Entre 1926 y 1929 México vivió unos años de gran tensión. La guerra cristera, entre el gobierno del país y milicias de religiosos católicos, se llevó por delante miles de vidas. En medio de ese conflicto, un pelotón de la policía fusiló al sacerdote José Ramón Miguel Agustín Pro Juárez. Décadas después, la Iglesia católica reconoció en este hombre al primer mártir de la Guerra Cristera en México, y san Juan Pablo II le beatificó en 1988. Por ello, el 23 de noviembre los católicos se unen para recordar la memoria del conocido como beato Miguel Agustín Pro.
Miguel Agustín nació el 13 de enero de 1981 en Guadalupe, México. Hijo de un ingeniero adinerado, recibió junto a sus diez hermanos una educación basada en el respeto y la caridad. A los quince años comenzó a trabajar junto a su padre en la Agencia Minera de la Secretaría de Fomento.
El joven Miguel era colaborador directo de su padre hasta que el ingreso de una de sus hermanas en el convento le obligó a pararse en seco. La vocación de su hermana le impulsó a replantearse lo que estaba haciendo. Fue entonces cuando tomó la decisión de pedir la admisión en la Compañía de Jesús y el 15 de agosto de 1911 Miguel Agustín ingresó en el noviciado.
Apenas cuatro años después, el futuro beato viajó hasta España con los jesuitas. Allí se dedicó a la filosofía y a la retórica. Permaneció en Europa hasta 1919, año en el que se instaló en Nicaragua para ejercer como profesor. Sin embargo, no tardaría mucho en cruzar de nuevo el Atlántico. Tras otra estancia en España, se instaló en una comunidad de 130 jesuitas en Bélgica.
El provincial de México quería que, mientras estuviera en territorio belga, Miguel Agustín se formara en cuestiones sociales. El objetivo era impulsar el movimiento social católico y que el jesuita se preparara para la pastoral con los obreros mexicanos.
Vuelta a México
Finalmente, en 1925 Miguel Agustín recibió la ordenación sacerdotal. Sin embargo, tan solo un mes después enfermó gravemente por una infección y pasó una larga convalecencia. Pensando que iba a fallecer, los superiores le mandaron de regreso a México. En el viaje de vuelta, el joven sacerdote pasó por Lourdes y escribió que su visita a la gruta fue uno de los días más felices de su vida.
Cuando llegó a su país en julio de 1926, el gobierno había promulgado varias leyes para reprimir y ahogar a la Iglesia católica. Miguel Agustín decidió seguir ejerciendo su ministerio de manera clandestina, sirviendo a las personas que lo necesitaran y huyendo de la policía que le perseguía. Se organizaba para repartir la comunión y llegó en ocasiones a repartirla a 1500 personas.
Todo se truncó cuando en 1927 un ingeniero atentó contra un general, candidato a la presidencia. La bomba que se había plantado no explotó, pero los guardias del general respondieron de inmediato y sospecharon de Miguel Agustín, ya conocido por burlar las restricciones del gobierno.
La policía arrestó tanto al jesuita como a su hermano y, a pesar de que el autor del fallido atentado reconoció su culpabilidad, Miguel Agustín permaneció en la cárcel. El 23 de noviembre de 1927 por la mañana fusilaron al sacerdote junto a su hermano, sin previo aviso de la sentencia.
Cuando el beato se dio cuenta de lo que iba a ocurrir, abrió los brazos en forma de cruz y le dijo al oficial armado que le perdonaba. Caminó hasta el lugar de la ejecución por su cuenta, sin que le vendaran los ojos, y pidió que le dejaran rezar antes de la muerte. Esperando el disparo, pronunció: “Viva Cristo Rey”.
El gobierno mexicano invitó a la prensa a la ejecución, pensando que lograrían remover el sentimiento antirreligioso de la población. De manera totalmente contraria, las imágenes de los últimos momentos de Miguel Agustín se convirtieron en objeto de devoción. El eco internacional que alcanzó el suceso provocó una ola de indignación ante los excesos del régimen.
El legado de Miguel Agustín Pro
61 años después, el 15 de septiembre de 1988, san Juan Pablo II beatificó al jesuita.El beato Miguel Agustín Pro es el primer mártir en tierra mexicana declarado por la Iglesia católica y constituye un modelo para multitud de personas.
Además, en su nombre existen en la actualidad colegios en Perú y México, y fundaciones que luchan por los derechos humanos.