Mónica Santamarina es la nueva presidenta de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), que ella misma define como “una gran red de mujeres católicas”. No solo eso, es la “única asociación pública internacional de fieles en la Iglesia católica que representa a las mujeres”.
Como explica la propia UMOFC en su web, esta organización tiene la misión de “promover la presencia, participación y corresponsabilidad de las mujeres católicas en la sociedad y en la Iglesia, para que puedan cumplir con su misión evangelizadora y trabajar por el desarrollo humano”.
En esta entrevista con Omnes, Santamarina habla sobre cómo defender el papel de la mujer sin caer en extremismos, el encuentro que hubo con el Papa y responde a una de las preguntas más difíciles del momento: ¿Qué es una mujer?
¿Cuál es la importancia de una institución como la UMOFC?
– Para ver la importancia de la institución creo que lo primero es fijarse en que tiene casi 100 organizaciones y está presente en cerca de 60 países. Representamos a más de ocho millones de mujeres, lo cual te da la magnitud de las posibilidades que tiene esta institución.
En el órgano ejecutivo de la UMOFC lo que hacemos es ver las necesidades que tienen nuestras mujeres en la base, qué necesidades tienen sus comunidades, las necesidades de formación. Nosotros tratamos de generar los instrumentos para responder a esas necesidades.
Por otro lado, la importancia de la UMOFC reside en la manera en la que la voz de las mujeres puede llegar a instituciones y organismos internacionales. Estamos en ECOSOC, en el Consejo de Derechos Humanos, en la FAO, el Consejo de Europa, en la UNESCO…
Y podemos llegar también a los Dicasterios y decir lo que las mujeres del mundo están viviendo, lo que piden y, a la vez, para preguntar qué necesita la Iglesia de las mujeres. Queremos establecer un diálogo en sinodalidad, escuchándonos, trabajando juntos.
Las mujeres necesitamos tener mayor participación pero también necesitamos estar mejor formadas. En fin, con todo este diálogo y representatividad tenemos la oportunidad de dar voz a quienes no la tenían.
Trabajamos muy de cerca con los dicasterios, especialmente con el dicasterio para los laicos, la familia y la vida, y tan cerca como podamos de nuestras mujeres. Tratamos de llegar hasta la base. Creo que eso es lo más rico e interesante de la UMOFC, especialmente en esta época.
Dentro de esa dinámica de diálogo, ¿cuáles considera que son las grandes aportaciones que las mujeres, desde su feminidad, pueden hacer a la Iglesia?
– Muchísimas. La visión femenina de las cosas es distinta a la perspectiva del varón, por lo que tenemos que trabajar juntos, de la mano. Recíprocamente y corresponsablemente. Dentro de la Iglesia, la mayoría de miembros activos son mujeres, pero muchas veces no se escucha nuestra voz.
¿Quiénes están más cerca de los matrimonios y de los hijos? ¿Quiénes viven más la pobreza y la violencia? Somos las mujeres. Por eso, tenemos una misión importantísima en este aspecto dentro de la Iglesia. Una misión que hemos cumplido pero debemos cumplir mejor de la mano de los hombres.
Es época de trabajar juntos, cada uno en su papel porque todos los papeles son importantes. Todos somos corresponsables.
¿Cómo podemos defender la figura y el papel de la mujer sin caer en posturas radicales?
– Es todo un reto que se nos presenta. Creo que lo primero es fijarnos en la guía que son el Magisterio y el Papa. Si tenemos esa guía clara, la escuchamos, la entendemos y la estudiamos, no nos perdemos. La Iglesia nos enseña y nos da los instrumentos para que todos podamos participar en las decisiones que se van tomando. Por lo tanto, una primera cosa esencial es orientarnos.
Si queremos cambios en la Iglesia hay que cambiar a la Iglesia desde dentro, no desde fuera. Esto no es un pleito, una polarización. Tenemos que aprender a escucharnos, a acercarnos en lo común.
Lo importante es no perder la guía, estar dentro de la Iglesia y del Magisterio. Y también participar más en la creación de ese Magisterio, para lo cual tenemos que estar más preparadas.
¿Cómo podemos, en el día a día, promover la presencia y participación de la mujer en la Iglesia?
– En primer lugar, la mujer tiene que creerse lo que vale. El primer problema es que a veces no nos valoramos, no reconocemos nuestro valor. Tenemos que ser conscientes de todo lo que Dios nos dio, que tenemos una gran dignidad, igual a la de los hombres. También debemos entender que tenemos una visión distinta a ellos y que por eso somos complementarios. La idea no es quitar a los hombres para entrar nosotras, eso no funciona. Tenemos que trabajar juntos, si no, no podemos avanzar.
La mujer tiene que prepararse, debe estar cada vez más preparada en Teología, Educación y en todos los ámbitos, incluso en el pastoral. Es importante que adquiera formación, que tenga herramientas para hablar en público. En estos aspectos existe una brecha muy grande que la pandemia ha empeorado.
Pero la mujer también tiene que ser valiente para hablar y tomar su lugar. No solo eso, tiene que pedir que se lo den. Hay que pedirlo con respeto pero, a veces, hay que pedirlo con voz fuerte. No se trata de gritar, sino de pedirlo firmemente. Tenemos un lugar que no estamos ocupando y no es una cuestión de culpas.
Es todo un proceso que debemos seguir, pero evitando los extremismos. Los extremismos no resuelven nada, te llevan a salirte de los márgenes que el Magisterio marca. Te impulsan a intentar cambiar la Iglesia desde fuera, en vez de hacerlo desde dentro. Todos los grandes cambios se han producido desde dentro.
