¿Qué tiene que ver la comunicación con la Inteligencia Artificial? O mejor dicho, ¿qué ha impulsado al Papa Francisco a querer dedicar el Mensaje de la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebrará el 12 de mayo de 2024, a la IA en sus implicaciones comunicativas? No es casualidad que el tema sea «Inteligencia artificial y sabiduría del corazón: por una comunicación plenamente humana».
La elección obedece sin duda al hecho de que se trata de un tema de gran actualidad que, aunque no es muy joven en la escena pública y civil, no ha dejado de ganar terreno en la opinión pública al menos desde el año pasado. Y la comunicación se nutre sin duda de la actualidad.
Luego está el elemento contingente, es decir, las aplicaciones de la IA al mundo de la comunicación: pensemos, por ejemplo, en el uso de algoritmos en las redes sociales, la transmisión rápida de información, la posibilidad de «construir» fuentes de información y, por consiguiente, de comunicación.
Aspectos que, sin duda, no pueden ignorarse, pero que en modo alguno reducen únicamente a esto el alcance de la gran revolución tecnológica de las últimas décadas. En efecto, la Inteligencia Artificial se aplica en un gran número de ámbitos, de la sanidad a los transportes, de la agricultura a la industria pesada, que muy a menudo ignoramos a pesar de que tienen consecuencias concretas en nuestras vidas, especialmente en el campo de la informática.
Hacer humana la comunicación
Así pues, el aspecto más importante de este interés de la Iglesia por la Inteligencia Artificial concierne más bien al enfoque del próximo mensaje, centrado en lo ‘plenamente humano’ que se espera de toda misión comunicativa: un servicio de bien a las personas y no un obstáculo para su vida o para el ejercicio libre y consciente de la vida en comunidad. Y se añade una virtud concreta: la «sabiduría del corazón».
A esto, pues, está llamado el mundo de la comunicación ante la imparable revolución tecnológica de nuestro tiempo: a ayudar a explicarla, contextualizarla y acompañarla con sabiduría.
Y al hacerlo, reconocer que toda nueva oportunidad que ofrece la tecnología debe orientarse siempre hacia el bien del individuo, del ser humano, que es el único que tiene corazón, o alma si se quiere. Y es el único que puede plantearse las preguntas adecuadas ante lo que le rodea. Incluidas las sofisticadas máquinas que hoy pueden permitirle aumentar para bien todas sus prestaciones.
Claro que existen los retos, los riesgos, los malentendidos, las especulaciones… pero qué sería de nuestras vidas sin la oportunidad de poder volcar para bien todo aquello que nos tensa el corazón, haciéndonos a menudo menos que humanos.
Así pues, acojamos esta llamada a habitar el mundo de la Inteligencia Artificial en general, y el de la comunicación en particular, sacando a la luz las grandes intuiciones del ingenio humano, fruto de la chispa que Dios ha puesto en cada uno de nosotros.