La Dra. Martha Reyes nació en Puerto Rico, pero ha vivido la mayor parte de su vida en California. Cuenta con licenciatura y maestría en Psicología de la Universidad del Estado de California. Asimismo, obtuvo una segunda maestría y doctorado en Psicología Clínica. Es autora de varios libros, entre ellos «Jesús y la mujer herida», «¿Por qué no soy feliz?», «Quiero hijos sanos», entre otros. También posee un acervo de material catequético y de música religiosa. Ha sido conductora e invitada en varios programas de la televisión católica. Imparte conferencias y dirige la «Fundación Hosanna» en California.
Para conocer mejor a la Dra. Martha, Omnes sostuvo una entrevista cuya primera parte se publicó anteriormente. En la conversación nos habla de su evolución de compositora a psicóloga; la fundación Hosanna que creó para ayudar a la población; los problemas psicológicos que afectan a la mujer hispana en los EUA y la importancia de la fe para sanarlos; consejos de sanación y la importancia de detectar focos rojos en la conducta de una persona.
Usted tiene un libro titulado «Jesús y la mujer herida». Desde su perspectiva, ¿cómo ayuda nuestra fe y la comunidad donde vivimos, parroquial, por ejemplo, a prevenir y a sanar esas heridas?
– Encontramos muchos casos de mujeres heridas y sanadas por Jesús en el Nuevo Testamento. En mi libro «Jesús y la mujer herida» hablo de ellas. Por ejemplo, la siro-fenicia, la samaritana, la hemorroísa, la encorvada, la mujer del perfume de alabastro, la viuda de Naín. Son figuras que se han quedado grabadas en la historia de la salvación, pero son personajes con los cuales nos podemos identificar. En el Antiguo Testamento también muchas mujeres como Débora, a Ester, etc., pero yo no me puedo identificar con alguna de ellas porque yo nunca he dirigido un ejército ni me he sentado en un trono. Pero sí me identifico con la samaritana o con la mujer del perfume de alabastro. El Evangelio presenta los diálogos que tuvieron con Jesús. Son los mismos diálogos que todas las mujeres podemos tener con Jesucristo. Él quiere sanarlas, no solamente físicamente, como pasó con la hemorroísa, sino reintegrarlas a donde pertenecen. En ese ejemplo, después de que la mujer estaba sanada del flujo de sangre, Jesús quiso devolverle su dignidad perdida y presentarla sana a la comunidad. Cuando dijo: «¿Quién me tocó?», toda la multitud se paró y tuvo que buscarla e identificarla de entre la muchedumbre. Jesús quería presentarla al mundo como una mujer sanada de su dignidad. Ya no tienen que rechazarla, ni alejarse de ella, porque ahora es una mujer sana.
Algo similar ocurre en Jn 4, con la mujer samaritana. Allí en ese pozo de Jacob, Jesús la encuentra. Ella tuvo cuatro o cinco maridos y sufrió historias de quebranto; sin embargo, Jesús estaba dispuesto a pasar esas páginas rápidamente y entregarle un nuevo capítulo en la historia de su vida. Es interesante notar que en ese pasaje, un día antes Jesús había tratado de llegar a Samaria pero no lo dejaron entrar. No obstante, al día siguiente, Jesús fue a Samaria y entró por la puerta de atrás; ¿cuál fue esa puerta?: El corazón herido de una mujer herida. Cuando esa mujer sanó, fue a la ciudad, a Samaria y empezó a predicar a todos los samaritanos. Hay otro pasaje en la Palabra de Dios, Prov. 4,23: «Primero que nada, vigila tu corazón, porque en él está la fuente de la vida». Dios tiene un interés especial en sanar corazones heridos. También lo vemos en Heb 12,15: «Cuídense, no sea que alguno de ustedes pierda la gracia de Dios y alguna raíz amarga produzca brotes, perjudicando a muchos». Y en Lc 6,45: «Así, el hombre bueno saca cosas buenas del tesoro que tiene en su corazón, mientras que el malo, de su fondo malo saca cosas malas. La boca habla de lo que está lleno el corazón». Entonces las acciones, las conductas y las decisiones nacen y brotan del corazón bueno o malo. Y por eso al Señor le interesa sanar corazones heridos y la fe nos da la mejor herramienta.
Sin la fe la psicología se paraliza porque se convierte solamente en conceptos de intelectuales o propuestas e hipótesis. La fe es la que la que moviliza la sanación, porque el Espíritu Santo es el sanador. Si él conoce los pensamientos de Dios, ¿cómo no va a conocer los nuestros? El Espíritu Santo es liberador y revelador. A veces nosotros, los psicólogos católicos, tenemos el dilema de preguntarnos «¿Qué hago o qué digo? No entiendo lo que me está diciendo esta persona pues no sabe articular su problema. No me está explicando bien». Ahí, en esos casos también nosotros podemos invocar al Espíritu Santo para que nos revele la raíz de ese problema. La fe mueve, sana y libera. Yo conozco casos de personas que han estado en psicoterapia por muchos años, pero no fue hasta que acudieron a un retiro de sanación y vivieron un «quebranto espiritual» delante del altar, o del Santísimo o en la Santa Misa, cuando empezaron a tener una verdadera sanación y transformación de vida. Yo digo que el perdón que ofrece el Señor y el poder sanador del Espíritu Santo son la «energía nuclear» de toda sanación. La fe es en algunos casos la última y única posibilidad de sanación como sucedió a la mujer hemorroísa, que se había gastado todo su dinero en médicos y no habían podido encontrar su problema hasta que llegó a Jesús.
