El 18 de mayo de 2019 miles de personas acudieron al Palacio Vistalegre Arena en Madrid. Eran las nueve de la mañana, pero sonrisas alegres y voces emocionadas rodeaban aquel recinto en Carabanchel con un solo motivo: la beatificación de Guadalupe Ortiz de Landázuri.
Doctora en Químicas, catedrática de maestría industrial y numeraria del Opus Dei, Guadalupe destaca, en palabras del Papa Francisco, por ser un ejemplo de “santidad de la normalidad”. 44 años después de su muerte, ciudadanos de Singapur, México, Estados Unidos, Nigeria y otros países viajaron hasta Madrid para celebrar el gran paso en la causa de canonización de esta mujer.
¿Qué había en Guadalupe para reunir a tantas personas en un solo lugar? No es solo que fuera la primera laica beatificada perteneciente al Opus Dei. Para José Carlos Martín de la Hoz, postulador diocesano de la causa de canonización de la catedrática, una de las razones puede encontrarse en las palabras que dijo sobre ella el Papa Francisco. El Pontífice la definió «como la santa de la alegría, pero un contento con contenido, pues ella buscó siempre amar a Dios y a los demás, y ahí radica la fuente de la paz que repartía a su alrededor”.
Santa de la alegría y de la normalidad
Esa sonrisa de Guadalupe es precisamente la que se veía en todos los carteles de Vistalegre. Quienes acudieron al evento se encontraron con el rostro de una mujer que brilló por su “virtud de la paciencia”, destaca el postulador diocesano.
A Vistalegre fueron quienes en algún momento se han sentido impresionados por aquella “investigadora científica”, “mujer de laboratorio” y “profesora paciente”, una persona “dotada de una gran comprensión para escuchar y orientar a los demás”.
Y si bien no hay duda de que Guadalupe Ortiz de Landázuri es importante para quienes están cerca del Opus Dei, su vida también tiene algo que decir a todos los católicos. Como indica el postulador de la causa de canonización, “estamos atravesando una etapa compleja en la historia de la civilización occidental, pues estamos al final de una etapa y al comienzo de otra. La nueva cultura de la globalización que está brotando será cristiana y, por tanto, acorde con la dignidad de la persona humana, si los cristianos seguimos los ejemplos de vida y de entusiasmo de los santos”.
Guadalupe Ortiz de Landázuri y el Opus Dei
Ejemplos como el de Guadalupe, a quien san Josemaría Escrivá invitó a viajar hasta México para impulsar la labor del Opus Dei y compartir la fe con quienes se encontrara. Después de liderar varios proyectos en España, el fundador del Opus Dei quiso que trabajara también al otro lado del Atlántico. Y eso hizo. En 1950 viajó a México para abrir la primera residencia de universitarias en el país.
Desde ese momento y durante cinco años, Guadalupe continuó trabajando por las mujeres de México, ayudando a campesinas, a jóvenes y adultas, no solo en el plano espiritual, sino también en el profesional y personal.
En 1956 san Josemaría volvió a requerir su ayuda y, en esta ocasión, la profesora viajó hasta Roma para asumir algunas tareas de gobierno en el Opus Dei. En lo que respecta a la relación de colaboración entre el fundador de la Obra y Guadalupe, José Carlos Martín de la Hoz dice que “san Josemaría trató siempre a Guadalupe con una particular confianza, pues fue una de las primeras mujeres que le siguieron al terminar la guerra civil española y, como era una mujer profesional y madura, pudo apoyarse en ella”.
Guadalupe Ortiz de Landázuri era muy consciente de su vocación al Opus Dei. Su compromiso con la labor se unía, como explica el postulador diocesano, con “el mandato de la caridad”. Por ello, Martín de la Hoz cree que “indudablemente pasará a la historia como una mujer que sabía estar pendiente en los detalles con todas las personas con las que se cruzaba, y eso es hacer el Opus Dei: amar a Dios y a los demás en medio del mundo”.
En medio del mundo
Ese saber estar en medio del mundo es lo que admiraban quienes se acercaron a Vistalegre el 18 de mayo de 2019. Es también la razón por la que el Colegio Oficial de Químicos de Madrid ha nombrado patrona oficial a Guadalupe. Una decisión que el decano, Iñigo Pérez-Baroja, justifica “por su amor a la química, por sus fuertes convenciones cristianas, por su ejemplo de la santidad de la normalidad, por ser la primera expatriada emprendedora de obras sociales, por su capacidad de comunicación y divulgar sus conocimientos científicos”.
Ahí está parte del legado de Guadalupe, que no quería ser mujer de ciencia o mujer de fe. Como santa Teresita, ella lo quería todo: Dios, mundo, contemplación y acción…
Guadalupe Ortiz de Landázuri se dedicó a amar al mundo apasionadamente, respondiendo a aquella invitación de san Josemaría Escrivá. Eso es lo que se celebró en Vistalegre, alegría en la normalidad. Se celebró a una mujer cuyas palabras podría pronunciar cualquier cristiano hoy: “Quiero ser fiel, quiero ser útil y quiero ser santa” (Carta a san Josemaría Escrivá el 1 de febrero de 1954).
Aquel 18 de mayo de 2019, en Vistalegre se celebró la vida de Guadalupe Ortiz de Landázuri, quien “con la alegría que brotaba de su conciencia de hija de Dios (…) puso sus numerosas cualidades humanas y espirituales al servicio de los demás, ayudando de modo especial a otras mujeres y a sus familias necesitadas de educación y desarrollo” (Carta del Papa Francisco al prelado del Opus Dei por la beatificación de Guadalupe).