El pasado 11 de marzo casi diez mil personas se unieron en La Nueva Cubierta de Leganés para rendir homenaje a Ignacio Echeverría, el conocido como el ‘héroe del monopatín’. Y junto a él a todas las víctimas del terrorismo, pues el propio Ignacio fue una más de esas víctimas del terror yihadista.
Lo que se vivió en esta jornada merece la pena una reflexión que va más allá de los números. Los casi siete mil alumnos, en su gran mayoría de Religión, que abarrotaron la plaza de toros por la mañana y los más de tres mil que acudieron por la tarde, fueron no sólo testigos de un espectáculo musical, sino participantes de un acontecimiento especial.
En primer lugar por algo tan importante como es rendir honor a las víctimas del terrorismo. La Asociación de Ayuda a las Víctimas del 1M organizaba este acto junto con la Delegación de Enseñanza de la Diócesis de Getafe. Y juntos quisieron hacer de esta fecha tan dolorosa un auténtico canto de esperanza. Desde el recuerdo y la memoria, gracias a los jóvenes actores, se mantuvo fresca y actual la historia de las víctimas del terrorismo. Algo especialmente importante de cara a las nuevas generaciones. No en vano ninguno de los jóvenes que abarrotaban la plaza había nacido cuando hace dieciocho años se produjo el atentado del 11 de marzo que conmocionó a toda España.
Rendir homenaje y dar calor a las víctimas del terrorismo es mucho más que hacer memoria de un acontecimiento histórico. Es descubrir en esas personas que han sabido superar el dolor y el deseo de venganza lo mejor de nuestra sociedad. En cada una de sus historias de superación reconocemos que en verdad la última palabra no la tiene el odio, que la última palabra la tiene el amor.
Y por ello es tan significativo que el protagonista del musical sea un auténtico héroe, reconocido así por toda la sociedad española. Todos hemos sabido ver en su acción de poner en riesgo la vida por salvar a una joven que estaba siendo acuchillada, algo verdaderamente noble que merece la pena ser alabado. No importa la edad, la ideología, el lugar de donde seamos, Ignacio representa para todos los españoles lo mejor de nosotros mismos.
Por eso este acto no ha consistido sólo en rendir homenaje a un héroe, sino que ha sido una propuesta a todos los jóvenes. También ellos pueden ser ‘otro Ignacio’, también en su corazón duerme agazapado un héroe.
Ignacio es un héroe. Y la propuesta educativa revolucionaria que se podía leer en una pancarta es descubrir que todos podemos ser auténticos héroes. Un heroísmo que empieza en el día a día, en nuestra vida corriente, en los valores que sostienen nuestro quehacer cotidiano. Porque Ignacio, como se cantaba en el musical ‘Skate Hero’, es ‘uno de los nuestros’. Proponer a los jóvenes el heroísmo es un atrevimiento que responde a las aspiraciones más profundas de su ser.
Así lo ha descrito la pedagoga Catherine L’Ecuyer en un reciente artículo:
‘El héroe heredero de la educación clásica es consciente que un ideal es algo que se conquista poco a poco, cada día, a través de la búsqueda de la mejora de uno mismo. Uno no es héroe en las cosas grandes, si antes no lo ha sido en las cosas pequeñas. El verdadero héroe huye de la cobardía, no confunde difícil con utópico. Es consciente de que hay bienes más altos, que nunca están sujetos a concesiones y que la función de un ideal es la de apuntar más allá de las posibilidades actuales.’
Cuesta no pensar en Ignacio Echeverría cuando se lee esta descripción del héroe.
Vivimos en una educación que no propone el heroísmo a los jóvenes. Si al fin de al cabo la finalidad de la educación es encontrar un puesto de trabajo n hay mucho margen para el heroísmo. O si su finalidad es un cambio cultural y social colectivo, como ocurre en la LOMLOE, el componente de compromiso personal queda diluido. Por eso fue tan importante y revolucionario lo que vivimos el pasado once de marzo en la Cubierta de Leganés. Porque hubo un grupo de profesores que se arriesgaron a decirles a sus alumnos que se puede amar sin límites, amar hasta el final, amar hasta dar la vida. Y que ese cambio empieza por uno mismo en la vida ordinaria.
Y algo de eso se respiraba alrededor de este acto. Personas y grupos distintos se sintieron atraídos por este ejemplo de nobleza y pusieron todas sus capacidades para que saliese adelante este evento. Influencers, parroquias, profesores, fundaciones, familias, jóvenes… vivieron una verdadera experiencia de sinodalidad y caminaron juntos hacia la Cubierta de Leganés tras las huellas de este joven abogado católico valiente.
Decía el genial escritor británico J.R.R. Tolkien que la historia es como un gran fracaso con ocasionales vistas del triunfo final. Ignacio nos muestra el gran triunfo final. Y este once de marzo pudimos tener una vista ocasional que nos permite atisbar para lo que está hecho el corazón humano.