Nicholas Spencer es miembro de “Theos Think Tank”, un grupo de expertos en religión y sociedad que busca estimular el debate público a través de la investigación. Además, tiene un grado en Historia Moderna e Inglés, de la universidad de Oxford, y es doctor en Filosofía por la universidad de Cambridge.
Es autor de diversos libros y artículos. El último de ellos, “Magisteria: The Entangled Histories of Science and Religion”, por ahora solo está disponible en inglés y se publicó el 2 de marzo de 2023. En él habla sobre la relación histórica entre la ciencia y la religión, que es mucho más compleja de lo que permite entender el mito popular.
La opinión de Nicholas es que la relación entre ciencia y religión “va a convertirse en la cuestión más importante de nuestro siglo, porque la ciencia es cada vez más capaz de rediseñar la naturaleza humana”. Considera que algunos avances, como puede ser la famosa herramienta “Chat GPT”, “son piezas de desarrollo mucho más grandes que el espacio que tenemos para la reflexión ética sobre ellas. Y esa es una cuestión religiosa, porque se remonta a la idea de lo humano”.
Dada su amplia experiencia en la investigación sobre temas relacionados con la ciencia y la fe, en esta entrevista habla sobre cuestiones como los límites entre una y otra, su vínculo con la política o las posibles consecuencias futuras de los grandes avances que se están dando en la actualidad.
¿Cómo nos ayudan la ciencia y la religión, cada una a su manera, a responder a la pregunta de quiénes somos?
– Para responder a esto hay que volver a lo que son la ciencia y la religión, y ambas son entidades muy delicadas. La ciencia es un intento de obtener una comprensión objetiva, o al menos neutral, del mundo material. Los humanos somos seres materiales, así que la ciencia es un intento de entendernos de esa forma.
Pero los humanos también somos complejos. Somos personas, en el sentido de que nuestra complejidad emergente ha producido en nosotros algo que podría llamarse alma. Recurrimos naturalmente al lenguaje del alma para intentar explicar la dimensión personal emergente de la naturaleza humana. Y la religión, por decirlo negativamente, es parasitaria de esa dimensión. En términos más positivos, la religión es uno de los ámbitos, probablemente el más destacado, en el que nos relacionamos unos con otros y con la realidad a nivel personal.
Uno de los argumentos para ello es que hay que entender a los seres humanos en múltiples niveles. Si sólo se nos entiende con métodos científicos, como organismos materiales, se acaba deshumanizándonos. Si sólo nos entiendes como «seres espirituales», ignorarás nuestra presencia material, de vital importancia.
Por eso, tanto la ciencia como la religión pueden contribuir positivamente a una comprensión completa de lo humano.
¿Podemos tener una visión realmente positiva del progreso sin los conceptos religiosos de ser humano, dignidad y el sistema moral que implica la existencia de una Providencia?
– El progreso depende naturalmente de algún tipo de teleología, de algún tipo de meta. Sólo se puede progresar si se tiene algo hacia lo que progresar.
Ahora bien, creo que es posible tener formas de progreso completamente desprovistas de cualquier marco religioso o espiritual, o incluso moral. Por ejemplo, ¿es mejor tener menos dolor físico que más dolor físico? Y si se avanza hacia que haya menos dolor físico, eso es un tipo de progreso. Así que no creo que la idea misma de progreso dependa totalmente de tener un marco moral o espiritual. Se puede progresar en términos puramente seculares.
Sin embargo, creo que por ser el tipo de criaturas que somos también ansiamos una forma de progreso moral y espiritual.
Nuestra civilización occidental ha progresado increíblemente a lo largo de los siglos, tanto en ciencia como en religión. ¿Existe alguna correlación entre estos dos ámbitos que pueda explicar este progreso?
– Sin duda, la ciencia, como tecnología e ingeniería, ha transformado la faz de la tierra y la vida humana en un periodo de tiempo relativamente corto. Y el mundo es abrumadoramente religioso, y probablemente lo será más, en el siglo XXI.
