En Florida hay una casa en la que viven hombres con ocupaciones y pasados diversos que, sin embargo, comparten una característica: todos han pasado por la cárcel. “Joseph House” es un hogar para ex presidiarios que desean rehacer su vida, tras haber encontrado esperanza en el Evangelio.
La idea nació en el corazón del sacerdote Dustin Feddon cuando todavía era un seminarista. Durante su año pastoral, sintió que Dios le llamaba “a servir a los que están encarcelados o han estado en prisión”. Por ello, desde hace años vive en la casa con hombres que han salido de prisión y dedica gran parte de su tiempo a acompañar a aquellos que están encarcelados, en el corredor de la muerte o en régimen de aislamiento.
En esta entrevista con Omnes, Feddon habla sobre el ministerio que ejerce, explica su visión sobre el sistema penitenciario de Estados Unidos y la gran realidad de la misericordia de Dios en la vida de las personas.
¿Cuándo se dio cuenta de que quería ser un sacerdote que trabaja en las prisiones?
– Era seminarista y en mi diócesis tenemos un «año pastoral», que es como un año de aprendizaje. Durante mi período de prácticas me destinaron a una parroquia no muy lejos de donde estoy ahora. En aquel momento yo ya pensaba que quería hacer un ministerio fuera de los muros de la parroquia y el sacerdote que conocí durante mi año pastoral me sugirió las prisiones y me puso en contacto con el capellán del corredor de la muerte y de la zona de aislamiento en aquella época.
Todavía era seminarista, pero en mis dos primeras visitas sentí con fuerza que dentro de mí había algo que aclaraba mi propia vocación. La Madre Teresa y otros lo llaman «la vocación dentro de la vocación», así que sentí como si algo sucediera dentro de mí, algo que me estaba llamando a dedicar mi vida a servir a los que están encarcelados o han estado en prisión.
¿Cómo nació exactamente “Joseph House” y por qué decidió llamarla así?
– Para mí empezó yendo a las cárceles de Florida en 2014. Comencé a ir a las zonas de aislamiento, a los corredores de la muerte y a otras partes de las prisiones. Empecé a conocer a los hombres a los que visitaba y, al principio, algunos de ellos mencionaban el nombre de José, el hijo de Jacob, como una historia que les inspiraba porque él también estaba separado de su familia, esclavizado, encarcelado, recluido…Y, sin embargo, era un soñador implacable. Creo que los hombres con los que hablaba de José se sentían soñadores. Y su sueño les permitía ser resistentes en sus condiciones actuales, estando encarcelados en Florida.
La capacidad de soñar significaba que tenían esperanza en su futuro, que un día se reincorporarían a sus familias y a la sociedad, y que podrían aportar algo. Entonces, entre 2013 y 2017, fue cuando empecé a pensar en un lugar y una comunidad donde los hombres pudieran venir a vivir tras su periodo de encarcelamiento.
¿Cómo ayuda a estos hombres a encontrar esperanza a través de su ministerio?
– Ciertamente hay mucha tristeza y desesperación en las celdas y dormitorios de las prisiones que visito. Y, sin embargo, me desconcierta y me sorprende la esperanza que tienen muchos de estos hombres. Creen que, si se les dan las oportunidades, aún pueden vivir una buena vida y cumplir sus sueños. Así que, a menudo, espero a escuchar esos débiles ecos de esperanza en el interior de los hombres a los que visito. Y entonces, respondo a eso y lo animo. Trato de soñar con ellos sobre sus propias esperanzas y deseos. Todo ello, ciertamente, se lo atribuyo a Dios.
Al final, cuando crees firmemente que Dios está presente en cada situación y en cada persona, nunca sientes que haya una situación o una persona totalmente desesperada.
¿Cómo hablar de justicia y esperanza a quienes esperan en el corredor de la muerte o en régimen de aislamiento?
– He estado con hombres que esperaban ser ejecutados y los he acompañado a su ejecución, y en ese momento hablamos de cómo el estado de Florida, el alcaide, el gobernador, etc., en última instancia, no tienen poder sobre su alma. Especialmente si la persona es creyente, sabe que Dios es infinitamente misericordioso y es el amor mismo, Él es su único juez, el juez último, así que puede descubrir la liberación y la esperanza en Él.
