Familia

Mario Marazziti: «La vejez es prueba de fuego de nuestra civilización»

Con ocasión del Día Internacional de las Personas Mayores que se celebra el 1 de octubre, el escritor Mario Marazziti comenta a Omnes que “este mundo hiperconsumista, produce residuos, incluidos los humanos”, y habla del encuentro del Papa Francisco con los abuelos y del “aguijón de la soledad”.

Francisco Otamendi·1 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Mario Marazziti

El ensayista italiano Mario Marazziti

Mario Marazziti es ensayista y dirigente de la RAI, editorialista del «Corriere della Sera» y miembro de la Comisión nacional italiana de investigación sobre la exclusión social. Portavoz histórico de la Comunidad de Sant Egidio, es uno de los coordinadores de la campaña internacional para la abolición de la pena capital y para una mayor calidad de vida de los ancianos, y formó parte, junto con Nelson Mandela, del equipo de mediación que puso fin a la guerra civil en Burundi. Marazziti fue diputado del Parlamento italiano, presidente de la Comisión de Derechos Humanos y de la de Asuntos Sociales y Sanidad de la Cámara de Diputados.

Además, Mario Marazziti es uno de los promotores de los corredores humanitarios, el programa que permite a los refugiados forzosos más vulnerables llegar sanos y salvos a Europa, y acompaña su integración social con la ayuda de la sociedad civil. Y también uno de los animadores de la Fundación Età Grande (Gran Edad), promovida por el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia para la Vida de la Santa Sede, para ayudar a las sociedades occidentales a valorar la vida de las personas mayores en sociedad.

Hablar con Marazziti no ha sido fácil. Cuando no estaba en Siria o en otro viaje, preparaba  el encuentro de abuelos con el Papa Francisco, o tareas de la Fundación Età grande. Al final, prácticamente nos hemos hecho amigos.

¿Qué hace la Fundación Età Grande? 

– En el Aula Pablo VI, el 27 de abril de 2024, miles de abuelos y nietos se reunieron en torno al Papa Francisco, en un tiempo extraño como el nuestro, por iniciativa de la Fundación Età Grande. Fue creada para devolver la dignidad a la vejez y partir precisamente de los “años extra”, que alimentan la “cultura material del descarte”, la reconstrucción de la capacidad de vivir juntos y reavivar también el humanismo europeo. Fue como una visión del mundo tal y como puede ser. El de las dos guerras mundiales, el de la reconstrucción, el de la democracia.

El futuro renace desde aquí para escapar al aplanamiento del presente y a la ausencia de sueños. Al dar representación a la voz –ignorada– de millones de ancianos y, junto a ellos, de los nietos, que en un mundo aplanado sobre el presente reciben la memoria y el valor del otro, antídoto contra la prisa y la soledad contemporáneas, se dio contenido a las catequesis del Papa Francisco sobre la vejez, y se dibujó una visión.

En el encuentro hubo testimonios…

— Estos días me he preguntado cuál es la diferencia entre el amor de un padre y el de un abuelo. Es un amor distinto. Es un amor, tal vez, “más puro”. Nuestra única tarea es amarlo. “Transmitir sin fingir”, decía un abuelo, Fabio. Y esta sabiduría de la gratuidad fue confirmada por su nieta Chiara: “Con mis padres, con mi hermana, es un amor enorme, pero dentro de esta grandeza también hay conflicto. Con mis abuelos es un amor más tierno, cómplice, paciente”.

La gratitud y la preocupación por los demás son como una medicina en un mundo donde todo se vende y todo se compra. Y donde la misma palabra vejez asusta, como la conquista que es.

Sofía, una mujer de 91 años nacida en Roma, lo explicaba en términos personales: “Tengo arrugas, pero no me siento una carga. Mi experiencia personal me lleva a decir que es posible envejecer bien. La verdadera carga de la vida no es la vejez, sino la soledad”. Tras la muerte de su marido, decidió vivir con otras personas. Visita y llama por teléfono a los ancianos de las instituciones, y recibe a muchos jóvenes en una covivienda de la Comunidad de Sant’Egidio: les cuenta la historia de la guerra en Roma, los bombardeos, la solidaridad, la elección de esconder a los judíos de la persecución nazi. Memoria viva y buena para hoy.

Transmítanos alguna reflexión sobre las palabras del Papa.

– El Papa Francisco, después de la Carta a los ancianos de Juan Pablo II, en vísperas del Gran Jubileo, dedicó el año pasado todo un ciclo de catequesis a esta edad, al “magisterio de la fragilidad”: una clave para ayudar al mundo a salir de la “cultura del descarte”, de la que forman parte casi necesariamente los emigrantes y los ancianos en un mundo hiperconsumista que produce residuos, incluidos los humanos. La vejez como prueba de fuego del nivel de nuestra civilización. 

La marginación de los ancianos corrompe todas las estaciones de la vida, no sólo la de la vejez.  A menudo vuelve sobre el hecho de lo que su abuela aprendió sobre Jesús, que nos ama, que nunca nos deja solos, y que nos insta a estar cerca unos de otros y nunca excluir a nadie. Y la enseñanza de no apartar nunca de la mesa y de la casa a un pariente anciano porque se haya complicado. 

