Un viernes por la noche, un amigo sacerdote que estaba en Roma, paseaba por el Corso Vittorio Emmanuele y al cruzar por delante de una iglesia se sorprendió al verla abierta a una hora inusual. Por la calle abundaban los grupos de jóvenes que buscan los bares, arreglados para pasar la noche en cualquier lugar que les ofrezca diversión. Sin embargo, comprobó con asombro que muchos de ellos no se acercaban a los locales de copas que abundaban por ese barrio, con el reclamo de su música y el ruido de sus conversaciones. Se dirigían al templo, que también abría sus puertas a la ciudad, a un mundo controlado por los planificadores del bienestar, que se obstina en dar la espalda a Dios. Es la propuesta joven de una Iglesia joven.
Esos chicos y chicas que entraban en la iglesia no lo hacían con la sensación de estar perdiendo el tiempo, o malgastando sus horas de ocio. Se les veía decididos a rezar, convencidos de estar disfrutando realmente de la noche, en un lugar donde no se ofrecen consumiciones ni se escuchan las canciones de moda. Allí se encontró con cientos de personas, sentadas en los bancos y en el suelo, que escuchaban en silencio y con atención inusual las palabras de un sacerdote. Les hablaba de un texto de la Biblia, y sus palabras no eran el relato de una historia antigua, sino algo vivo, que formaba parte de la historia de quienes le escuchaban. Allí desfilaban los anhelos de un corazón joven, sus esperanzas, sus angustias, sus ilusiones… y todos estos interrogantes encontraban respuesta en la vida de una persona: Jesucristo.
Cada vez en más parroquias se repiten encuentros como el narrado, adaptados a un público juvenil, que llaman la atención por lo desacostumbrado de su hora, del lugar en el que se realizan, o de la metodología que emplean. Uno de ellos es el que desarrolla la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, en la parroquia de Santa María in Vallicella en Roma.
Peregrinación a las siete iglesias
Una de las propuestas de san Felipe Neri consiste en la peregrinación a algunos lugares santos de la ciudad de Roma. Desde la iglesia de San Jerónimo se dirigían a San Pedro para rezar ante la tumba del primer Papa. A continuación atendían a los enfermos de un hospital y luego acudían a Santa María la Mayor, donde solían detenerse también para tomar alimento y recobrar fuerzas antes de afrontar las siguientes etapas de su peregrinaje: la basílica de san Pablo y las catacumbas de san Sebastián. Después de celebrar la misa emprendían el camino de regreso visitando las basílicas de San Juan de Letrán y de la Santa Cruz en Jerusalén. Al camino se añadió la visita a San Lorenzo, para terminar con el rezo de la Salve de nuevo en la basílica de Santa María la Mayor.
Un recorrido romano que sus participantes comenzaron a llamar familiarmente “visitas”, como se hace entre amigos que acuden a una casa para entablar conversación o llevar algún obsequio. La diferencia era que aquí las casas que se visitaban correspondían a lugares vinculados a la memoria cristiana de la ciudad de Roma. Lo que empezó en 1551 como una propuesta familiar de san Felipe Neri a su grupo de acompañantes, fue adquiriendo popularidad, de modo que en pocos años los participantes en esta “visitas” llegaba a millares de personas. En realidad se trataba de retomar la antigua tradición medieval de la peregrinación a las tumbas de Pedro y Pablo, y se empleaban dos días para ampliar el recorrido a “las siete iglesias”.
Hoy esta peregrinación sigue atrayendo a los fieles, en especial a los jóvenes, pues se trata de un recorrido exigente, de 25 kilómetros y cerca de 12 horas de caminata. Se parte a las 7.30 de la tarde, después de la misa en la iglesia de Santa María de Vallicella y al amanecer se llega a Santa María la Mayor. Allí los peregrinos se dividen en grupos para facilitar el ambiente de convivencia y de oración. En diversos momentos se detienen para reflexionar con la ayuda de las palabras del padre Maurizio, y para rezar el Rosario. También se comparten testimonios, como el de Luisa, que después de terminar sus estudios de Ingeniería descubrió la llamada a la vida religiosa y habla con agradecimiento de su experiencia de entrega a Dios. O de Gianfranco, casado desde hace unos años, que cuenta cómo ha notado la ayuda de la gracia para sobrellevar las contrariedades diarias que surgen en su matrimonio.