Hay una pregunta que es muy popular ahora que queremos hacerle para que usted responda como desee: ¿Qué es una mujer?
– Una mujer es una criatura maravillosa de Dios, que tiene una gran capacidad de dar amor. Las mujeres tenemos una gran capacidad para darnos, por ejemplo, cuando hablamos de maternidad, que no tiene que ser necesariamente física sino que también es espiritual.
Yo siempre doy gracias a Dios por ser mujer. No quiero pelearme con los hombres. Tengo hijos e hijas, nietos y nietas. Aprecio enormemente el valor de cada uno.
Ahora, ser mujer implica que tienes una vocación determinada que te llama a estar cerca de los otros. Por tu misma manera de ser tienes una sensibilidad especial para escuchar, para entender al que está sufriendo, para acercarte al otro, para dialogar. Podemos cuidar al otro, cuidar a la humanidad.
Hombres y mujeres ven las cosas de manera diferente y eso enriquece mucho a la Iglesia. Todos tenemos la misma dignidad, pero formas muy distintas de hacer las cosas que tenemos que hacer complementarias.
Para mí una mujer es una criatura de Dios que tiene enormes posibilidades, con valores enormes. Dios nos creó muy bien, pero nos lo tenemos que creer. Debemos estar seguras de que valemos muchísimo y que siempre podemos mejorar.
El Papa Francisco ha trabajado mucho por involucrar más a las mujeres en la Iglesia. La UMOFC se reunió hace poco con él, ¿puede contarnos algo de este encuentro?
– Fue un encuentro precioso. Vinieron unas 1600 mujeres con sus familias. En UMOFC siempre hemos querido mucho al Padre, sentimos un gran cariño por el Papa Francisco y la gente estaba muy emocionada.
Agradecimos al Papa todo lo que ha hecho por las mujeres y por la Iglesia. Le presentamos los resultados de los últimos proyectos del Observatorio, que sabemos que es algo que le gusta porque nos dedicamos a hacer visibles a las invisibles. Le dimos los resultados de los proyectos en Latinoamérica y en África, y del proyecto de Sinodalidad y mujeres. Le gustó mucho y nos conminó a seguir trabajando, a seguir viviendo en plenitud nuestra feminidad.
Yo creo que tenemos que hacer que nuestras hijas, nuestras nietas y la gente joven se sienta orgullosa de ser mujer. Es algo que hemos perdido un poco, pero ¿por qué no nos vamos a sentir orgullosas de ser mujeres? El Papa nos pidió que nos entreguemos al Evangelio con la cabeza, con las manos, los pies y con todo lo que tengamos.
Francisco nos dijo que vayamos a la asamblea, que discutamos, hasta pelear un poco, pero que tenemos que dialogar. Nos animó a seguir adelante con el Observatorio, que es un mecanismo a través del cual la Iglesia está aprendiendo. El primero al que enseñamos los resultados es al Dicasterio.
Creo que fue un encuentro muy amoroso. Al Papa se le veía muy contento. Todo esto ayuda mucho y realmente pudimos ver a Francisco como nuestro padre, como un guía.
Como presidenta de la UMOFC, ¿qué proyecto actual le hace más ilusión?
– El Observatorio me hace ilusión que siga y que se consolide, porque está dando muchos frutos. La mujer está siendo escuchada y atendida, estamos haciendo ruido. Es un trabajo para todas las mujeres, no solo las de UMOFC.
Me hace mucha ilusión trabajar mucho para formarnos en la sinodalidad y la formación de las mujeres en general. Particularmente, queremos hacer a la UMOFC atractiva para las mujeres jóvenes. Necesitamos acercarnos a ellas, tener la flexibilidad y los mecanismos para ir hacia ellas.
Queremos rescatar el camino de la familia, de la maternidad y la paternidad. En los medios de comunicación, en este mundo polarizado, todo parece malo y la gente ya no se quiere casar. Hay miedo al compromiso porque ya no se ve como algo hermoso. Queremos rescatar la belleza del camino matrimonial. Evidentemente, también queremos quedar a las mujeres solas y su belleza, hay mujeres que por circunstancias diversas se han quedado solas y queremos darles una atención especial.
Otro tema fundamental para mí es el de los migrantes, queremos construir un nuevo futuro con los migrantes y los refugiados. Es un día que hoy tenemos que trabajar mucho.
Por otro lado, estamos en el año de la sinodalidad y tenemos que estar metidas ahí metidas hasta el fondo. Es una oportunidad para formarnos todas.
¿Qué mensaje quiere dar a las mujeres jóvenes de la Iglesia?
– No perdáis la esperanza, la Iglesia y el Señor os están esperando. El Señor está con vosotras, la Iglesia está con vosotras. Acercaos a Dios por el camino que tengáis más cercano. Buscadnos, que nosotras también os buscaremos. Intentad dialogar, decidnos vuestras necesidades y vuestros miedos. Hablad.
Tenéis que saber que sí se puede ser feliz, se puede ser feliz siguiendo a la Iglesia. Se puede ser feliz, incluso con todo lo que estamos viviendo. Es un reto, pero el mundo lo tenéis que cambiar vosotras. Este es vuestro mundo y tenéis que decidir el tipo de mundo que queréis.
Procurad el diálogo, acercaos. El diálogo intergeneracional es muy rico. Vosotras nos enseñáis mucho y nosotras también podemos enseñaros. Tenemos mucho que aportarnos y juntas podemos crecer mucho.
Insisto, no perdáis la esperanza. Recuperadla.