El noviazgo no sólo es un tiempo para conocerse, es también un tiempo para hacerse: tienes que hacer a tu futuro esposo, tienes que hacer a tu futura esposa.
El tiempo de noviazgo es de gran importancia pues supone un primer compromiso –fino y leal– que incluye el ayudar al otro para que sea mejor persona. Es preciso recordar que ninguna persona nace madura ni perfecta. En este sentido, el conocimiento mutuo y progresivo en el noviazgo irá haciendo florecer las cualidades y los defectos de cada uno.
Ante ese descubrimiento –después de haberlo valorado– uno puede decir: “ya no quiero seguir”, y no pasa nada, pues para esto es el noviazgo, para discernir bien y acertar en el amor; o uno puede decir: “Te quiero, aún sabiendo que tienes cosas buenas y malas –como las tengo yo–, pero te quiero con todas ellas y podemos luchar por mejorar y crecer juntos”. Ese es el momento clave para que se decidan a ayudarse mutuamente, a corregirse e intentar mejorar.
He conocido algunos jóvenes estancados, sin ideales, impermeables a los consejos y ejemplos de su hogar. Pero de pronto, se enamoran, aparece una persona que les cambia la vida, les genera un despertar de fuerzas que estaban dormidas. Entonces, consiguen estudiar o trabajar con intensidad, mostrarse más amables, entusiasmarse por corregir sus defectos y por conocer más a Dios, por ser santos. Ante esto, uno se puede preguntar: ¿qué ocurrió allí? Lo que ocurre es que llegó el amor, y el amor es una fuerza transformadora que se demuestra con obras concretas.
A veces también se escucha entre los jóvenes: “él/ella no tiene ninguna intención de cambiar tal aspecto que no me gusta y que a mi me parece importante”. Este tipo de afirmaciones conviene tenerlas en cuenta y afrontarlas con sinceridad y sin ingenuidades, pues si en el tiempo de noviazgo no se está dispuesto a intentar cambiar algo relevante para el otro, en el matrimonio tampoco lo hará.
El matrimonio es un modo específico de realizar la vocación de la persona al amor. Por esta razón san Josemaría decía que el noviazgo es una escuela de amor, y “como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza” (San Josemaría, Conversaciones, n. 105). La labor de escuela es semejante a la labor de siembra en el campo; todo lo que los novios siembren en ese hermoso período, lo cosecharán juntos en el futuro matrimonio.
Entonces, ¿cómo se concreta esto de hacerse y crecer juntos en el noviazgo? Mediante la práctica de las virtudes –que serán el sustrato sobre el que se desarrolle la semilla de un buen y santo matrimonio– conseguirán crecer y madurar personalmente y también como pareja. En lucha por vivirlas, se crece en el amor –en el verdadero amor– y en la capacidad de amar, beneficiándose así los dos.
A continuación, presento algunos puntos (principalmente virtudes) en los que conviene ejercitarse para ese “hacerse y crecer juntos”:
Humildad. Aquella virtud que nos permite descubrir nuestro sitio y a ocuparlo, pues la humildad es la verdad sobre uno mismo. Nos ayuda a desarrollar nuestro rol y a dejar al otro que ocupe el lugar que le corresponde. También nos ayuda a reírnos de nosotros mismos y a convivir con los propios defectos desde la óptica de la caridad.
Generosidad. Esta virtud se refleja en el saber renunciar a aquello que preferimos para dar el gusto al otro. Es una real manifestación de caridad, pues permite volcar todo ese amor que se le tiene en pequeños actos de servicio, que hagan la vida más agradable al otro. En un apasionante libro, uno de los personajes principales –Serguei– dice a su amada: “sólo existe una felicidad indudable en el mundo: vivir para los demás”; ante tal afirmación, su amada reflexiona para sí misma: “tal idea me pareció extraña en ese entonces, porque no la comprendía, no obstante, se infiltró en mi corazón sin razonamientos” (L. Tolstoi, La novela del matrimonio). ¡Qué bueno es saber abrir nobles horizontes al otro!
Respeto, pureza, amor hermoso. “La pureza procede del amor, y el amor consiste especialmente en saber abrir el corazón al otro” (G. Derville). Muchos jóvenes preguntan: ¿hasta dónde se puede llegar en la manifestación de afecto en el noviazgo? Es importante aclarar que el amor tiene sus expresiones afectivas y físicas según la etapa en la que esté. En este sentido, el noviazgo es el tiempo único e irrepetible de la promesa, no el de la vida conyugal. El trato mutuo en un noviazgo cristiano tiene que ser el de dos personas que se quieren pero que no se han entregado totalmente al otro en el santo sacramento del matrimonio. Por esta razón tienen que luchar por ser prudentes, delicados en el trato, elegantes –cuidar el pudor–, respetarse mutuamente evitando las ocasiones que pueden poner al otro en circunstancias límites.
Vida de piedad (Oración, Misa, devoción a la Virgen María, entre otros). Se vive bien un noviazgo cristiano cuando se ayuda al otro a estar más cerca de Dios. En toda familia cristiana la vida espiritual es fundamental, pues es edificar la casa sobre roca (Mt 7, 25). Por esta razón, es importante que ya desde el noviazgo dejen que Dios tome posición entre los dos: “haced, por tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y del caminar en la Iglesia” (Benedicto XVI, Discurso, Ancona, 11-9-2011).
Sinceridad, transparencia y confianza. Son imprescindible para poder tener un sólido proyecto juntos; no hay que olvidar que el noviazgo es una relación de dos.
Saber escuchar. El escuchar, es una dimensión de la caridad. “La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación” (Francisco, Roma, 24 de enero de 2022, Memoria de san Francisco de Sales).
Amistad y compañerismo: El libro del Cantar de los Cantares nos muestra que los amantes han construido una relación sólida basada en la amistad, son amigos y compañeros. Cabe resaltar que el amor se construye sobre la amistad que tiene la pareja, por esta razón el novio debe ser el mejor amigo de su novia y viceversa. Es importante que se apoyen mutuamente, que se acompañen tanto en los buenos momentos como en los malos. También, que se alegren por los éxitos del otro; la correcta alegría de uno es la alegría del otro. Y por último, aprender a tomar decisiones en conjunto con paz y alegría, aunque alguno tenga que ceder.
Empatía. Se entiende la empatía como la cualidad de ponerse en el lugar del otro, hacerse cargo de lo que vive. La empatía unida a la caridad contribuye a fomentar la comunión de corazones, como decía san Pedro: “Tened todos el mismo pensar y el mismo sentir” (Cfr. Láinez J., Ser quien eres).
Paciencia. La madre Angélica (fundadora de EWTN) decía “la paciencia es ajustar tus tiempos a los tiempos de Dios”. Es bueno practicarla en pequeñas cosas, por ejemplo: en la cola del banco, mientras conduces, en el trato con tu familia, etc.
Saber pedir perdón. Ejercitarse en la habilidad de resolver conflictos con rapidez y sencillez, recordando que ninguno tiene la razón total.
En conclusión, el noviazgo cristiano es una apasionante travesía llena de retos que permite crecer personalmente y hacer crecer al otro mediante el ejercicio de las virtudes. Por esta razón, el noviazgo cristiano es un camino de santidad y de preparación para vivir la vocación universal al amor, concretado en el matrimonio.
Bachiller en Teología por la Universidad de Navarra. Licenciado en Teología Espiritual por la Universidad de la Santa Cruz, Roma.