Vocaciones

J. Marrodán: “Estamos llamados más que nunca a buscar puntos de encuentro”

Javier Marrodán, periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, fue ordenado sacerdote el 20 de mayo por el cardenal coreano Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Dicasterio para el Clero, junto a otros 24 miembros del Opus Dei. Tras casi cien días de ordenación, habla desde Sevilla con Omnes de su tarea pastoral y temas actuales.

Francisco Otamendi·18 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 6 minutos

©Jesús Caso

No fue posible entrevistar al navarro Javier Marrodán cuando fue ordenado sacerdote en Roma por el cardenal de Corea Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Clero. Ahora, con casi cien días de sacerdote, conversa con Omnes sobre algunas inquietudes. 

Por ejemplo, su “admiración” por Albert Camus, objeto de su tesis doctoral. A Marrodán le conmueve que “alguien supuestamente alejado de Dios y de la Iglesia como Albert Camus proponga un modo de vivir tan próximo al Evangelio, y que lo haga de forma tan convencida y tan auténtica”. 

En parte por esa razón piensa que “hoy estamos llamados más que nunca a buscar puntos de encuentro y a descubrir en los demás inquietudes y aspiraciones emparentadas con las nuestras”, y pone el ejemplo de Jesús con la samaritana del pozo de Sicar, como se aprecia en la entrevista.

Javier Marrodán comenta “la pasión de evangelizar a través de la alegría” que pide el Papa Francisco, y sobre “el amor a los enemigos”, señala que “no es habitual tener enemigos declarados o agresivos, pero casi todos guardamos en algún rincón del alma nuestras pequeñas listas negras. Salir de esa espiral es una auténtica revolución”. 

Lleva usted tres meses de sacerdote. Estos primeros cien días, ¿están siendo como los había imaginado? ¿Cómo es su tarea pastoral? ¿Qué les subrayó el cardenal Lazzaro You Heung-sik en la ordenación?

–Me he estrenado como sacerdote en Sevilla. Vivo en el Colegio Mayor Almonte y por ahora estoy atendiendo algunas actividades relacionadas con la labor del Opus Dei: una convivencia, algún retiro, meditaciones a gente joven, un campamento de niñas en la Sierra de Cazorla… También echo una mano en la iglesia del Señor San José. El cardenal Lazzaro You Heung-sik nos recordó en la homilía de la ordenación que Cristo mismo hablaría a través de nosotros, que ofrecería por medio de nuestras manos la absolución de los pecados y reconciliaría a los fieles con el Padre. 

Casi todos los días paso un rato en el confesionario y procuro acordarme siempre del padre de la parábola del hijo pródigo: tengo la ilusión de que Dios pueda servirse de mí para acoger a todos los que llegan, me gustaría no empañar ni estorbar de ningún modo su misericordia. El Papa Francisco nos escribió a los 25 sacerdotes que nos ordenamos en mayo que “el estilo de Dios es compasión, cercanía y ternura”. Y también el prelado del Opus Dei nos pidió que fuéramos acogedores, que sembráramos esperanza. Espero no alejarme nunca de esas coordenadas. 

Ha trabajado en Diario de Navarra, también ha sido profesor. Suele decirse que «el periodismo es un sacerdocio».  ¿Cómo lo ve usted? ¿Continuará contando cosas?

– Creo que se puede decir que el periodismo consiste esencialmente en proporcionar información para que la sociedad tenga más y mejores elementos de juicios, para que las personas puedan tomar más libremente sus decisiones. En ese sentido, cabe hablar de una cierta continuidad profesional: al fin y al cabo, el sacerdote también trata de transmitir eficazmente la buena noticia del Evangelio. 

Hay sin embargo una diferencia relevante que ya he podido comprobar en estas primeras semanas de trabajo pastoral. Como periodista me he dedicado durante mucho tiempo a descubrir y documentar historias para después contarlas, había una finalidad muy clara que es casi como una premisa del trabajo informativo: se trata de contar historias para alguien.

Como sacerdote, las historias que voy conociendo y escuchando no me pertenecen, no me llegan para yo las escriba o las complete: son historias que muchas personas depositan en mis manos para que yo se las presente a Dios, para que se las cuente sólo a Él. En ese sentido, la diferencia es profunda. 

Todos los días, cuando me acerco al altar para celebrar la santa misa, llevo conmigo las preocupaciones, los pecados, las ilusiones, los líos, las alegrías y las lágrimas de quienes se han dirigido a Dios a través de mí, a veces de forma inconsciente. Sigue habiendo historias y sigo siendo un mediador, pero ahora giro en otra órbita, en la órbita de Dios.

Su último libro ha sido «Tirar del hilo».  ¿Qué ha querido decirnos?

