De abril a junio, la Conferencia Episcopal Española está celebrando la iniciativa “La Iglesia en doce semanas”, poniendo el foco en los “centenares de miles de personas que están detrás de cada una de las cifras” de su memoria de actividades.
“Educación”, “Mayores”, “Salud Mental” o “Migrantes” son algunos de los ámbitos a los que la Iglesia está dando visibilidad durante estas doce semanas.
Otro de las realidades en las que se ha puesto el foco es la Pastoral Penitenciaria. Con este motivo, en Omnes hemos entrevistado a Jaume Alemany, delegado de la Pastoral Penitenciaria de Mallorca, que nos ha hablado de la labor de acompañamiento a los presos, las dificultades que encuentran al salir de la cárcel y los programas de reinserción.
-¿Qué dificultades encuentran los presos al quedar en libertad?
La principal dificultad es contactar de nuevo con la realidad, una realidad que ha cambiado, dependiendo del tiempo que lleven en prisión. Lo cierto es que el mundo cambia muy deprisa y en la prisión el tiempo pasa muy lentamente. También está la dificultad de contactar con la familia, algunos han roto relaciones con ellos, en otros casos el delito tuvo que ver con la familia y por tanto tienen dificultades para establecer contacto.
Por supuesto, está la dificultad de encontrar trabajo, haber estado en prisión no es precisamente un mérito. Además, actualmente un problema muy importante también, para los que no tienen familia, es el acceso a la vivienda. También se da el caso de que los internos, cuando salen de haber cumplido una condena, tienen un subsidio de excarcelación, pero no empiezan a cobrarlo hasta dos meses después de salir. Entonces, los primeros días, el primer mes, lo pasan muy mal si no tienen algún contacto que les ayude en la calle. Básicamente podríamos resumir que la dificultad que encuentran es retomar una vida normalizada, porque han vivido en la prisión, en una burbuja que les ha alejado de la realidad.
-¿En qué consiste el proceso de acompañamiento de la Pastoral Penitenciaria de Mallorca?
Consiste precisamente en establecer un contacto más o menos estrecho con los internos, con los que se dejan acompañar, mientras cumplen la condena en el mismo centro penitenciario. Ahí se establece una relación de confianza, porque un voluntario no va para ganarse la vida, ni por cumplir ninguna obligación, sino que precisamente da parte de su tiempo y de sus energías para ayudar, para colaborar, para acompañar procesos de crecimiento personal. Ellos confían en el voluntario, no tanto en los profesionales que, por muy competentes que sean, para los internos representan una institución, y desconfían de ella. Los profesionales, al fin y al cabo, después les juzgan, tienen que votar en la Junta de Tratamiento y pueden negarles o facilitarles un permiso, un acceso al tercer grado… Todo esto hace que muchos desconfíen de ellos, y en cambio con el voluntario es más fácil establecer una relación de confianza.
Los que han hecho un proceso de acompañamiento en el centro, después en los permisos gozan de nuestra tutela en pisos de acogida. Además, cuando llega el momento de la libertad, tenemos unas plazas para acompañar el proceso de reinserción laboral principalmente, y también les acompañamos en algo tan sencillo como actualizar la documentación que les ha quedado caducada, y en tantas otras cosas con las que en la calle necesitan acompañamiento.
-¿Qué papel tienen los voluntarios de la Pastoral Penitenciaria en este proceso?
El voluntario ocupa el papel de acompañante. Tenemos muy claro que el voluntario no suple aquello que el interno tiene y puede hacer por sí mismo. Pero, eso sí, el voluntario le orienta, le acompaña, le sostiene en momentos de bajón, de desánimo cuando se les ha pasado la primera euforia de la salida de prisión. Porque normalmente después viene una época de desánimo, cuando se dan cuenta de que la vida no es tan fácil como imaginaban, que las cosas no salen como uno había previsto. Y el voluntario en este sentido es un soporte.
-¿Puede contarnos la historia de Kike?
La historia de Kike yo diría que es la historia de una persona que ha querido salir del pozo, que ha querido sobreponerse, no sin muchas dificultades. Pero optó por crecer, por aceptar un acompañamiento, y eso le ha valido nuestra acogida no solo en los permisos, sino ahora cuando ha salido de verdad. Se ha ganado de hecho ocupar una plaza ya no en los pisos de reinserción, que tenemos como pastoral penitenciaria, sino en un centro de acogida que abrimos en nuestra parroquia, la Virgen de Montserrat, que es para personas que se encuentran en la calle con un desahucio, o emigrantes recién llegados, que no tienen ningún recurso. En nuestro centro de atención temporal, les aseguramos cinco, seis o siete meses para aterrizar. Kike se ha podido acoger a una plaza en este centro. Esto le ha ayudado muchísimo, además acepta un acompañamiento bastante estricto en cuestiones muy elementales de hábitos que nosotros consideramos normales pero que en prisión se han olvidado, como el aseo, el vocabulario, presentarse a una entrevista con buena presencia, dejar de fumar, entre otras cosas. Yo creo que está ahora bastante encaminado para poder iniciar una etapa más personalizada, quizá con menos acompañamiento, aunque siempre sabe que estamos junto a él para ayudarle cuando haga falta.