He visto que para algunos hombres, esto evoca un verdadero sentido y realidad de esperanza. Aunque vayan a ser ejecutados, todavía pueden tener una esperanza real de que su vida puede ser un testimonio para los demás y de que, en última instancia, Dios es su sustentador.
¿Te ha dado tu ministerio una perspectiva diferente sobre el sacramento de la reconciliación, la misericordia de Dios, la libertad y el perdón?
– Sí. Creo que gran parte de mi propia comprensión de la teología y de mi lectura de las Escrituras, y de los sacramentos, se ha desarrollado de nuevas maneras a través de mi experiencia en las prisiones, de los rostros de los hombres a los que he servido y a los que he acompañado.
El sacramento de la reconciliación es algo, de una manera muy particular, que he llegado a descubrir hablando con hombres que cometieron asesinatos, por ejemplo. Lo he descubierto al ver su propia transformación y su capacidad de entrar en contacto con esa bondad indestructible que está dentro de cada uno de nosotros, así viven enteramente en un estado de misericordia.
El punto está en que la mayoría de la gente no sabrá, por ejemplo, qué es lo peor que yo he hecho, mientras que en el caso de todos estos hombres, sus actos han sido publicados por la mayoría de los periódicos, se han emitido en las noticias, están ahí en Internet. Lo peor que han hecho es a menudo con lo que la gente los identifica primero. Y sin embargo, estos hombres pueden vivir en un estado de misericordia, en un lugar de libertad.
No quiero sonar descarado, pero no hay nada que nadie en mi parroquia, en su mayor parte, vaya a decirme que vaya a superar de alguna manera lo que he oído en las prisiones. Y, sin embargo, estos hombres en prisión han llegado a un lugar de libertad, de misericordia, y tengo una sensación real al impartir el sacramento de la reconciliación de que la misericordia de Dios triunfa.
¿Cómo permiten las actividades de “Joseph House” que estos aspectos de la libertad y de la misericordia se cumplan en la vida de los presos?
– Bueno, la parte de «casa» es importante. Es «Casa Joseph», no «Comunidad Joseph», «Programa Joseph» o «Institución Joseph»… Es un hogar. «Joseph House» es como cualquier hogar típico de clase media en el que hay chicos en el instituto o en la universidad. Y no lo digo para ser condescendiente con los hombres que están aquí, que son hombres adultos, sino que lo digo en términos de que cada uno va a lo suyo. Aquí cada uno está trabajando, o yendo a la escuela, o trabajando en cosas en la casa, y vivimos nuestra vida juntos.
Por eso la palabra acompañamiento es tan importante para mí, porque “Joseph House” no consiste en ponerles programas y normas rigurosas, o lo que sea, sino más bien en cómo vivimos la vida juntos para poder caminar codo con codo en este camino compartido.
Debe de ser duro para algunos de estos hombres dejar atrás la cárcel, con toda su soledad, y entrar en un nuevo capítulo viviendo con más gente, ¿verdad?
– Cierto, cada hombre responde de una manera. Algunos se aclimatan inmediatamente y desde el momento en que llegan sienten el confort, el calor y la solidaridad de la casa. Otros hombres, debido a traumas bastante graves, tardan bastante más y a menudo por eso damos mucha importancia a la terapia. Nuestros chicos tienen la oportunidad de ver a terapeutas que les ayuden. Intentamos trabajar de tal manera que seamos un entorno terapéutico. Además, intentamos no obligar a nuestros hombres a socializar si no quieren.
¿Cree que hay aspectos que deben tratarse principalmente por vía psicológica más que por vía espiritual?
– Creo que la gracia se construye sobre la naturaleza. Como creyente, como discípulo de Cristo comprometido con la Iglesia, mi máxima esperanza es que cada uno de los hombres a los que acompaño, visito o con los que vivo, lleguen a descubrir a Dios y su amor en sus vidas. Y sé también, porque muchos están heridos y tienen sus propias historias de traumas y tragedias, que se necesita tiempo para que sus mentes, su psicología y emociones sanen de una manera que les prepare para la posibilidad de creer en un Dios que es todo bondad, no en un Dios que es un tirano que sólo quiere castigar. Eso lleva tiempo y a veces requiere la curación de la mente.
