Familia

Noviazgo, un proyecto de amor que requiere educación y maduración

Santiago Populín Such, estudiante de Teología en la Universidad de Navarra, escribe en este artículo sobre el proyecto de amor que Dios tiene para los novios y explica que el camino del noviazgo, de búsqueda de ese amor, no es algo sencillo, requiere de una educación, una purificación y una maduración.

Santiago Populín Such·29 de julio de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
noviazgo

En el discurso a los novios del 11 de septiembre de 2011, Benedicto XVI dijo que “todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha creado y cuya gracia santifica la elección de un hombre y de una mujer de entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este tiempo del noviazgo en la espera confiada de tal don”. Y precisó: “la experiencia del amor tiene en su interior la tensión hacia Dios”. Estas palabras son, de alguna forma, una clave para comprender correctamente la verdad del amor humano.

Si el amor humano es signo del Amor eterno –pues somos imagen y semejanza de Dios– y, además, tiende hacia Él, es posible decir que el amor humano trasciende en su origen y en su destino. Esto es porque “Dios es la fuente del amor”, así lo expresó Benedicto XVI en el 2007 (Cfr. Mensaje a los jóvenes del mundo con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud).

Noviazgo y amor de Dios

El Papa comentó que esa realidad la subraya san Juan cuando afirma que “Dios es amor”, “con ello no quiere decir sólo que Dios nos ama, sino que el ser mismo de Dios es amor”. Continuó su mensaje planteando una pregunta: “¿Cómo se nos manifiesta Dios-Amor?”. Respondió que es a través de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, donde hemos conocido el amor en toda su plenitud. De modo particular, “la manifestación del amor divino es total y perfecta en la Cruz. Por tanto, Jesucristo es el camino para todo hombre, también para los novios, porque revela el amor de Dios”.

En “Deus caritas est” el Papa Benedicto XVI explica cómo la atracción inicial, el “eros”, se comprende como un signo y una semilla cuyo fruto o resultado conseguido es el “ágape”, el amor oblativo capaz de dar vida en abundancia. En otras palabras, el amor no puede, en su inicio, ser resultado del obrar humano, sencillamente porque es más grande, porque existe antes, porque precede tanto al amante como al amado; Dios es amor, Él es primero.

El enamoramiento como iluminación

En este sentido, el enamoramiento es una realidad trascendente, nace como pasión porque el hombre no puede fabricarla y también porque, por su propia naturaleza, lo lleva más allá de sí mismo. Conlleva, en su dinámica interna propia, una tensión que, respetada y cultivada, dará como fruto el amor de entrega, de oblación. De este modo, la experiencia del enamoramiento es una especie de iluminación que permite contemplar la realidad desde el corazón de Dios.

En el mensaje a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007, el Papa Benedicto XVI señaló que, un ámbito donde están llamados los jóvenes a expresar el amor y a crecer en él es en su preparación para el futuro que les espera: “si sois novios, Dios tiene un proyecto de amor sobre vuestro futuro matrimonio y vuestra familia”. Igualmente, les animó a atreverse a amar, a buscar un amor fuerte y hermoso, capaz de convertir toda vida en una realización alegre de entregarse a Dios y a los demás, siguiendo el ejemplo de Aquel, que, a través del amor, ha vencido el odio y la muerte: Jesucristo. También les recordó que el amor es la única fuerza capaz de transformar el corazón de las personas, haciendo que las relaciones entre hombres y mujeres sean fructíferas.

El amor requiere educación

En el discurso a los novios de 2011, Benedicto XVI animó a las parejas a educarse en el amor. De modo particular, resaltó tres aspectos que tienen que aprender sobre el amor:

En primer lugar, señaló la libertad de la fidelidad, “que lleva a custodiarse recíprocamente, hasta vivir el uno para el otro”. Pues, como dijo el 12 de mayo de 2010: “la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor”. Esto quiere decir que el amor necesita tiempo para expresarse plenamente, para lograr que salga todo lo bueno y se limen todas las asperezas.

En segundo lugar, animó a prepararse para elegir con decisión el “para siempre” que connota el amor, la indisolubilidad; explicó que se trata de un don que hay que “desear, pedir y vivir”. Además agregó: “y no penséis, según una mentalidad extendida, que la convivencia sea garantía para el futuro. Quemar etapas acaba por ‘quemar’ el amor, que en cambio necesita respetar los tiempos y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel, feliz e indisoluble”. La indisolubilidad se trata entonces de una afirmación, elegir querer para toda la vida, es decir, que es posible un amor para siempre.

