Vocaciones

El día que nuestro hijo nos dijo: «Quiero ser sacerdote»

En 2020 (últimos datos que ofrece la CEE) en España se ordenaron 125 sacerdotes. 125 historias de chicos que se entregan a Dios para siempre… y 125 familias en las que padres, madres, hermanos, amigos, son también parte del camino. ¿Cómo viven las familias la llamada de un hijo? ¿Qué temen? ¿Cómo aceptan la voluntad de Dios?

Maria José Atienza·11 de julio de 2022·Tiempo de lectura: 6 minutos
hijo sacerdote

La familia Navarro Carmona el día de la ordenación de Juan Carlos

María Luisa, Manuel, María José, Antonio, Julia… son esas madres y esos padres que han visto cómo Dios se hacía cuerpo y sangre por las palabras pronunciadas por sus hijos en la Consagración de la Santa Misa. Familias normales y diversas, de zonas rurales y urbanas, con historias muy diferentes, con más o menos hijos, con mayor o menor vida eclesial… Pero unidas por la llamada a la que sus hijos han respondido y de la que ellos participan.

Unidos en el altar

Manuel y María José tienen dos hijos, uno de ellos, Antonio Jesús, es sacerdote en la diócesis de Cádiz y Ceuta. En su caso, hay una peculiaridad: Manuel es diácono permanente, comparte con su hijo parte del ministerio, algo que él vive con gran alegría.

Su historia de vocación va unida a una fecha: aquel 24 de junio en el que “después de la Eucaristía a la que asistimos toda la familia, fuimos presentados por nuestro párroco al que era nuestro obispo, Mons. Ceballos, para pedir el ingreso en el seminario para Antonio Jesús y la admisión para iniciar el camino al diaconado para mí”. 

Manuel y Antonio Jesús se encuentran como padre e hijo físicos, pero también espirituales, especialmente en aquellas celebraciones en las que el diácono permanente ayuda al sacerdote.

«El día de su Primera Misa», recuerda Manuel, “fue un momento lleno de significado y sentimientos. Como diácono, le pedí la bendición antes de leer el Evangelio, como establecen las normas litúrgicas: ‘Padre, bendígame’, a mi hijo. Un momento que nunca olvidaré y que cada vez que celebramos la Eucaristía se repite y adquiere el mismo valor”.

Cuando Dios pide el 100% de los hijos

La familia Navarro Carmona, cordobesa, tiene dos hijos, y los dos son sacerdotes diocesanos. La entrada en el seminario de Antonio, el mayor, no les pilló por sorpresa: “veíamos su proceso y le veíamos ansioso por avanzar en su camino; y eso que el camino no era fácil, diríamos que muy duro. Sin embargo, él veía la parte positiva, se reafirmaba y crecía su vocación ante los contratiempos”.

La decisión de Juan Carlos, sin embargo, costó un poco más: “pensamos que ya podía dedicarse a otra cosa. Le ofrecimos múltiples opciones. Recuerdo”, apunta su madre, Julia, “que mencionamos la vocación de un médico, curando, salvando vidas… cuando terminamos nosotros de hablar él nos dijo: ‘¿queréis que haga esa carrera? La hago. Después seguiré con la que me gusta: Yo quiero dedicarme a curar almas y salvarlas’.

Emocionados le respondimos: tu vocación es fuerte, adelante”. Su marido, Antonio, subraya que la llamada de su segundo hijo le pareció, de hecho, “demasiado para nuestra familia”. 

A pesar de todo, no se opusieron violentamente a la llamada de sus hijos: “Creemos en la libertad y el derecho de elección de la vida de los hijos. No estamos de acuerdo en ninguna imposición los padres no tenemos derecho a negar la decisión de Dios”.

Quizás por esa apuesta por la libertad y la responsabilidad personal de los jóvenes, ante la pregunta de qué decir a quienes se oponen a que sus hijos entren en el seminario, Antonio y Julia son claros: “Nuestro consejo es que escuchen a sus hijos”.

Con un prometedor futuro como arquitecto, la entrada de Antonio Jesús en el seminario vino acompañada de no pocas incomprensiones. Como recuerda su padre “en la familia hubo ciertos comentarios, nos preguntaban por qué le dejábamos estar en el seminario con lo que él valía…después siendo sacerdote, la mayor parte de la familia está feliz. En su centro de estudios, un compañero, profesor suyo, me decía que se lamentaba que lo dejásemos ir al seminario con la valía académica que tenía”.

Reacciones normales en quienes no comparten o no entienden la trascendencia de la llamada, y a los que estos padres respondían con una analogía clara: “Cuantos padres, aun estando en desacuerdo con la opción que toman sus hijos, los defienden diciendo, ‘si él es feliz, eso es lo importante’. Pues de la misma manera se puede responder: No sólo es que él es feliz, sino que, con su entrega y testimonio, puede hacer feliz a muchas personas”.

