La justicia es dar al prójimo lo que le es debido, y ello supone respetar los derechos de cada uno (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1807).
En efecto, la concepción clásica de justicia se ha resumido en unas pocas palabras llenas de significado: “dar a cada uno lo suyo”. Esta definición supone que alguien debe y alguien da, es decir, que hay personas en relación. Por eso, pensar en la virtud de la justicia es pensar en relación.
Ahora bien, solo si consideramos la igual dignidad y libertad de cada uno, entonces es posible decir que las relaciones entre las personas son justas. No puede haber, por ejemplo, relaciones justas entre las personas si unas son esclavas de las otras, ya que ese sometimiento implica no darse cuenta de “quiénes son los otros” y qué necesitarán de mí.
Debo darme cuenta de quiénes son los demás y cuáles son sus circunstancias para procurarles lo que merecen. Y, desde luego, la persona humana no es esclava, por seguir con el ejemplo expuesto.
En todo caso, antes de exigir, cumplir
De otro lado, para poder exigir al prójimo el cumplimiento de sus obligaciones para conmigo, debo cumplir mis propios deberes.
Tales deberes se manifiestan en las ocasiones más ordinarias de la propia vida, derivan de los contratos y convenciones que se acuerden. Nos referimos a la atención de la familia, la atención del trabajo y las implicaciones que comporta, la atención de la comunidad de vecinos, los amigos, las iniciativas, etc.
Así, solo atendiendo a mi familia, mi trabajo, esa comunidad de vecinos en la que resido, mis amigos e iniciativas que me plantee, y demás circunstancias que me rodeen, podré exigir, con derecho a ello, los deberes del prójimo.
Lo justo entre marido y mujer y su entorno familiar
El ámbito familiar es un lugar privilegiado para vivir la virtud de la justicia. Por ejemplo, el reconocimiento del cansancio por parte de cada uno de los esposos al final de una larga jornada de trabajo forma parte de la virtud de la justicia. Consecuencia de esto será la práctica de algunas características propias de la virtud de la caridad, como puede ser la amabilidad en el trato: si mi cónyuge está agotado, lo justo –y por ende caritativo– será tratarle teniéndolo en cuenta.
Otros ejemplos de lo anterior en la familia son el respeto de los hijos a los padres y a los abuelos, la colaboración en lo que se refiera a la atención de los hijos y las tareas de la casa, dedicar el tiempo necesario a los hijos en función de las circunstancias propias de cada uno, etc.
Justicia y fidelidad en el matrimonio
Lo justo entre marido y mujer es ante todo reconocerse como tales y comportarse coherentemente. La fidelidad conyugal es un mutuo deber de justicia, un bien al que el otro tiene derecho, en la medida en que se han dado y aceptado mutuamente en toda la profundidad y extensión de su dimensión personal respectivamente masculina o femenina.
Como sucede con todos los deberes de justicia, en virtud de la exterioridad y alteridad que los caracteriza, es posible que lo justo se viva de muchos modos, con mayor o menor convicción y amor.
Por lo mismo, la injusticia de la infidelidad puede darse de maneras subjetivamente muy diversas: desde un pecado lúcida y deliberadamente elegido en toda su gravedad, hasta una actitud muy superficial que casi no capta el valor de la fidelidad y que puede incluso estar ligada a una falta de auténtica voluntad matrimonial.
La fidelidad a la palabra dada, y por tanto a los compromisos adquiridos, es una virtud íntimamente conectada con la justicia en todas sus manifestaciones.
Cada cónyuge debe ser fiel al otro como persona vinculada matrimonialmente, de un modo que trasciende el plano de las actuaciones y circunstancias de la vida conyugal y familiar.
El matrimonio no es una simple asociación para llevar a cabo una obra común, ni mucho menos un intercambio de prestaciones recíprocas: es dar vida a un vínculo personal que, como todas las relaciones familiares, afecta a la persona misma en cuanto tal.
Es preciso convencerse de que no se puede ser esposo “por un tiempo”, de que la fenomenología del amor humano con sus promesas para siempre responde a una estructura de nuestro ser personas humanas naturalmente sexuadas y unidas en la complementariedad correspondiente a esa dimensión sexual.
Dicho de otra manera, es la materia misma del matrimonio, las personas de los esposos en su conyugalidad, lo que permite comprender la índole permanente del vínculo y la exigencia de una fidelidad incondicionada.
La fidelidad se halla, así, en el cumplimiento activo de los compromisos. Se cree que basta con no traicionar, cuando en realidad, no ser responsable con el otro, no buscar su bien, no hacer lo que me toca en la relación son ya formas de traicionar la fidelidad.
Algunas preguntas de discernimiento para verificar si, en la práctica, soy justo viviendo mi matrimonio:
- ¿Cuáles son mis compromisos? ¿Qué deberes se siguen de ellos?
- ¿Ayudo y comparto las cargas con mi cónyuge o le dejo solo?
- ¿Busco ocasiones para que mi cónyuge se alegre?
- ¿Estoy atento a mi cónyuge?