[Para profundizar más en esta historia, se puede pinchar aquí]
-¿Es posible la reinserción? ¿Qué retos encuentra en este sentido?
El sistema está pensado precisamente con esta finalidad de reinsertar a las personas en la sociedad cuando salen de prisión habiendo cumplido una condena de privación de libertad. Lo que pasa es que este buen deseo y el reglamento penitenciario, que son, dicen los que entienden de eso, muy avanzados y progresistas, y que respetan la dignidad de las personas, en muchísimos casos, yo diría que en una grandísima mayoría, no pasa de ser un deseo, un buen deseo. Después faltan recursos, y otros problemas hacen que no siempre sea fácil. Excepcionalmente, para algunos la prisión ha supuesto un cambio y el impulso para iniciar una vida nueva. Por supuesto, hay algunos que dicen: “Yo estoy vivo gracias a la cárcel”. Hay unos programas a los que se acogen una minoría, como las UT, las Unidades Terapéuticas educativas, en las que unos profesionales especialmente motivados trabajan de una forma muy implicada y consiguen resultados. Pero son los menos.
Para una mayoría, la prisión es un sistema que no solo no les inserta y no les educa, sino que les deseduca. Allí no tienen que tomar ninguna decisión, se les da todo hecho, no se dan cuenta de los problemas que se viven en la calle, de acceso a la vivienda, de trabajo mal remunerado. Aunque la vida en prisión es dura, en cierto sentido es muy fácil acomodarse y sucumbir a la tentación de esperar a que pase el tiempo. Creo que esto afecta negativamente a la dignidad de las personas y, cuando salen a la calle, es difícil convencerles de que tienen capacidades que en prisión no han desarrollado. Aún así, es esperanzador contemplar cómo algunos (siempre hablamos de minorías) han hecho un cambio en su vida. Al salir de prisión han puesto un punto y aparte, han dejado, a base de terapias, el alcohol, el consumo de drogas. Y han iniciado un nuevo proceso. Eso anima y hace que, aunque sea una minoría, valga la pena dedicar todos los esfuerzos que hagan falta.
Finalmente, yo diría que la utopía, si se puede decir así, a la que nos hemos adherido la Pastoral Penitenciaria de Mallorca es proponer lo que en Europa se llama “casas de detención”. Nos hemos adherido a una organización europea, “Rescaled”, que al fin y al cabo lo que pretende es desmasificar las prisiones, vistos los resultados poco favorables. La propuesta consiste en personalizar mucho más el tratamiento, reunir internos de un perfil semejante que no pasen de treinta o cincuenta personas como mucho, para evitar la masificación y poder hacer un seguimiento mucho más personalizado. En España somos la única entidad que participa en este movimiento. Hemos estado en Bruselas, ahora estamos pendientes de un encuentro en Praga, y pensamos organizar también un encuentro en Palma de Mallorca, al que invitaremos a todos los grupos, entidades, asociaciones y por supuesto pastorales penitenciarias de todas las diócesis, para presentar esta propuesta. No será algo inmediato, esto no se consigue de un día para otro, pero sí se puede ir abriendo esta perspectiva de un sistema mucho más personalizado, mucho más transparente, para conseguir que estos centros no sean tanto de reclusión como de educación.
Destacaría también, con la experiencia de casi 30 años en la pastoral penitenciaria, que los programas que más influyen y más educan, y que los internos cuando salen recuerdan como más positivos, han sido precisamente aquellos que han salido a la calle, que han transpasado el muro. Siempre he destacado esta contradicción: intentar reinsertar encerrando, construyendo muros. Se trata de permeabilizar la prisión, de que los internos puedan salir, puedan participar en grupos y en actividades con gente de la calle. Tengo la experiencia de haber hecho muchísimos años el camino de Santiago no solo con los internos, sino con internos y gente de la calle, y esta convivencia resulta muy positiva. Para los internos, es estimulante, y, para las personas de la calle que participan en estos programas conjuntos, supone desmitificar la prisión: les quita el miedo, se dan cuenta de que son personas con las que vale la pena trabajar, que han tenido un problema en su vida y que lo tienen que pagar privados de libertad, pero que tienen futuro también.
También creo que no se aprovecha del todo la posibilidad de cumplir condena con trabajos en beneficio de la comunidad, es decir, con medidas alternativas, no todo tiene por qué castigarse con la privación de libertad. Y esto da buenos resultados, en mi parroquia tengo habitualmente entre tres y cinco personas que están cumpliendo condenas alternativas: vienen a trabajar, me mantienen la parroquia, los jardines… Creo que es muy importante abrir puertas a otro tipo de condenas.
Por otra parte, hay un sistema oficial del sistema penitenciario que son las “Unidades Dependientes”. En mi parroquia hay una de cinco plazas, para cinco internos de tercer grado, y así pueden convivir con una comunidad, en nuestro caso con la casa de acogida, donde hay 45 personas. Hacen un primer ejercicio de inserción en esta comunidad y luego van a trabajar y colaboran con los mismos trabajos que tiene el centro de acogida, y participan como ciudadanos como los demás. Esto es una reinserción práctica, concreta y real.