También hay incomprensiones más tiernas, recuerda el matrimonio afincado en Cádiz, como la reacción de la señora que lo cuidaba desde pequeño mientras sus padres trabajaban. Cuando le comunicó su decisión de entrar en el Seminario porque sentía la llamada, le preguntaba “Antonio, bonito mío, pero dime, ¿quién es ése que te llama?”. 

Un ejército de oraciones

En una carta dirigida a las madres de los sacerdotes cuando era Prefecto de la Congregación para el Clero, el Cardenal Mauro Picenza, señalaba que “Cada madre de un sacerdote es misteriosamente «hija de su hijo». Hacia él podrá ejercer también una nueva «maternidad», en la discreta, pero eficacísima e inestimablemente valiosa, cercanía de la oración y en la ofrenda de la propia existencia por el ministerio del hijo. Son un verdadero «ejército» que, desde la tierra eleva al Cielo oraciones y ofrendas y que, todavía más numeroso, desde el Cielo intercede para que cada gracia sea derramada sobre la vida de los sacros pastores”. Palabras que bien podrían aplicarse al grupo de madres de sacerdotes que, cada mes en Madrid, se reúnen para orar por las vocaciones sacerdotales.

Una iniciativa de Maria Luisa Bermejo, que nació a raíz de la ordenación su hijo Yago, de la Prelatura del Opus Dei. Por entonces, María Luisa entró en contacto con otras madres de sacerdotes e iniciaron un grupo de oración por las vocaciones sacerdotales: “Hablé con una amiga mía que tiene un hijo sacerdote diocesano. Juntas pensamos que podíamos hacer ‘algo más’ por los sacerdotes y surgió la idea de reunirnos algún día para rezar el Rosario por las vocaciones sacerdotales. Compartimos esta idea con algunos seminaristas diocesanos que nos pusieron en contacto con sus madres y empezó la cosa”, Cuando los encuentros se fueron llenando de nuevas incorporaciones.

“Hablamos con un sacerdote que nos sugirió reunirnos en una iglesia para poder rezar mejor. Entonces, el rector de la iglesia del Espíritu Santo de Madrid, D. Javier Cremades, nos facilitó todo lo que estaba en su mano. No sólo permitió que fuéramos una vez al mes a rezar el Rosario, sino que, además, comenzó a decirnos una Misa y a dirigirnos un rato de oración”.

Aquel pequeño grupo de madres de sacerdotes iba creciendo poco a poco: “Llegamos a ser casi 70 personas”, recuerda María Luisa, que apunta que “ahora somos algunas menos, pero continuamos con este encuentro. Cada mes viene un hijo de alguna de las a decirnos la Misa y nos dirige un rato de oración. No sólo rezamos por los sacerdotes, sino que, además, entre nosotras hemos creado una red de amistad impresionante”.

Estas madres de sacerdotes decidieron poner nombre a sus oraciones: “se nos ocurrió hacer una  especie de ‘amigo invisible de oración’”, cuenta María Luisa “en unas papeletas apuntamos el nombre de los sacerdotes y de su madre, cada una cogió una o dos papeletas – no podía ser su hijo- y se comprometía a rezar cada día por esos sacerdotes. Yo tengo dos, majísimos” concluye.

hijo sacerdote
Manuel, asiste como diácono a su hijo Antonio Jesús en la Santa Misa

Estos padres y madres rezan por sus hijos, con “la gratitud de que su oración litúrgica es oración a ‘“dos voces’” como apunta Manuel, pero elevan sus oraciones también por quienes encuentran dificultades en su entorno para responder a la llamada de Dios, por su fidelidad, por su perseverancia.

Miedos y alegrías

En una sociedad en la que la figura del sacerdote se encuentra, más que nunca, en el centro de la diana, estos padres y madres comparten los miedos de quien tiene un hijo con un cargo público. Como apunta Julia “están en el candelero siempre: sus decisiones, actos y hechos son analizados con lupa” y cabe siempre el temor a una mala interpretación, o incluso a un juicio público injusto… pero “las alegrías son inmensas y a raudales ya que estos hijos se disfrutan muchísimo. Sabemos que están ahí en todo momento apoyándonos con su oración y su presencia”.

De manera muy similar se expresan Maria José y Manuel cuando apuntan que “en la sociedad actual, con sólo manifestar que eres creyente, tienes asegurada la crítica, el desprecio…. Cuanto más cuando tu hijo no solo manifiesta que es creyente, sino que con su vida y forma de vestir proclama que es sacerdote. No es extraño observar miradas y comentarios a su paso, pero también hay que decirlo, que observas que otras personas se acercan y le piden confesión, consejo, bendición…”.

Pero esa misma manifestación trae consigo muchas anécdotas de “encuentros casuales” con la Iglesia, como aquella vez que “en uno de sus viajes desde Madrid -donde estaba estudiando Teología Moral- a Cádiz, el tren se paró en medio del campo y algunos pasajeros acudían a él pidiendo “padre, rece usted para que salgamos de esta situación”.

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