Ahora bien, la política, que tiene muy mala fama hoy en día, probablemente sea más importante que la ciencia o la religión como vehículo de progreso. Un ejemplo de ello es la erradicación de la enfermedad del cólera en el siglo XIX. La comprensión científica de la enfermedad y el deseo humanitario de erradicarla, que a menudo procedía de un impulso religioso, se coordinaron a través del gobierno y el Estado, a través de la política, y entonces el cólera se erradicó por completo.
Tanto la ciencia como la religión contribuyen, pero muy a menudo requieren coordinación pública a través de la política para lograr ese progreso.
Ha hablado en ocasiones de ciertas revoluciones científicas que tenían una base teológica. ¿Cómo se entrelazan la ciencia y la religión sin pisarse la una a la otra?
– Hay que tener en cuenta que la ciencia y la religión, tal y como las entendemos hoy, son términos bastante modernos. Si retrocedemos unos doscientos años, la gente hablaba de ciencia y religión, pero no lo hacían como lo hacemos nosotros.
En el Reino Unido, hasta mediados del siglo XIX, existía un solapamiento muy importante, desde el punto de vista social, conceptual e intelectual, entre la ciencia y la religión. Una de las razones por las que había tensión y conflicto entre la ciencia y la religión en esta época eran los dos magisterios diferentes, que estaban socialmente distanciados. Y desde entonces la cuestión ha sido cuál es la relación entre ciencia y religión. Algunos sostienen que son magisterios totalmente separados, uno se ocupa de los hechos y el otro de los valores. Por lo tanto, no pueden superponerse.
Se pueden delimitar los distintos magisterios. Sin embargo, mi argumento es que en un área muy importante se solapan, y es en lo referente a nosotros, los seres humanos. Cuando se trata de nosotros, no es tan fácil distinguir entre hechos y valores.
Así pues, la tensión actual proviene de la perspectiva de que, en determinadas cuestiones, tanto la ciencia como la religión tienen un papel muy pertinente que desempeñar. Y eso requiere una negociación cuidadosa. No basta con decir que están separadas. Cuando hablamos de inteligencia artificial o ingeniería genética, aborto o prolongación de la vida, todas estas cosas son cuestiones científicas importantes en nuestro siglo. Pero también se está entrometiendo en la idea de lo que significa ser humano y esa es una cuestión profundamente religiosa.
¿Por qué escribió su libro “Magisteria: The entangled histories of science and religion” (de momento, solo disponible en inglés)? ¿Cuál era la idea que había detrás?
– Llevo unos quince años trabajando en temas de ciencia y religión. Soy muy consciente de que la opinión pública por defecto es que ambas están en conflicto y que, históricamente, siempre lo han estado. Se trata de una narrativa que nace de finales del siglo XIX, de un periodo de tensión, y en particular de historias muy influyentes acerca de la ciencia y la religión que sostenían que la relación entre ambas ha sido durante mucho tiempo un conflicto perpetuo.
En el mundo académico, la disciplina de la historia de la ciencia y la religión es relativamente nueva. El mundo académico ha dado un vuelco total a esa imagen, demostrando que la relación es mucho más compleja y mucho más positiva de lo que admite el mito popular. Pero nunca se ha filtrado al gran público. Hace unos años hice una serie en la BBC contando la historia, y «Magisteria» fue el libro que se publicó a raíz de ella.
Hace siglos, muchos científicos eran cristianos, pero hoy en día, los nombres más populares en las áreas científicas se declaran ateos. ¿Cómo explicaría este cambio?
– En realidad, el panorama es mucho menos dramático y emocionante. No es que los científicos hayan dejado de ser religiosos, sino que la sociedad es mucho menos religiosa. La tendencia general es que la proporción de científicos religiosos es aproximadamente igual a la proporción de personas religiosas en el país. O más exactamente, es aproximadamente igual a la proporción de personas religiosas de la clase socioeconómica de la que proceden los científicos. En términos generales, los científicos de una sociedad son tan religiosos como la propia sociedad.
