La dignidad intrínseca de la persona ha de ser el criterio clave para evaluar las tecnologías emergentes. Así lo reiteró el Papa Francisco hace unas semanas al hablar sobre un tema tan actual como es la inteligencia artificial, que prácticamente ha «hipnotizado» al mundo desde hace unos meses tras la aparición de la ya famosa aplicación ChatGPT.
Hace décadas que la Iglesia se pregunta por los retos que plantea la Inteligencia Artificial, y desde hace al menos setenta años (véase Alan Turing en 1950) los científicos compiten por la primacía de una tecnología capaz de «razonar» de forma similar al hombre. En 1987, fue san Juan Pablo II -el primero entre los últimos pontífices- quien advirtió de los riesgos más inmediatos derivados de una «robotización» del mundo del trabajo, que llevaría a una sustitución generalizada de la actividad manual del hombre sin un verdadero reemplazo.
En la actualidad, el problema se plantea en el plano de la «conciencia» y la sensibilización, explotando nuestra pereza y secundando acríticamente cualquier «éxito» que puedan alcanzar las máquinas.
Con ChatGPT está en juego la creatividad del hombre y su «dominio» sobre los llamados trabajos intelectuales, empezando por los relacionados con el mundo de la comunicación y, por qué no, del periodismo. Por eso el Papa Francisco se afana en señalar la necesidad de «fomentar una mayor conciencia y considerar el impacto social y cultural» de estos artefactos, que son en todo caso fruto del ingenio humano y de las «dotes» que Dios ha concedido a sus criaturas.
Encuentro y confrontación
Es indudable la necesidad de alimentar espacios de encuentro y debate «serios e inclusivos» sobre el uso de las máquinas. Más concretamente, un «diálogo entre creyentes y no creyentes sobre las cuestiones fundamentales de la ética, la ciencia y el arte», sin olvidar la búsqueda del verdadero sentido de la vida y con el objetivo de construir la paz y un verdadero desarrollo humano integral.
Dirigiéndose a científicos, ingenieros, empresarios, juristas, filósofos -reunidos bajo la égida de los «Diálogos de Minerva» y convocados por el Dicasterio para la Educación y la Cultura-, el Papa Francisco destacó la positividad de las tecnologías emergentes, de las que es imposible negar la ayuda concreta a la humanidad también en términos de creatividad y beneficio futuro. Pero esto sólo será verdaderamente solidario si sabemos orientar verdaderamente el desarrollo tecnológico hacia el bien, encontrando consenso, por ejemplo, sobre los valores de transparencia, seguridad, equidad, inclusión, fiabilidad y confidencialidad.
Regulación de la Inteligencia Artificial
El único camino es el de la regulación, como ya indicaba el punto 194 de Laudato si’ hablando de la promoción de un auténtico progreso que pretenda dejar el mundo mejor de como lo encontramos y generar una calidad de vida integralmente superior.