Evangelización

Las ánimas del Purgatorio: la importancia de la oración

El 2 de noviembre se celebra el día de Todos los Difuntos. Por ello, noviembre ha sido tradicionalmente el mes en el que se ora de manera especial por las ánimas del Purgatorio.

Loreto Rios·2 de noviembre de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos

Foto de Veit Hammer en Unsplash

En el mes de noviembre se reza especialmente por las ánimas o almas del Purgatorio. La tradición de rezar por los difuntos se remonta al Antiguo Testamento y numerosos santos han recibido visitas de ánimas que les pedían oraciones para poder entrar en el Cielo.

«La añoranza de Dios», el mayor tormento

Santa Faustina Kowalska, la santa que propagó la devoción a la Divina Misericordia, explicaba su visita al Purgatorio del siguiente modo: “En aquel tiempo le pregunté a Jesús: ¿Por quién debo rezar todavía? Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quién debía rezar.

Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio. Las almas llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior] que me dijo: ‘Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige’. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes” (Diario, 20).

Santa Faustina también vio el infierno, del que dijo después de describirlo: “Habría muerto (…) si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse [diciendo] que el infierno no existe y que nadie estuvo allí ni sabe cómo es. (…) Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. (…) Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto (…). Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos” (Diario, 741).

Mientras que el infierno es un estado irreversible, las almas del purgatorio están salvadas, y llegarán a presencia de Dios tras un proceso de purificación. Por ello se habla de tres “Iglesias”: la Iglesia triunfante, que es aquella que ya se encuentra en presencia de Dios; la Iglesia purgante, constituida por los que están pasando la purificación del Purgatorio antes de ir al Cielo; y la Iglesia militante o peregrina, integrada por los que aún caminamos en la tierra.

Por tanto, la oración de la Iglesia militante tiene un fruto para la purgante, y los vivos podemos rezar por las ánimas del Purgatorio.

¿Qué es el Purgatorio?

El catecismo define el Purgatorio de la siguiente manera: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (Catecismo, 1030); “La Iglesia llama ‘purgatorio’ a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580)” (Catecismo, 1031).

Continúa diciendo el catecismo que “esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura […].. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios.

La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: ‘Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? […] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos’ (san Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5)” (Catecismo, 1032).

El Purgatorio en la tradición de la Iglesia

Ya desde el Antiguo Testamento hay testimonios de oraciones por los muertos: “Luego recogió dos mil dracmas de plata entre sus hombres y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero, considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea era piadosa y santa. Por eso, encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado” (2 Mac 12, 43-46).

Hay referencias al Purgatorio desde los primeros siglos de la Iglesia. Tertuliano, nacido en el siglo II d. C., habla en muchos de sus escritos de la purificación de los pecados después de la muerte y de ofrecer oraciones por los difuntos.

Santa Perpetua, mártir del año 203, vio en su celda, mientras esperaba su ejecución, a su difunto hermano, Dinócrates, “sofocado de calor y sediento, con vestido sucio y color pálido”. La santa comprendió que su hermano «se hallaba en pena. Pero yo tenía confianza de que había de aliviarle de ella, y no cesaba de orar por él todos los días, hasta que fuimos trasladados a la cárcel castrense (…). E hice oración por él, gimiendo y llorando día y noche, a fin de que por intercesión mía fuera perdonado.

VIII. El día que permanecimos en el cepo, tuve la siguiente visión: vi el lugar que había visto antes, y a Dinócrates limpio de cuerpo, bien vestido y refrigerado (…). Entonces entendí que mi hermano había pasado la pena» (Actas de los Mártires, Martirio de las Santas Perpetua y Felicidad y de sus compañeros, VII y VIII).