El Papa Francisco encarna y comunica un cristianismo enraizado en el Evangelio, que sabe bien que junto al sacramento de la mesa está el sacramento de los pobres: la parábola del Juicio Final del capítulo 25 de Mateo, la presencia de Jesús y de su cuerpo en cada persona sola, abandonada, pobre, en cada uno de estos “hermanos míos pequeños” no es accesoria, es constitutiva. Y pone esta sabiduría evangélica al servicio de un mundo desconcertado, que vacía o invierte el sentido de las palabras, que pierde el sentido del horror de la guerra hasta convertirla en compañera habitual: y hace así inaparente al anciano a quien debemos todo. 

¿Qué pasó con el Covid-19 y las personas mayores?

– Después de la pandemia podríamos haber entendido: “Estamos en el mismo barco”. Pero parece que los que aún no son mayores siempre piensan que están en otro barco y tienen otro destino. En la pandemia del Covid-19 más del 40 % de todas las víctimas de la primera oleada, en Italia, en España, en Europa, en Occidente, eran ancianos internados en alguna institución. Otro 25 % eran ancianos a domicilio. Esto significa que, dado que los ancianos internados en una institución sólo representaban el 3 % del total de ancianos, el hogar por sí solo, sin servicios, sin médicos, protegía 15 veces más la vida de un anciano ingresado.

Esto debería haber desencadenado un cambio radical en el conjunto del bienestar de las personas mayores, creando modelos de proximidad, formas innovadoras de covivienda, pequeñas residencias asistidas, un continuo de servicios de bienestar social en red centrados en el domicilio, una atención sociosanitaria domiciliaria integrada, multiplicando las altas hospitalarias protegidas, ya que la mayoría de las patologías son crónicas, no agudas. Por el contrario, aumentan las inversiones en residencias e instituciones, que ofrecen una importante rentabilidad financiera garantizada.

Hay muchos estudios que demuestran que la soledad duplica el riesgo de muerte por las mismas enfermedades crónicas. Pero el sistema no puede cambiar. En Italia se ha dado un paso adelante con la ley 33/2023, un punto de inflexión histórico, que señala estas acciones al menos como una vía asistencial complementaria, pero sigue estando infradotada. Puede ser el inicio de una contracultura y un replanteamiento. Y luego está la Carta de los Derechos de las Personas Mayores, que la Fundación Gran Edad también está empezando a difundir en Europa. Son puntos de partida, que hay que difundir. 

¿Cómo podemos garantizar una vida más plena y de mejor calidad a las personas mayores? 

— Empezamos a hacer todo lo posible para mantener a nuestros mayores en casa. Y a pedir apoyo a los centros públicos, el seguro, sector financiero, en enfermeras, servicios, cuidadores. Es un ahorro para la sanidad y una ganancia para la sociedad. Incluso en las fases extremas de la vida, no en las agudas. Nuestros nietos verán que incluso morir forma parte de la vida y que hay una gran intensidad emocional incluso cuando hay poca vida. No querrán que acabemos nuestros días en soledad y aislamiento, como cuando sus abuelos hospitalizados “desaparecían”, y no volvían a aparecer después del Covid. 

Conozco muchas experiencias promovidas por la Comunidad de Sant’Egidio de convivencias entre personas mayores, junto con un cuidador, que se valen por sí mismas; hay cientos de ellas. Todas serían personas destinadas a una institución y a ser un costo social, además de humano.

¿Puede compartir algunos indicadores de Italia?

– En una Europa de 448,8 millones de personas, con una edad media de 44,5 años, y un 21,3 % de 65 años o más, la edad media en Italia era de 45,7 años en 2020, y creciendo a un ritmo mayor: 24,1 % de 65 años o más, y 46,5 años de media en 2023.

Los nuevos nacimientos, como es bien sabido, están disminuyendo rápidamente, 379.000 en el último año. Con una tasa de natalidad de 6,4 por mil habitantes: y era de 6,7 el año anterior. Pero en Italia sólo ocurre antes lo que también sucede en Francia, en España. 

Por último, algún comentario en torno a la investigación de Ipsos sobre la pastoral de las diócesis italianas con la tercera edad, presentada en la Fundación Etá Grande.

– La propia Iglesia católica, que no es “negacionista” ni “giovanilista” [activista juvenil], es muy consciente de que el cabello de muchos cristianos está encaneciendo o blanqueándose, pero todavía no tiene una respuesta activa y específica a estos “años extra” que son una bendición, pero corren el riesgo de ser una maldición. La investigación de Ipsos ha estudiado por primera vez la Iglesia y su actitud hacia las personas mayores. Hay más atención que en el mundo circundante, pero sobre todo en el capítulo ‘social y sanitario’, no en el de las ‘personas’, hermanos y hermanas. 

En Italia son 14 millones, pero en la Iglesia no hay nada parecido a la atención que presta, con razón, a los menos de 200.000 jóvenes adultos que se casan cada año. Hace falta imaginación. Y no sólo costumbre. Iniciemos esta contranarrativa, que libere al mundo de la fragmentación y reduzca el aguijón de la soledad, que es la verdadera pandemia de nuestro tiempo.

El autorFrancisco Otamendi

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