Para conocer la disciplina de los grecocatólicos sobre el celibato y las orientaciones que puedan resultar de su experiencia, hemos acudido a Mons. Ladislav Hučko, Exarca Apostólico para la República Checa. Nació en Prešov (Eslovaquia oriental) en una familia donde se habían sucedido las generaciones de sacerdotes casados. Excluido de los estudios teológicos por los comunistas, se doctoró en Física, y más tarde se ordenaría sacerdote. Ha sido formador de seminaristas. Es también doctor en Teología y profesor de Teología dogmática. Ordenado obispo en 2003 en Praga, ha sido Secretario General de la Conferencia Episcopal Checa.
En la conversación que sigue, Mons. Hučko explica la regulación del celibato en las Iglesia orientales; apunta los aspectos positivos y negativos, tal como los muestra la experiencia; y, entre otras cosas, avanza la propuesta de que se amplíe el espacio concedido al celibato, a la vez que se favorece la vida común de los sacerdotes.
¿Cuál es la disciplina del celibato en la Iglesia grecocatólica?
—La disciplina sobre el celibato en la Iglesia grecocatólica (que se unió a la Iglesia latina por medio de la Unión del año 1596) se rige por los mismos principios que en la Iglesia ortodoxa actual, si bien no es fácil comparar- las con exactitud, porque las formas prácticas pueden ser diferentes. Sin embargo, esa disciplina consiste básicamente en que se pueden ordenar hombres casados, pero ya no se pueden casar los célibes ordenados.
Se plantea un gran problema cuando la mujer muere o abandona al sacerdote; entonces, la situación se soluciona caso por caso. Si muere la mujer… el sacerdote puede ser reducido al estado laical y casarse de nuevo. Y si lo abandona, la situación es peor, porque el matrimonio es válido.
¿Por qué se señala que los obispos (entre los grecocatólicos, los eparcas y exarcas) deban ser célibes? ¿Hay algún motivo teológico o práctico?
—Ni lo uno ni lo otro. Es consecuencia del desarrollo histórico. Probablemente estamos de acuerdo en que es más fácil elegir el celibato (al menos en ese momento concreto) que dar la vida por la fe, por fidelidad a Cristo, como era frecuente en los primeros siglos de cristianismo. Después de que la
religión cristiana alcanzar la libertad en el siglo IV, muchos sustituyeron el martirio de la sangre por el sacrificio por Cristo en su ser- vicio exclusivo. San Pablo también escribe con claridad sobre eso, diciendo que para el cristiano o la cristiana es mejor quedarse soltero que casarse (entonces se pensaba que la segunda venida de Cristo estaba cerca). Y eso por varias razones, que no eran solamente prácticas.
Los primeros concilios exigían el celibato de los sacerdotes y de los diáconos. Tras la división del Imperio romano en un Imperio oriental (sobre bajo la influencia de Constantino el Grande) y un Imperio occidental (Roma) comenzaron a imponerse diferentes influencias culturales y civilizatorias en cada una de las dos zonas. En Occidente gobernaba un emperador más débil, y allí el Papa asumió el poder y el gobierno progresivamente, y le reconocía todo el mundo cristiano, aun- que no siempre en la misma medida ni con el mismo grado de obediencia. Por su parte, en Constantinopla imperaba un soberano y se implantó el modelo que hoy llamamos cesaropapismo. Por ejemplo, entre otras cosas, el césar decidía también sobre quién había de ser arzobispo, y más tarde patriarca. Por lo que se refiere al celibato eclesiástico, el cardenal Alfons M. Stickler lo estudia de manera muy científica en una publicación (Der Klerikerzölibat. Seine Entwicklungsges- chichte und seine theologischen Grundlagen, Taschenbuch, 23 de julio de 2012; traducción checa: O církevním celibátu. Jeho dějiny a teologické základy, Conferencia Episcopal Che- ca, Praga 2008); en lo sucesivo me basaré en sus datos y argumentos. Los primeros testimonios expresos sobre la continencia de los clérigos proceden de los Papas Siricio (carta del Papa Siricio a Anicio, obispo de Tesalónica, el año 392; también, a la pregunta sobre la continencia obligatoria de los clérigos mayores, en la carta Directa del año 385 Siricio responde que muchos sacerdotes y diáconos, que engendran hijos también después de la ordenación, actúan contra una ley inviolable que obliga a los clérigos mayores desde el comienzo de la Iglesia) e Inocente I. El Papa León Magno, en 456, escribe sobre esta cuestión al obispo Rústico de Narbona: “La ley de la continencia es igual para los servidores del altar (diáconos) que para los sacerdotes y los obispos…”. Por tanto, es seguro que la continencia se exigía desde el comienzo (aunque había sacerdotes y diáconos casados antes de la ordenación), pero después de la ordenación ya no se les permitía hacer uso del matrimonio. De ahí que cuando se publica en algún lugar que este o aquel santo obispo era