Ecología integral

La infertilidad como bendición: un misterio divino

Ser estéril no es una condena divina, sino una oportunidad para recibir una bendición especial del Señor. Es más, según el libro de la Sabiduría Dios premiará de un modo especial a las personas infértiles que vivan virtuosa y santamente.

Javier García Herrería·10 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
infertilidad

Para muchas parejas, la esterilidad es una prueba difícil, una carga dolorosa que desafía los sueños de formar una familia. Sin embargo, el libro de la Sabiduría ofrece un mensaje profundamente consolador para quienes, a pesar de no poder concebir, llevan una vida virtuosa y aceptan la voluntad de Dios. 

Un texto de Agustín Giménez González, director del departamento de Sagrada Escritura de la Universidad de San Dámaso, explica muy bien esta idea, que a continuación resumimos (Cfr: Agustín Giménez, Sabiduría, pág 74-82, BAC, 2021).

La dicha de la fidelidad

El libro de la Sabiduría nos regala palabras de aliento: «Dichosa la estéril intachable, cuyo lecho no conoció la infidelidad: obtendrá su fruto el día del juicio» (Sab 3,13). La esterilidad, lejos de ser una maldición, es una oportunidad para demostrar fidelidad y amor sincero, valores que Dios bendice abundantemente.

Sin embargo, el premio divino para los que son fieles a Dios a pesar de no poder engendrar se extiende también al varón, no solo a la mujer: «Dichoso también el eunuco en cuyas manos no hay pecado, ni tuvo malos pensamientos contra el Señor: por su fidelidad recibirá un favor especial y una herencia envidiable en el templo del Señor» (Sab 3,14). El eunuco es el equivalente masculino a la mujer estéril. El versículo citado señala la tentación de culpabilizar a Dios por la infertilidad, algo humanamente lógico, pero profundamente injusto con el creador. 

Es cierto que la falta de fecundidad es difícil de aceptar y tienta al hombre a rebelarse contra Dios. Sin embargo, la promesa divina para los que aceptan su voluntad con alegría es prometedora. El profeta Isaías la describe así: “A los eunucos que observan mis sábados, que eligen cumplir mi voluntad y mantienen mi alianza, les daré en mi casa y dentro de mis murallas un monumento y un nombre mejores que hijos e hijas, un nombre eterno que no será extirpado” (Is 56,35).

Culpar a Dios

El profesor Giménez explica que el libro de la sabiduría “incide también en no tener malos pensamientos ´contra el Señor`, pues cuando uno tiene defectos físicos, es fácil echar la culpa a Dios, y en el interior renegar de él y pensar que ha sido malo o injusto por permitirlo. Esos pensamientos alejan de Dios, llevan el veneno de la serpiente que acusa a Dios de ser el enemigo del hombre y estropean el maravilloso premio destinado a los eunucos. Estos, gracias a su fidelidad, recibirán un favor especial (…): ´una herencia envidiable en el templo del Señor`. Llama la atención que el eunuco vaya a tener un lugar especial precisamente en el templo de Dios, pues la ley de Moisés excluye explícitamente a los eunucos 50 (y demás hombres defectuosos) del servicio sacerdotal en el templo: ´No podrá acercarse a ofrecer las oblaciones quemadas en honor del Señor. […] no podrá traspasar el velo ni acercarse al altar, porque tiene un defecto y profanaría mi Santuario` (Lev 21,21.23). Salomón enseña que todo aquello de lo que queda privado en esta vida, lo recibirá con creces en la otra”.

Esta promesa es una invitación a confiar en que Dios tiene reservados tesoros de gracia para quienes perseveran en la fe. La ausencia de hijos no es el fin de la felicidad; la verdadera herencia en esta vida se encuentra en el amor que se siembra y en la virtud con la que se vive; en la otra vida la herencia será desbordante. 

Culparse a uno mismo

Los padres que no pueden tener hijos, con frecuencia sufren por el dolor de no procrear. A este dolor natural a veces se suma otro más sutil y dañino, pensar que es un castigo divino, o causa de algún pecado del pasado… Pero nada más lejos de la realidad. 

Como señalaba el profesor Giménez en una conferencia, “Dios no es así. Dios todo lo permite para nuestro bien. Y como enseña el libro de la Sabiduría es una gran bendición del cielo la infecundidad, cuando es vivida con confianza  y amor al Señor, porque el premio eterno a cambio será inmenso. Por eso, no hay que culpar a nadie de estas situaciones, y menos a uno mismo. Hay que abrazar la situación, la cruz, con fe, amor y esperanza, ofreciendo el propio dolor por la salvación del mundo y mirándo al cielo, donde la recompensa será infinita”.

Un legado eterno: la virtud por encima de la descendencia

A lo largo de la historia, muchas culturas han asociado la descendencia con la continuidad y la pervivencia en el tiempo. Pero la Biblia nos ofrece una visión diferente: «Más vale no tener hijos y ser virtuoso, porque el recuerdo de la virtud es inmortal: la reconocen Dios y los hombres» (Sab 4,1). Así pues, la verdadera fecundidad que dejamos en este mundo no se mide en hijos, sino en el bien que hacemos y en la vida honrada que llevamos.

La Escritura no niega el dolor de quienes anhelan ser padres y no pueden. Pero también nos asegura que Dios ve más allá de nuestras limitaciones y transforma toda situación en ocasión de gracia. 

El versículo que sigue al anterior exalta el valor de la virtud: «Cuando está presente, la imitan, cuando está ausente, la añoran; y en la eternidad triunfa y se ciñe la corona, vencedora en la lucha por trofeos incorruptibles» (Sab 4,2). Cuando alguien vive virtuosamente, los demás lo notan y quieren seguir su ejemplo. Pero cuando falta, se siente su ausencia y se extraña, porque las personas santas aportan luz y dirección en la vida. Al final, la virtud no es algo pasajero, sino que trasciende; en la eternidad es premiada y reconocida con una corona.

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