Usted forma parte de un proyecto llamado “Theos Think Tank” ¿Por qué nació esta unión de expertos en religión y sociedad? ¿Cuál es su finalidad?
– Somos un grupo de reflexión cristiano, llevamos ya diecisiete años funcionando. Fuimos fundados con el apoyo del arzobispo de Canterbury y del arzobispo católico de Westminster, pero no estamos afiliados a ninguna confesión en particular. Existimos para contar una historia mejor sobre el cristianismo, concretamente sobre la fe en general, en la vida pública contemporánea.
Una historia mejor en dos sentidos: mejor en el sentido de más precisa, ya que la investigación está en el centro de lo que hacemos; pero también mejor en el sentido de más atractiva y coherente.
A través del proyecto «Theos Think Tank» ha hablado de la relación que existe entre belleza, ciencia y religión. ¿Qué puede decirnos de esta correlación entre los tres elementos?
– Aquella investigación formaba parte de un proyecto más amplio que inició la Universidad Católica de América. Yo hice una pequeña parte de la investigación en el Reino Unido, porque me interesaba especialmente la estética.
La regla general es que existe cierta resonancia profunda entre lo verdadero y lo bello. Algunos investigadores famosos sí piensan que la belleza es una guía hacia la verdad. Eso tiene mucha resonancia, pero en algunos científicos más que en otros. Los físicos son más propensos a decirlo. Y también depende de una comprensión particular de la belleza, que es estéticamente un poco cuestionable. Trata la belleza como sinónimo de elegancia, simplicidad y simetría. Y muchos teóricos de la estética creen que esa no es una definición especialmente acertada de la belleza.
Así que la investigación fue un intento de saber cuánta repercusión tiene esta idea. Y la respuesta es que había alguna, pero muy matizada. La belleza puede utilizarse como heurística en los esfuerzos científicos, pero si es así, hay que manejarla con sumo cuidado.
¿Cuál es nuestra responsabilidad como cristianos ante la ciencia?
– La respuesta corta es celebrar y apoyar. La respuesta larga es atender con cuidado a lo que ocurre, porque en cierto sentido no existe la ciencia, existen los científicos. Hay momentos en la historia en que los cristianos se han opuesto firmemente a la ciencia y se han equivocado totalmente, y hay otros momentos en los que tenían toda la razón. Así que la respuesta más larga es examinar con cuidado porque no toda la ciencia es igual.
¿Cree que la religión sirve para marcar los límites de la ciencia? ¿Son necesarios estos límites?
– Lo primero que hay que decir es que se puede limitar absolutamente la ciencia sin religión, y hay ejemplos de sociedades ateas que limitaban la ciencia, de forma bastante equivocada, pero no había ningún problema en limitar la ciencia. Del mismo modo, hay innumerables comités de ética en todo el mundo que cuestionan y ponen límites a la práctica de la ciencia hoy en día.
En términos generales, estoy muy a favor de investigar a través de la ciencia. Los límites deben estar en cómo lo hace uno, más que en el hecho de hacerlo. Y luego lo que es crucial son los límites en el uso de lo que uno hace con la información que adquiere.
Así que, sí, debería haber algunos límites en la ciencia, pero deberíamos hacerlo tentativamente.
Usted es una persona con una amplia perspectiva en lo que se refiere al diálogo entre religión y ciencia. Conociendo todos los avances que se están produciendo, ¿siente esperanza o miedo cuando piensa en el futuro?
– Esa pregunta casi siempre se responde sabiendo qué tipo de persona eres. No soy optimista por naturaleza, por lo tanto no soy optimista sobre el futuro, pero eso dice más de mí que del porvenir.
Pero para ser más preciso, no me preocupa que la inteligencia artificial llegue a ser consciente y sensible. Lo que me preocupa es la forma en que la IA será utilizada por actores nefastos que deseen manipular la realidad. No me preocupa tanto lo que las nuevas tecnologías puedan hacernos, sino lo que otros seres humanos puedan hacernos con las nuevas tecnologías.