Ecología integral

Moral de la vida

Frente a quienes siguen sospechando de su postura sobre la cuestión ecológica, como si se tratara de una concesión a los valores del “progresismo cultural”, el Papa vuelve a recordar que el cuidado de la naturaleza lleva consigo lo que él denomina "ecología integral", que incluye tanto el cuidado del ambiente como, y principalmente, el de los seres humanos.

Emilio Chuvieco·9 de marzo de 2022·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Hace unos años reflexionaba el papa Benedicto XVI sobre la diferente actitud que la sociedad contemporánea tenía ante las posturas morales de la Iglesia. Por un lado, hay cuestiones donde se produce una convergencia completa con lo que podríamos llamar la “sensibilidad actual”, como sería el caso del cuidado de las personas vulnerables, la búsqueda de la justicia y la paz, o el respeto al medio ambiente; por otro, un rechazo bastante extendido a los temas concernientes a la moral sexual o al inicio y final de la vida.

Hace unos años también, tras el discurso que dirigió el papa Francisco en el parlamento europeo, el entonces líder de Podemos, allí presente, indicaba que había dado varios “likes” a las palabras del Papa en algunas cuestiones (su crítica al modelo económico vigente), mostrando su rechazo a otras (su defensa de la vida del no nacido). Ahora bien, si respondieran con sinceridad los que están en el espectro político opuesto, tendrían seguramente la misma divergencia (en sentido contrario, desde luego), aunque quizá no se atrevieran a criticar abiertamente al Papa en esos temas sociales donde, en el fondo, les parece “sospechosamente progresista”.

Esta doble actitud ante la moral está muy extendida. A mi modo de ver, radica en una confusión sobre la visión antropológica de la Iglesia, y por tanto del Evangelio, que considera la moral como una consecuencia de la forma en que los seres humanos –y por ende las demás criaturas- hemos sido creados por Dios. Y eso implica tener en cuenta en el juicio moral las dimensiones que configuran la persona humana, la biológica, la social y la racional-espiritual. Por otra parte, son dimensiones no exclusivas del creyente, ya que la han compartido otros muchos filósofos morales a través de la Historia, desde Aristóteles hasta Cicerón, que también han aceptado la ley natural como fundamento del juicio moral, aún sin considerarla de origen divino.

El concepto de ecología integral

Me venían a la cabeza estas ideas leyendo el último libro del papa Francisco (“Soñemos juntos. El camino a un mundo futuro mejor”, 2020). Frente a quienes siguen sospechando de su postura sobre la cuestión ecológica, como si se tratara de una concesión a los valores del “progresismo cultural”, el Papa vuelve a recordar que el cuidado de la naturaleza (de la Creación, en términos cristianos) lleva consigo lo que él denomina «ecología integral», que incluye tanto el cuidado del ambiente como, y principalmente, el de los seres humanos.

Para el Papa Francisco, esa visión supone “mucho más que cuidar de la naturaleza; es cuidarnos los unos a los otros como criaturas de un Dios que nos ama, y todo lo que eso implica. Es decir, si pensás que el aborto, la eutanasia y la pena de muerte son aceptables, a tu corazón le va a resultar difícil preocuparse por la contaminación de los ríos y la destrucción de la selva. Y lo inverso también es cierto. Así que, aunque la gente siga sosteniendo vehementemente que son problemas de un orden moral distinto, mientras se insista en que el aborto está justificado, pero no la desertificación, o que la eutanasia está mal, pero la contaminación de los ríos es el precio del progreso económico, seguiremos estancados en la misma falta de integridad que nos llevó a donde estamos. Creo que el Covid-19 está dejando esto en evidencia para el que tenga ojos para ver. Este es un tiempo para ser coherentes, para desenmascarar la moralidad selectiva de la ideología y de asumir plenamente lo que implica ser hijos de Dios. Por eso creo que la regeneración de la humanidad debe empezar con la ecología integral, una ecología que tome en serio el deterioro cultural y ético que va de la mano con nuestra crisis ecológica. El individualismo tiene consecuencias” (p. 37).

Creo que no se puede decir mejor lo que supone que ambas dimensiones de la moral natural vayan de la mano, que cuidar la naturaleza y cuidar a las personas no es una disyuntiva, sino más bien dos caras de la misma moneda, tanto porque como humanos también somos naturaleza, como porque la naturaleza es nuestra casa y necesitamos que esté limpia para seguir habitando en ella.

Algunos católicos que siguen viendo dicotomías en ese concepto integral de la moral, aseguran que no tiene sentido tener preocupación ecológica defendiendo, a la vez, la eliminación de seres humanos en gestación.

Estoy de acuerdo.

Pero tampoco lo tiene, como indica Francisco, defender la vida humana y despreciar la del resto de las criaturas. Todo es parte de lo mismo, y hasta que no sepamos integrarlo en una moral común, lo que podríamos llamar “moral de la vida”, será difícil que salvemos la disfunción a la que antes hacía referencia. Una moral de la vida que se ancla en la ley natural (en el sentido clásico y en el más reciente de naturaleza), y permite extenderlo a todo tipo de personas, ya sean creyentes o no.

Una idea no tan novedosa

Esta idea del Papa Francisco no es nueva. Ya estaba claramente indicada en sus escritos previos (empezando por la encíclica Laudato si), y enlazando con el Magisterio de los pontífices que le han precedido.

Basta indicar algunos párrafos significativos de San Juan Pablo II. Por ejemplo, al final de su mensaje para la jornada mundial de la paz de 1990, nos indicaba: “El respeto por la vida y por la dignidad de la persona humana incluye también el respeto y el cuidado de la creación, que está llamada a unirse al hombre para glorificar a Dios (cfr. Sal 148 y 96)».

De la misma forma, indicaba en la encíclica Centesssimus annus: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado» (n. 38).

Asimismo, Benedicto XVI dedicó una sustancial parte de su magisterio a tratar la cuestión ambiental. En la Caritas in veritate, nos indicaba que «es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral» (n. 51).

Para subrayar la coherencia entre esas dos formas de entender la ecología afirmaba en el mensaje para la jornada mundial de la paz de 2007: «La humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa» (n. 8).

En pocas palabras, si realmente somos coherentes con la moral que dimana de la ley natural (y en última instancia, para un cristiano, del designio creador de Dios), deberíamos cuidar la naturaleza, tanto la humana como la ambiental.

Es preciso que la Bioética y la ética ambiental se fundan en un conjunto de principios comunes, válidos para rechazar a la vez la manipulación indiscriminada de un embrión humano y de una especie vegetal o animal. Establecer enfrentamientos entre ellas resulta artificial y pernicioso para ambas.

Por eso, como indicaba Francisco en la Laudato si, la solución a los problemas sociales y ambientales: “requiere una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» (n. 139).

No se trata de elegir entre salir de la miseria y respetar el ambiente, sino de promover un desarrollo integral, que tenga en cuenta el bien de las personas y el del ambiente en el que se encuentran, por su propio bienestar y el de los demás seres vivos, que nos acompañan en este regalo maravilloso que hemos recibido de Dios Creador.

El autorEmilio Chuvieco

Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá.

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