“Por fin embarcaron. Mis abuelos consiguieron vender sus escasos bienes en la campiña piamontesa y llegaron al puerto de Génova para zarpar en el Giulio Cesare con un pasaje de solo ida”. Así inicia el Papa su autobiografía. Para él, la inmigración no es sólo una cuestión social sino una vivencia personal. “Soy hijo de inmigrantes”, “sé lo que es la inmigración porque así se formó mi familia”, expresa en su libro “La esperanza no defrauda nunca”.
La inmigración no es una cuestión de cifras o estadísticas, de informes o expedientes, sino de rostros, nombres e historias concretas. Miró a los ojos de los inmigrantes en Lampedusa en 2013, en el campo de refugiados de Moria en Lesbos en 2016 y 2021, a los rohingyas refugiados en Bangladesh en 2017 y ha mirado a los ojos a cada inmigrante sufriente en cualquier parte del mundo.
Desde que el hombre es hombre, ha emigrado, reflejando así la dimensión peregrina de la existencia. Pero actualmente la inmigración se asocia a la violencia, la explotación, el tráfico de personas, la crueldad y la muerte. Asistimos, afirma, al más vasto movimiento de personas y de pueblos de todos los tiempos y la historia nos juzgará por cómo nos comportamos ante este fenómeno que nos afecta a todos y del que ninguno puede desentenderse. Es una cuestión crucial que, o bien nos hace naufragar como civilización o se convierte en una oportunidad para un cambio de paradigma. Su grito es claro: ¡No podemos seguir así, con la globalización de la indiferencia! Debemos iniciar una nueva etapa, la globalización de la caridad y la civilización del amor.
Fundamentos antropológico y teológico
En su visión de la inmigración, Francisco parte de un doble fundamento: antropológico y teológico. Según el primero, lo que está en juego es la dignidad humana y ésta es sagrada. El criterio para juzgar y actuar no puede ser el bienestar sino la salvaguarda de la dignidad humana. El trato al inmigrante debe ser acorde a su infinita e inalienable dignidad. Y según el fundamento teológico, no es cristiano desentenderse del inmigrante sino acogerlo y amarlo como a otro Cristo pues al final se nos juzgará por esto: “era inmigrante y me acogisteis” (Mt 25, 35).
A partir de la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25) Francisco afirma, sólo hay dos tipos de personas: los que se hacen cargo del dolor o los que pasan de largo. Este es el desafío presente: o pasamos de largo o nos cargamos unos a otros sobre los hombros (“Fratelli Tutti” n. 70).
Para Francisco, lo primero es ver la realidad de este drama en los países de origen, donde prevalecen guerras civiles alimentadas por el egoísmo y aprovechadas por industrias de armamentos, donde la violencia se ceba con innumerables vidas humanas, donde el cambio climático y los desastres medioambientales no permiten vivir con dignidad, donde se vive en la miseria y se sufren las consecuencias lacerantes de una economía que mata. Pero todas estas causas no están fuera del control del hombre. Podemos tener esperanza.
Respuesta personal y política
La solución del problema se debe dar a nivel particular y político. A nivel particular, Dios nos interpela a cada uno ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu hermano? Dios nos pide ser responsables los unos de los otros. Ante este drama, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, no lloramos por el sufrimiento ajeno, nos hemos acostumbrado y nos refugiamos en el anonimato. Francisco nos invita a sacudirnos la indiferencia.
A nivel político, el primer paso es ayudar a los países de origen a través de la cooperación y la solidaridad, creando condiciones nuevas que permitan vivir con dignidad, ayudar al crecimiento económico, y ofrecer a los jóvenes oportunidades de futuro que no les obligue a irse. Esto requiere la colaboración de todos los países afectados: los de origen, los de tránsito y los de destino e implica que los más desarrollados abandonen las prácticas económicas “neo colonizadoras” de detracción y explotación de los recursos de los más pobres. El segundo paso consistirá en garantizar un acceso legal a los países de destino como la única forma de vencer a los traficantes de personas.
Los cuatro verbos
Cuatro verbos son los que el Papa utilizó en la Jornada Mundial de los Inmigrantes de 2018 para articular una adecuada respuesta a la cuestión migratoria: acoger, proteger, promover e integrar. “Acoger” significa abrir las puertas según la capacidad de cada país facilitando los medios para un ingreso en condiciones: visados, frenar deportaciones, garantizar asistencia. “Proteger” implica poner a la persona en el centro y defender sus derechos. “Promover” entraña animar su desarrollo personal en el país de destino, ayudarles en su formación y educación lingüística, cívica y laboral. Y, por último, “integrar” supone mezclarse, convivir, enriquecerse y respetarse mutuamente. Serán las generaciones futuras, a largo plazo, las que juzguen si este proceso se ha desarrollado de manera justa.
La esperanza es la clave. Por esperanza, aquellos hombres y mujeres salieron de su tierra buscando un futuro mejor. Con esperanza, podemos solucionar el problema pues superar sus causas depende de nosotros. El Papa Francisco se ha erigido en defensor de esta esperanza que no es posible que muera. Es la virtud más pequeña, la “pequeña esperanza”, a la que prometió seguir para siempre porque su cielo ya está en la tierra.
Profesor de Doctrina Social de la Iglesia de la Universidad CEU Cardenal Herrera