casado, es cierto, pero eso sólo en cierta medida y hasta cierto momento. Que hoy haya sacerdotes orientales casados es una consecuencia de esta praxis de que se ordenaban hombres casados, que luego no podían hacer uso del matrimonio. Después de un cierto tiempo, sin embargo, lo cambió el II Concilio trullano en el año 691. Este II Concilio trullano, o Quinisexto, fue un concilio sólo de la Iglesia bizantina. Lo convocaron y asistieron a él sus obispos, fue promovido por su autoridad y se apoyó decididamente en la autoridad del César. La Iglesia occidental nunca ha reconocido este concilio como ecuménico, y eso a pesar de los repetidos intentos y la presión ejercida por parte del César. La Iglesia romana reconoce los cánones del trullano como un derecho particular que se tomaba en consideración sin reconocerlo más que en lo que no contradice la praxis ro- mana vigente, a pesar de que para los investigadores es claro que los textos del Sínodo de Cartagena del año 419 que emplea estaban manipulados y se usaron en sentido contrario al significado original. En consecuencia, de acuerdo con las conclusiones del Concilio trullano los obispos siguieron siendo celibatarios obligatoriamente (si estaban casados, tenían que separarse de su mujer…), pero lo sacerdotes podían estar casados y continuar viviendo con su esposa también después de la ordenación. Es decir, podían estar casados antes de la ordenación, pero no podían casar- se después de la ordenación. La diferencia entre la praxis de la Iglesia oriental y la occidental se basa también en diferentes razones prácticas y teológicas. En la Iglesia oriental el sacerdote era desde el principio (aunque a muchos no les gusta oírlo) más administrador de los sacramentos que director espiritual y maestro. Esto lo era sobre todo el obispo. Y el administrador de los sacramentos a menudo se consideraba en la Iglesia ortodoxa más un funcionario o gestor que un padre espiritual. Por eso lo eran los monjes, los religiosos, entre los que luego se escogían los candidatos a obispo.
Entonces, ¿puede decirse que la exclusión de la posibilidad de que contraigan matrimonio los sacerdotes ya ordenados, obedece a una razón puramente disciplinar?
—Hacerlo estaría en contradicción con la historia y con la praxis tanto de la Iglesia oriental originaria como de la Iglesia occidental. No se ha hecho hasta que lo introdujeron las Iglesias protestantes separadas.
La admisión al sacerdocio de un hombre casado, ¿depende solamente de la decisión personal del candidato?
—La admisión de un hombre casado al sacerdocio depende de su preparación, de su nivel espiritual y de sus estudios, y está regulada por las necesidades, así como por las exigencias, del Derecho canónico oriental (el Código de Cánones de las Iglesias Orientales). Como norma general, una persona joven primero se prepara en el seminario durante cinco o seis años, y luego decide si casarse o no. Antes, el obispo y los superiores deciden si es un candidato digno, es decir, si reúne los requisitos morales e intelectuales necesarios. Se intuyen dificultades prácticas en el caso de los sacerdotes casados. Por ejemplo, salvo los dos o tres primeros años, mi abuelo estuvo toda su vida en una parroquia (1913-1951). Y lo mismo sucedía con casi todos los sacerdotes. No se les trasladaba muy a menudo.
Hoy es distinto, pero eso no quiere decir que sea fácil. Durante mis dieciséis años de servicio en Chequia quizá he trasladado a dos o tres sacerdotes, de treinta y cinco.
¿Asume también la Iglesia el sustentamiento de las familias de los sacerdotes?
—No se puede separar una cosa de la otra. Pero a veces es un problema complicado, por lo menos en lo que se refiere a la República Checa. Aquí, por lo general no tenemos nuestras propias iglesias y casas parroquia- les, sino que tenemos que alquilarlas, y las alquilamos a parroquias romano-católicas, pagándoles una pequeña renta, además de una renta para la vivienda parroquial.
Hasta hace poco el Estado pagaba de su presupuesto a los empleados de las parroquias, pero desde que en el año 2013 se llegó a un acuerdo con el Estado en cuya virtud éste restituyó sus propiedades a la Iglesia (a las Iglesias) y continuará pagando durante 30 años más una indemnización por el patrimonio no restituido, las Iglesias deben vivir de sus propias fuentes, aunque durante un tiempo determinado el Estado financiará a la Iglesia durante 17 años con una suma cada vez más reducida.
Es un proceso un poco complicado, y actualmente lo combaten en el parlamento checo los comunistas, que exigen que las indemnizaciones sean gravadas con un impuesto del 19 %. Tienen el apoyo de la actual coalición de gobierno. Bastantes de nuestros sacerdotes, sobre todo los que tienen parroquias más pequeñas, tienen además algún otro empleo para poder mantener a su familia.
