El Papa Francisco ha pedido que durante el mes de junio la Iglesia rece por las personas migrantes. En Omnes hemos entrevistado a Nicole Ndongala, que se vio obligada a abandonar su país natal, Congo, en el año 1998 debido a la guerra y a la violencia que se vivía allí por aquella época.
Aunque hoy está perfectamente integrada en la sociedad española, llegó a Madrid prácticamente sin nada y, en medio de las dificultades de sus primeros días como inmigrante, a punto de quedarse sin dinero, recordó la fe inquebrantable de su madre y una de sus frases habituales: “Dios nunca nos deja de su mano”.
Esto le condujo a buscar ayuda en una iglesia cercana. Aunque, para su sorpresa, la encontró en un principio cerrada (algo que, señala, nunca ocurre en el Congo), este primer contacto la llevó finalmente a la Asociación Karibu, una organización que se dedica a ayudar a los inmigrantes africanos en Madrid. Su relación con Karibu ha tenido un giro sorprendente a lo largo de los años: acudió allí en 1998 buscando ayuda y hoy, años más tarde, es la directora de la asociación.
Nicole Ndongala. De inmigrante a mediadora internacional
La editorial Mundo Negro ha publicado recientemente un libro que cuenta la historia de esta valiente mujer congoleña y nos abre a realidades como la inmigración o el racismo, además de mostrarnos las diferencias entre la Iglesia católica en España y en el Congo.
En su caso, ¿qué le llevó a emigrar de su país natal?
Tuve que salir de República Democrática del Congo debido a la inestabilidad política y la violencia que azotaba el país. En mi caso, concretamente fue por continuas amenazas y una situación de persecución. Buscaba un lugar seguro donde vivir y prosperar, lejos de la violencia. No quería continuar viviendo en la incertidumbre, con una creciente inseguridad. Han pasado años y espero ver un Congo libre de violencia, porque lo que sigue viviendo mucha gente no ha cambiado mucho de lo que yo viví. No ha habido reparación, y la justicia sigue sin actuar. Todo queda impune, que es lo que perpetúa más la violencia.
¿Cómo fue su proceso de adaptación a España?
Fue gradual y positivo, me tuve que enfrentar a los desafíos típicos de adaptarse a una nueva cultura, idioma y entorno, pero con determinación, perseverancia y, sobre todo, con un buen diseño de acogida, logré integrarme con éxito en la sociedad española.
Me esforcé en aprender el idioma, ya que no hablaba ni una palabra de español, y me involucré desde el minuto uno en actividades sociales y culturales.
Mi principal apoyo fue y sigue siendo la Asociación Karibu, que me hizo sentirme más cómoda y segura en mi nueva vida.
Creo que, a pesar de los desafíos iniciales, con determinación, actitud positiva y capacidad para superar obstáculos estoy encontrando mi espacio. Echando la vista atrás, reconozco todo lo que he logrado y los cambios que he ido integrando en esta sociedad, que no es tan fácil.
Su primer contacto en España con gente que la ayudó fue a través de la Iglesia. El Papa Francisco ha hecho mucho hincapié en la acogida a los migrantes. ¿Cree que la Iglesia está llevando adelante este papel de acogida? ¿Quedan tareas pendientes?
Es cierto que la Iglesia desde siempre ha sido un lugar de acogida para los migrantes y refugiados. Partiendo de que la movilidad es un derecho, la realidad es que todavía queda mucho por hacer.
El Papa Francisco siempre ha sido una voz firme y fiel para apoyar a los migrantes, refugiados y los más vulnerables, en sus mensajes están presentes los valores evangélicos del cuidado y atención a todo ser humano.
Esto no siempre se traduce en acciones concretas, aunque muchas congregaciones religiosas han hecho un esfuerzo por acompañar y ayudar a los migrantes en su integración, ofreciendo apoyo emocional, material y espiritual. Sin embargo, todavía existen barreras y prejuicios que dificultan la plena inclusión de los migrantes en la sociedad.
Hay muchas cosas que quedan pendientes, hace falta sensibilizar a la sociedad en general sobre la importancia de acoger a los migrantes y refugiados, no sólo con una actitud caritativa: es necesario reconocer todas las cualidades, “dones”, que aporta la migración. Además, es crucial abordar las causas estructurales de la migración, como la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades en los países de origen.
La Iglesia tiene un papel fundamental en abogar por políticas más justas y solidarias que garanticen los derechos de los migrantes y refugiados. En esto, tiene una apuesta grande, ya que se encuentra con muchas barreras, porque en muchas ocasiones desde arriba se les impide hacer el bien.
En ocasiones, son las actividades y tareas de personas comprometidas las que apuestan con decisión por llevar este mensaje y estar al lado de las necesidades de la humanidad.
En un momento del libro, comenta que, cuando su madre viene de visita a España, echa de menos la forma de celebrar la Misa del Congo. ¿Comparte este sentimiento?
Lo comparto totalmente, siempre lo he dicho, la forma de celebrar la Misa en el Congo con nuestro Rite Zairois, que creo que es una herencia que nos dejó la Iglesia católica de la RDC, en nuestra cultura tiene un profundo significado personal y espiritual. Esta conexión con la música, la alegría, y sin prisa, hablando con la comunidad después de las Misas, es algo especial y un momento único e irremplazable. Siento nostalgia por la forma en que se celebra la Misa en la RDC.
Como mediadora cultural, ¿cuál cree que son los principales problemas sociales a los que se enfrenta actualmente una persona migrante?
Son varios. Por solo citar algunos: la discriminación educativa y racial, la exclusión social, la barrera del idioma, la falta de acceso a servicios básicos como la atención médica de una sanidad pública universal, la precariedad laboral y la dificultad para encontrar vivienda. También pueden enfrentarse a problemas de adaptación cultural, choque de valores y falta de redes de apoyo en su nuevo entorno.
Es importante trabajar en la sensibilización, la integración y la promoción de la diversidad para abordar estos desafíos y promover una convivencia inclusiva y respetuosa en nuestras sociedades. Urge sanear las instituciones y humanizar el sistema de acogida.