El contraste con los otros jóvenes que andan por la misma ciudad en busca de paraísos artificiales es fuerte, y hace crecer el entusiasmo misionero de los peregrinos, que al llegar cerca de la estación Termini a las 7 de la mañana del día siguiente, rompen a cantar la Salve con la fatiga marcada en los rostros y la alegría de haber completado su peregrinación a la vista de la basílica de Santa María la Mayor. Como explica uno de los participantes, es “una experiencia agotadora, pero muy hermosa”.
Los cinco pasos del misterio
En continuidad con la tradición oratoriana de la predicación, la iglesia de Santa Maria in Vallicella ofrece un modo de oración comunitaria en torno a unos sermones o pláticas muy bien preparados. Sacerdotes con traje talar que siguen el estilo de san Felipe Neri de valorar positivamente las tendencias culturales de su época, y de acudir a las fuentes de la Sagrada Escritura y de la Tradición. No son amigos de abstracciones, sino que les gusta emplear argumentos históricos: se profundiza en los sucesos y vicisitudes de la Iglesia en otras épocas, para afrontar también aspectos actuales de la vida civil y social a la luz de la fe. Entre otros asuntos, se han tratado últimamente temas como la inmigración en Europa o las leyes sobre la familia.
Una de estas iniciativas es la que el padre Maurizio Bottalleva adelante con éxito desde hace 7 años, y busca introducir a los fieles en el centro del misterio cristiano a través de encuentros mensuales que se presentan como Los cinco pasos al Misterio. El misterio del que se habla no es ningún enigma, sino algo que se nos presenta y que nos interpela, como la vida misma. Los propios enunciados de los cinco pasos resultan elocuentes: el desierto, el consuelo, la sed, la noche y la muerte. Con ellos se llega al centro del misterio, que se muestra a quienes deciden escuchar la palabra de Jesucristo y llevar una vida conforme a su voluntad.
Con estos pasos se pretende mostrar que creer en Dios y en su Iglesia es razonable. Lo mismo procuraba hacer san Felipe Neri en los albores de la edad moderna, cuando muchos consideraban superada la perspectiva creyente al oponerla al conocimiento racional. Sin embargo, como tanto ha recordado el Papa emérito Benedicto XVI, la fe y la razón no se oponen, y el conocimiento del creyente no empequeñece nuestro horizonte vital sino que lo agranda, lo amplía y lo ensancha para alcanzar un conocimiento que va más allá de la mera experiencia sensible. En estos encuentros se quiere llegar también a aquellos que no tienen fe porque carecen de formación religiosa, o porque han perdido la fe que dejaron de practicar. Dentro de un clima de oración, los encuentros se desarrollan con un esquema flexible pero ordenado: se inicia con una predicación de media hora, en la que se expone el tema. A continuación se dedica otra media hora a contestar las preguntas que se hacen de modo anónimo a través de unos papeles que se recogen tras la exposición. El encuentro se da por terminado, pero tras una breve pausa, aquellos que lo desean pueden permanecer otra media hora de diálogo fraterno.
Como se ve, la rica tradición de la Iglesia sigue ofreciendo respuestas a los distintos retos que nos plantea la sociedad hoy. El método oratoriano nos introduce en un clima de amistad sincera y de oración sencilla y profunda al mismo tiempo. Como ha dicho el Papa Francisco en su mensaje con motivo del quinto centenario del nacimiento de san Felipe Neri, su espiritualidad sigue siendo un modelo de la misión permanente de la Iglesia en el mundo, en especial su capacidad de ser una persona que reza y que hace rezar. Su profunda convicción, dice el Papa en ese mensaje, era que el camino de la santidad se funda en la gracia de un encuentro (con el Señor), accesible a cualquier persona, de cualquier estado y condición, que lo acoja con el asombro de los niños.