–Pienso que la característica principal de ese libro es justamente la de que no he querido decir nada. Lo empecé a escribir durante el primer confinamiento, de forma un poco improvisada, sin ninguna aspiración editorial. Me dediqué sobre todo a reunir historias dispersas que ya había escrito, historias de personas y de acontecimientos que han sido importantes para mí por razones diversas y personalísimas. Luego vi que todo ese material se podía ordenar y cohesionar, que tenía un sentido. El subtítulo lo resume de algún modo: ‘Todas las historias que me han llevado a Roma’

Supongo que en el fondo el libro es un himno de acción de gracias a Dios, que ha cruzado mis caminos con los de tantas personas buenas, interesantes e inolvidables. Y ofrece alguna pista sobre el cambio de tercio que he dado a estas alturas de la vida.

Usted es del Opus Dei desde hace 41 años. ¿Cómo percibió que Dios le llamaba al sacerdocio? ¿Puede ofrecer un consejo para vivir la pasión de evangelizar con alegría, como pide el Papa?

–Había considerado en muchas ocasiones la posibilidad del sacerdocio, pero hubo un día muy concreto de 2018 en que lo vi de un modo mucho más claro. Pienso que la palabra ‘llamada’ es la más oportuna: intuí que Jesucristo me animaba a invertir los años venideros tratando de hacer sus veces también de un modo ministerial, transmitiendo sus mensajes, ayudándole a administrar los sacramentos, implicándome de lleno en ese gran ‘hospital de campaña’ que es la Iglesia —la expresión es del papa Francisco—, intentando ser uno más entre los sacerdotes “santos, doctos, humildes, alegres y deportistas” que deseaba san Josemaría. Me gusta la expresión de ‘ayudar a Dios’ que utilizaba Etty Hillesum, a eso voy a tratar de dedicarme en adelante. 

Sobre la pasión de la que habla el Papa, pienso que una clave es precisamente la de evangelizar a través de la alegría: los cristianos tenemos más y mejores razones que nadie para estar contentos a pesar de todo, para ofrecer la mejor versión de nosotros mismos, para encontrarnos cómodos en el mundo. Todo eso procede del encuentro personal de cada uno con Jesús: si nos dejamos interpelar y querer por él, dejamos de ser peregrinos para convertirnos en apóstoles. “La alegría es misionera”, repitió varias veces el Papa en la memorable vigilia de la JMJ en Lisboa

A veces se observan posturas sociales y políticas que parecen irreconciliables. Desde su óptica de profesor de Comunicación, y ahora sacerdotal, ¿cómo conciliar posturas antagónicas con la defensa legítima, por ejemplo, de una visión cristiana de la sociedad, que subraye la dignidad de la persona humana? 

– Durante estos años que he pasado en Roma he completado la licenciatura en Teología Moral y he hecho una tesis doctoral que se titula ‘La dimensión teológica y moral de la literatura. El caso de Albert Camus’. Me interesé por Albert Camus hace ya años, cuando leí el primer capítulo del primer volumen de Literatura del siglo XX y cristianismo, del gran Charles Moeller, un sacerdote belga que estableció un diálogo muy interesante desde la fe con grandes autores de su época. 

Me admira y me conmueve que alguien supuestamente alejado de Dios y de la Iglesia como Albert Camus proponga un modo de vivir tan próximo al Evangelio, y que lo haga de forma tan convencida y tan auténtica. Me aventuré con esa tesis porque me atraía la idea de tender un puente con Camus desde la orilla de la teología. A veces reducimos nuestras relaciones a aquellas personas o instituciones con las que mantenemos una sintonía total. 

Este fenómeno se puede comprobar de un modo matemático en las redes sociales, que ofrecen un sesgo de confirmación, pero ocurre algo similar en la política y en la sociedad, tantas veces fracturada por esas posturas antagónicas que menciona en su pregunta. Creo que hoy estamos llamados más que nunca a buscar puntos de encuentro y a descubrir en los demás inquietudes y aspiraciones emparentadas con las nuestras. La samaritana del pozo de Sicar llevaba una vida moralmente desordenada, pero era sobre todo una persona que estaba buscando. Jesús aprovecha ese anhelo suyo y lo encauza de un modo insospechado para ella.

Jesús dijo: amad a vuestros enemigos, rezad por lo que os persigan. San Josemaría dispuso en 1932 que en los centros de la Obra hubiera un cuadro con estas palabras de Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros”. ¿Algún comentario?

Uno de los mensajes más revolucionarios del Evangelio es ése del amor a los enemigos. No es habitual tener enemigos declarados o agresivos, pero casi todos guardamos en algún rincón del alma nuestras pequeñas listas negras. Salir de esa espiral es una auténtica revolución. Pienso que la novedad del mandamiento de Jesús tiene tanto que ver con el hecho de que lo plantease por primera vez como con la evidencia de que siempre resulta nuevo, precisamente porque los hombres tendemos fácilmente a lo contrario. 

El mandamiento nuevo es una llamada a sobreponernos a nuestras inclinaciones, a los agravios acumulados, a los prejuicios, a lo que se presenta como más fácil o más cómodo; es una invitación a dar lo mejor de nosotros mismos en la relación con cualquier otra persona.

El autorFrancisco Otamendi

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