En tercer lugar, indicó que la fidelidad y la continuidad en el quererse les hará capaces de estar abiertos a la vida, de ser padres: “la estabilidad de vuestra unión en el sacramento del matrimonio permitirá a los hijos que Dios quiera daros crecer con confianza en la bondad de la vida”.

El Papa concluyó el discurso diciendo que la fidelidad, la indisolubilidad y la transmisión de la vida son los pilares de toda familia, verdadero bien común, un valioso patrimonio para toda la sociedad. Y precisó: “Desde ahora, fundad en ellos vuestro camino hacia el matrimonio y testimoniadlo también a vuestros coetáneos: ¡es un valioso servicio!”.

El amor requiere maduración 

En “Deus caritas est” n. 6, Benedicto XVI se pregunta cómo se ha de vivir el amor, a lo que responde: “(…) el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca (…)”.

En estas palabras del Papa está de modo explícito la idea de un itinerario, un camino de purificación del “eros”. Como he señalado anteriormente, el “eros” tiene que abrirse al “ágape” y fundirse con él, la sexualidad humana debe dejarse conformar por su divino modelo. Es decir, en la visión cristiana, el amor del noviazgo debe ser a la vez “eros” y “ágape”, aunque lógicamente a ese amor le faltan los elementos propios de los actos específicamente conyugales que comprende el matrimonio.

Buscar ese bien del otro que menciona el Papa es señal de madurez, pues madurar un amor es ocuparse del otro y preocuparse del otro (Cfr. “Caritas in veritate” n.11). El amor sabe esperar, busca la felicidad del otro, rechaza el uso de cualquier persona. En ese contexto, unos novios maduros saben que el amor no sólo es placer físico y así puede llegar el otro en la totalidad de su persona.

Noviazgo y purificación

En el VII Encuentro mundial con las familias de junio de 2012, el Papa comentó a una joven pareja de novios de Madagascar que el paso del enamoramiento al noviazgo, y después al matrimonio, exige decisiones y experiencias interiores. Explicó que el amor debe ser purificado, que ha de seguir un camino de discernimiento –que es el noviazgo–, en el que la razón y la voluntad cumplen un rol capital para llegar a hacer del enamoramiento un verdadero amor; “han de unirse razón, sentimiento y voluntad”, pues con las tres, es posible decir: “Sí, esta es mi vida”.

El Papa evocó la boda de Caná como imagen para expresar esta idea: “Yo pienso con frecuencia en la boda de Caná. El primer vino es muy bueno: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, tiene que fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser realmente ‘segundo vino’ es más bueno, mejor que el primero. Y esto es lo que hemos de buscar”.

En este proceso de purificación y maduración, la virtud de la castidad juega un rol fundamental. En su discurso a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXII Jornada Mundial de la Juventud 2007, Benedicto XVI expresó que el tiempo del noviazgo –esencial para construir el matrimonio–, es “un tiempo de espera y de preparación, que hay que vivir en la castidad de los gestos y de las palabras”. El Papa resaltó que la castidad permite “madurar en el amor” y “ayuda a ejercitar el autodominio, a desarrollar el respeto del otro, que son características del verdadero amor que no busca en primer lugar la propia satisfacción ni el propio bienestar”; características que son señales de madurez psicológica.

La belleza del noviazgo

En ese proyecto de amor no hay que perder de vista que habrá alegrías y también dificultades, son necesarias para ese “educar, purificar y madurar el amor”. “Una belleza hecha sólo de armonía no es una verdadera belleza; le falta algo; es deficitaria. La verdadera belleza necesita también el contraste. Lo oscuro y lo luminoso se completan. La uva para madurar no sólo necesita el sol, sino también la lluvia; no sólo el día, sino también la noche” (Cfr. Encuentro con sacerdotes, 31 de agosto de 2006). Por último, es correcto señalar que el amor de los novios –y posteriormente el del matrimonio– sólo llegará a ser pleno en el cielo, ya que “la experiencia del amor tiene en su interior la tensión hacia Dios”.

El autorSantiago Populín Such

Bachiller en Teología por la Universidad de Navarra. Licenciado en Teología Espiritual por la Universidad de la Santa Cruz, Roma.

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