Cuando el sacerdote tiene una parroquia grande y con bastantes fieles, ellos también se preocupan de mantener al sacerdote. Un ejemplo: Ucrania. En Chequia cada diócesis tiene a su disposición unas cantidades para sostener a los sacerdotes. Pero si la parroquia es pequeña y nosotros queremos atender a esos determinados fieles, o bien elevamos el salario del sacerdote (no sucede muy a menudo) o bien se busca alguna otra fuente de ingresos. En los últimos tiempos algunos sacerdotes que están en parroquias más pequeñas ayudan además a parroquias de rito latino (que lo necesiten por la escasez de vocaciones) y a cambio reciben una ayuda. Pero antes deben obtener la autorización de la Congregación para las Iglesia Orientales, que se llama la facultad del “birritualismo”. En este sentido, depende mucho de cómo sea de grande la parroquia que tenga el sacerdote. Si es grande y tiene buenos fieles, estos nunca dejan que el sacerdote lo pase mal… Y no sólo eso, sino que aportan a la parroquia en la medida de sus posibilidades.
¿En qué sentido influye lo anterior en el número de vocaciones? ¿Hay vocaciones suficientes?
—Hasta el momento sí, pero no es seguro lo que pasará en el futuro, porque ser sacerdote en las condiciones actuales no es fácil y, aunque a veces pueda parecer más fácil, servir fielmente es más difícil teniendo una familia. Si el sacerdote asume su misión con un planteamiento sincero y piadoso y quiere esforzarse por la santidad, ha de ser un padre santo y un marido santo, a la vez que un sacerdote santo. Tiene dos familias: su familia y la parroquia. Y no todos lo consiguen. O bien da preeminencia a una y descuida la otra… Los que lo consiguen son realmente santos. Y debo decir que en la actualidad no son pocos.
En función de la experiencia, ¿consideran este sistema satisfactorio, o piensan que debe evolucionar en algún sentido?
—Este sistema tiene sus lados débiles, pero en ciertas circunstancias también sus aspectos fuertes. Es objetivo que el sacerdote casado no puede dedicarse a sus fieles tanto como el soltero, y sus deberes familiares con frecuencia también obstaculizan parcialmente su preparación intelectual. Tiene que preocuparse más por alimentar a su familia, sobre todo si tiene varios hijos. En caso de dificultades con los hijos, sufre mucho personalmente, y también la parroquia se ve afectada. Hay dificultades con los traslados a otra parroquia. Muchas veces la familia se ve perjudicada por la ausencia del padre, especialmente durante las fiestas litúrgicas más importantes.
No se puede negar, por otro lado, que en determinadas circunstancias este sistema tiene también una influencia muy positiva sobre los fieles, así como sobre la persona del sacerdote o de la familia. Pero solamente en caso de que como familia den un ejemplo a los demás, a su entorno, de vida cristiana. Sabemos que en los años cincuenta, cuando se forzaba a los sacerdotes a aceptar el paso obligatorio a la Iglesia ortodoxa, a menudo eran precisamente las esposas las que les servían de apoyo para que perseveraran y no firmaran aceptando, y marchaban al exilio con ellos con ánimo dispuesto. Así sucedió en el caso de mi padre.
Es muy positivo también que el sacerdote no vive solo, y no se convierte en un individualista o en una persona solitaria o rara. En la Iglesia oriental (también en la católica) son pocos los sacerdotes que vivan o trabajan en soledad. Bien viven en el celibato, y de estos la mayoría en congregaciones religiosas, o bien en una familia. El hombre es una ser social, y es para él natural vivir con otros, aunque no se puede negar -lo conocemos por muchas biografías de santos, pero también de nuestro mismo Salvador- que dedicar espacios breves de tiempo a la meditación en soledad es muy necesario y provechoso para la dimensión humana de la persona.
El futuro mostrará qué aspecto prevalecerá en la vida en la Iglesia. En mi familia fueron sacerdotes grecocatólicos mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo; y sin duda a partir de esta tradición familiar, cuando yo quería ir al seminario mi padre me decía que si que- ría ser sacerdote (grecocatólico) lo mejor era casarse.
En mi opinión lo ideal sería que, siguiendo la tradición inicial de la Iglesia, se diera mayor espacio al celibato, y a la vez se favoreciera la vida común de los sacerdotes. Y que la eventual ordenación de hombres casados -donde no hubiera suficiencia de sacerdotes- se limitara solamente a aquellos que son ya mayores y cuyos hijos llevan ya una vida independiente, los llamados viri probati. La decisión sobre si volver o no al sistema inicial debería corresponder a los concilios o al Papa.
¿Podría decirnos si rige la misma regulación en las Iglesias ortodoxas?
—La disciplina de los ortodoxos es sustancialmente la misma, aunque entre ellos hay bastantes cosas que son mucho más libres (disciplina matrimonial, confesión en común, preparación intelectual de los sacerdotes…), mientras que en otras son, en cambio, más estrictos (ayunos exigidos, duración de las oraciones…).
Por lo que sé, en la cuestión del matrimonio de los clérigos tienen en principio los mismos principios generales que nosotros. En relación con su praxis concreta no puedo pronunciarme con fundamento suficiente