Como usted señaló, la fe tiene un papel crucial en todas las disciplinas, incluyendo la psicología. ¿Por qué considera que es importante hacer pausas en la vida para analizar o atender una condición emocional y psicológica? En algunos casos puede servir incluso de prevención.
– Tenemos que asegurarnos de tener una mente clara, despejada y libre para analizar, discernir y decidir. Eso es una transacción vital en la vida. La mente sana es el motor que vigoriza la existencia pues nos da claridad cognitiva, emociones positivas, imaginación visionaria, expectativas alcanzables y conductas saludables. Esas conductas que provienen de una mente sana producirán logros y grandes recompensas. Lo contrario ocurre cuando vivimos con una mente dañada, porque nos lleva por un camino de errores. Las heridas no sanadas (de la niñez, de la adolescencia, de los primeros años de mujer adulta) son una bomba de tiempo que pueden detonar en cualquier momento. Una mente abrumada o cansada toma malas decisiones. Y decisiones mal discernidas se pueden convertir en grandes errores y remordimientos que después nos van a desestabilizar la vida. La única manera que nos protegemos y defendemos de lo que yo llamo «atentados emocionales», es adquiriendo la destreza de filtrar los acontecimientos de la vida con calma y sabiduría. El corazón sano es un corazón más sabio.
La mente sana es una mente más sabia. No necesitamos tanto la inteligencia como a la sabiduría. La sabiduría es un don de Dios, pero también es la añadidura a la sanación interior. Vivir con una mente sana es vivir la vida pausada y respetuosamente. Yo a veces uso esta frase en los retiros con las mujeres: «hay que dar una ‘orden de desalojo’ a los pensamientos saboteadores». Si no lo hacemos los seguimos acumulando. Ni nuestra mente ni nuestro cuerpo han sido construidos para almacenar tanto dolor. Estos nos van a pasar la factura y nos cobrarán muy caro pues se convierten en pesadez, desilusión y hasta enfermedad física. Jesucristo dijo en Mt 11, 28-29: «Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso». Ahí yo veo la sanación interior, la sanación del corazón. Mansedumbre y humildad deben de caminar mano a mano. Jesús también añade en Mt 11, 28-29: » Pues mi yugo es suave y mi carga ligera». Es decir, el yugo de la vida no se elimina, va a haber yugo y carga, pero esto es llevadero, porque cuando uno se siente acompañado y protegido por Dios, esa carga insoportable se convierte en carga llevadera y justificable. Al paso del tiempo, al hacer un análisis a la luz de la fe podremos encontrar las bendiciones escondidas que nos esperaban detrás de ese dolor.
A diferencia de las enfermedades físicas, las enfermedades emocionales o psicológicas no se detectan con facilidad por medio de estudios de laboratorio. ¿Cuáles son los focos rojos que alertan a la comunidad o a la familia de que una persona no va bien?
– Los focos rojos se encienden cuando la persona muestra un rostro decaído, una mirada caída. Cuando ha perdido el brillo de su rostro, su brío y la ilusión. La vida nos da retos, cargas y heridas, pero también nos proporciona amplias oportunidades para ilusionarnos con algo o con mucho. Por ejemplo, toda mujer casada debe vivir ilusionada con sus hijos, aunque su matrimonio no ande bien. Ella debe de vivir insertada en la vida de sus hijos, ilusionada con proveerles la mejor vida posible y el mayor tiempo posible. Hoy día reconocemos una condición emocional y psicológica (y lo vemos en algunos hijos) llamada: «la enfermedad de la madre triste». Los hijos que se crían en esas circunstancias van a ser mucho más propensos a desarrollar ansiedad, depresión, estrés postraumático, déficit de atención con hiperactividad, trastorno bipolar o incluso adicciones.
Entonces es importante estar atento a los focos rojos que necesitamos captar a tiempo. Y como mujeres, no todas vamos a vivir en entornos con personas que sepan identificar esas señales para ayudarnos. Tenemos que adquirir nosotras mismas esa destreza para «auto analizarnos» y detenernos. A mí me encanta hacer visitas al Santísimo. Sugiero a muchas hermanas y a la gente que vayan al Santísimo con una libreta en la mano y hablen con el Señor, que abran su corazón y empiecen a escribir. El Espíritu Santo les va a revelar lo que está pasando en su interior y van a entender mejor y van a entenderse mejor. El Espíritu Santo les va a dar pautas, recomendaciones e ideas nuevas que antes se escondían bajo los escombros del dolor o las heridas del pasado.