en el que todo estaba vinculado al nacimiento de Jesús y al parto virginal de María.
La fiesta de la Asunción de la Virgen
Pero entonces, ¿cómo llegamos a celebrar el 15 de agosto una fiesta que no conmemora el nacimiento de Jesús de una madre virgen, sino su Asunción al cielo? Un calendario posterior (probablemente de finales del siglo V o del siglo VI), similar al armenio pero conservado en lengua georgiana, informa de una práctica diferente. En él, la conmemoración mariana que se celebra en la Iglesia del Reposo sigue presente, pero ya no es el 15 de agosto: se ha adelantado al 13 de ese mismo mes. El 15 de agosto, en cambio, este calendario indica una nueva conmemoración mariana, que esta vez se celebra en la iglesia de Getsemaní, cerca del huerto donde Jesús había rezado antes de su pasión.
Algunos apócrifos ubicaban ahí el lugar donde el cuerpo de María había sido depositado tras su muerte, antes de que el Señor lo trasladara al cielo. Según estos escritos, esta iglesia contenía, vacío, el sepulcro de María. Las lecturas y los himnos de este calendario georgiano muestran que se trata ya de una conmemoración de la Dormición y del traslado de la Virgen al cielo.
Una fiesta universal
Dios no había permitido que el cuerpo de su Madre permaneciera en la tumba. En la iglesia de Getsemaní, a finales del siglo V, los cristianos celebraban esta hermosa gracia. En el siglo siguiente, la amplia difusión de estos escritos apócrifos sobre la Dormición y la Glorificación de María favoreció la divulgación de esta conmemoración mariana de Getsemaní. Así empezó a celebrarse también en otros lugares, hasta el punto de que, a finales del siglo VI, el emperador Mauricio decretó que se celebrara como fiesta en todo el imperio.
Roma la estableció medio siglo después (siglo VII), llamándola Fiesta de la Asunción de María al Cielo. La fiesta mariana del 15 de agosto pronto habría de convertirse en la más solemne y popular de las fiestas marianas de Roma.