Hay que preparar a los voluntarios y a las personas que trabajan en «Joseph House», ¿cómo se les ayuda a enfrentarse a las distintas situaciones que pueden encontrarse?
– Sabiendo que nuestros residentes llegan a nosotros procedentes de entornos traumatizados que fomentan la exclusión, el sentimiento de no pertenencia, la violencia, el empobrecimiento y el abuso, en Joseph House tratamos de mitigar estos efectos creando una comunidad terapéutica que refuerce su dignidad. Los voluntarios desempeñan un papel importante en esta comunidad. Al principio dependíamos mucho de los voluntarios porque no teníamos personal. Pero ahora que tenemos personal, incluida una maravillosa trabajadora social, podemos formar a nuestros voluntarios para que contribuyan a nuestra comunidad de forma que beneficie a nuestros residentes. Como pueden imaginar, conocer a gente nueva de todas las profesiones y condiciones sociales puede resultar abrumador para los hombres que han estado aislados de la sociedad.
Una comunidad terapéutica da prioridad a la dignidad de cada persona y funciona de manera que facilite a cada residente llegar a ser más plenamente él mismo en relación con la comunidad en general. Como comunidad, cumplimos este objetivo modelando estilos de comunicación en la convivencia diaria que cultivan el deseo de dar a conocer nuestras necesidades y de comprendernos más. Con el tiempo y el aumento de los encuentros, modelamos la resolución de conflictos y nuestros voluntarios nos ayudan a ello. Como casa, hacemos hincapié en el valor de la vida cotidiana que abre nuevas vías para el cambio. Nuestra misión es crear una cultura de hospitalidad y convivencia mutua en comunidad para modelar un entorno seguro.
¿Cuáles son sus esperanzas y sueños para “Joseph House”?
– Con “Joseph House”, mi sueño personal es que los hombres a los que hemos atendido, al menos algunos de ellos, se conviertan ahora en la próxima generación de “Joseph House”. Que ellos mismos se conviertan en líderes de nuestra comunidad y que sean los que realmente lleven el legado de “Joseph House” como un lugar donde se restaura la dignidad, donde llegamos a descubrir que todos somos hermanas y hermanos, y que ellos nos guíen hacia adelante. Ellos son los que más conocen las realidades de donde vienen, pero también lo que han podido hacer fuera. Mi sueño es que sean nuestros pastores y profetas en el futuro.
Y, por supuesto, me encantaría que hubiera más casas. Porque sé que hay muchos hombres y mujeres que lo necesitan.
¿Qué cree que falta ahora mismo en el sistema penitenciario estadounidense para tratar a las personas de forma más humana?
– Faltan muchas cosas. Falta todo lo que podríamos considerar una asistencia sanitaria o una educación humanas. Pero creo que lo que falta es la creencia y la esperanza en la restauración, la convicción de que todas las personas pueden ser restauradas y redimidas. Necesitamos saber que la suma de nosotros no es nuestra peor parte ni nuestras peores acciones. Yo diría que lo que falta es la convicción de que la justicia puede, y quizá incluso deba, ser restauradora.
En Florida, el sistema de justicia penal equipara justicia con castigo o retribución. Así que no se ve más allá de la retribución y no se concibe la justicia como algo que también puede contribuir a la restauración.
¿Qué espera del sistema penitenciario estadounidense para que Dios pueda estar presente también en la cárcel?
– El sistema es una especie de monstruo, una institución rebelde. Es difícil saber por dónde empezar. Pero supongo que mi esperanza sería que comunidades como Joseph House y otras organizaciones que hacen el trabajo de la justicia reparadora, puedan ser modelos de lo que significa cuando vemos el potencial de cada persona para llegar a ser buena y hacer el bien.
Lo que creo que eso significa es que el sistema de justicia tiene que empezar a mirar a las personas que a menudo se ven atrapadas en el sistema como cuando eran niños, porque no querían crecer para ser delincuentes, sino que algo sucedió en el camino. También tenemos una crisis de salud mental, y cada persona necesita curarse de una manera. Tenemos que entender que a ninguna persona se le debe decir que es menos que humana o incapaz de redimirse.