Pero hay muchos otros ejemplos: Clemente de Alejandría, Cipriano de Cartago, Orígenes, Lactancio, Efrén de Siria, Basilio el Grande, Cirilo de Jerusalén, Epifanio de Salamina, Gregorio de Nisa, san Agustín, san Gregorio Magno…

Rezar por los difuntos: establecido por los Apóstoles

San Juan Crisóstomo (347-407) afirma que la costumbre de ofrecer una misa por los difuntos fue establecida por los propios apóstoles: “No sin razón quedó determinado, mediante leyes establecidas por los apóstoles, que en la celebración de los sagrados misterios se haga memoria de los que ya han pasado de esta vida. Sabían, en efecto, que con ello los difuntos obtienen mucho fruto y consiguen gran provecho” (Homilías sobre la Carta a los Filipenses 3, 4: PG 62, 203).

En los “Hechos de Pablo y Tecla” (año 160) también hay referencia a un ánima del purgatorio, cuando la hija difunta de una mujer se le aparece y le dice: “En mi lugar tendrás a Tecla, la extranjera abandonada, para que ruegue por mí y pueda yo pasar al lugar de los justos”.

Además, en las catacumbas también se conservan inscripciones de petición de oración por los difuntos, y los primeros cristianos se reunían en las tumbas en el aniversario de la muerte de sus allegados para pedir por ellos.

Las indulgencias

Además de cualquier oración u obra de misericordia realizada por las almas del purgatorio, una forma de interceder por ellas es la aplicación de las indulgencias que la Iglesia concede en relación con determinadas obras de piedad. En la constitución apostólica «Indulgentiarum doctrina«, explica san Pablo VI: «Por arcanos y misericordiosos designios de Dios, los hombres están vinculados entre sí por lazos sobrenaturales, de suerte que el pecado de uno daña a los demás, de la misma forma que la santidad de uno beneficia a los otros. De esta suerte, los fieles se prestan ayuda mutua para conseguir el fin sobrenatural. Un testimonio de esta comunión se manifiesta ya en Adán, cuyo pecado se propaga a todos los hombres».

Además, Pablo VI comentaba: «Los fieles, siguiendo las huellas de Cristo, siempre han intentado ayudarse mutuamente en el camino hacia el Padre celestial, por medio de la oración, del ejemplo de los bienes espirituales y de la expiación penitencial (…). Este es el antiquísimo dogma de la comunión de los santos, según el cual la vida de cada uno de los hijos de Dios, en Cristo y por Cristo, queda unida con maravilloso vínculo a la vida de todos los demás hermanos cristianos en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, formando como una sola mística persona (…).

La Iglesia, consciente desde un principio de estas verdades, inició diversos caminos para aplicar a cada fiel los frutos de la redención de Cristo, y para que los fieles se esforzaran en favor de la salvación de sus hermanos (…).

Los mismos Apóstoles exhortaban a sus discípulos a orar por la salvación de los pecadores; una antiquísima costumbre de la Iglesia ha conservado este modo de hacer, especialmente cuando los penitentes suplicaban la intercesión de toda la comunidad, y los difuntos eran ayudados con sufragios, especialmente con la ofrenda del sacrificio eucarístico».

En este documento, se define la indulgencia como «la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa que gana el fiel, convenientemente preparado, en ciertas y determinadas condiciones, con la ayuda de la Iglesia, que, como administradora de la redención, dispensa y aplica con plena autoridad el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos».

Las indulgencias pueden ser parciales o plenarias. La indulgencia plenaria (que requiere hacer el acto por el que se otorga la indulgencia, unido a la confesión, comunión y oración por las intenciones del Papa, además del rechazo de todo pecado mortal o venial) implica la remisión total de la pena debida por los pecados, mientras que la parcial elimina parte de la pena.

El 2 de noviembre, día de los Difuntos, puede ganarse una indulgencia plenaria para un difunto en cualquier iglesia u oratorio público. A los fieles que visiten devotamente el cementerio u oren por los difuntos se les concede la indulgencia plenaria (aplicable solamente a las almas del purgatorio) en cada uno de los días del 1 al 8 de noviembre, e indulgencia parcial en los demás días del año.

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