Conviví este verano una semana con varios sacerdotes. Me llamó la atención el más anciano de todos: sonriente, servicial, instruido, cercano, humilde. Tenía un algo especial. Recordé, asombrado, aquella noticia que había leído hace unos años de un tal Geraldo Morujão, sacerdote de la diócesis de Viseu (Portugal), que sufrió un paro cardíaco en una piscina en Tierra Santa en 2013, del que se recuperó milagrosamente. Milagro, por cierto, que él atribuyó a la intercesión del beato Álvaro del Portillo. Pensé: “no puede ser el mismo señor, ya ha pasado tiempo desde aquél incidente y ya por entonces era mayor, tuvo que fallecer tiempo después”. Cuando nos presentamos, casi me desmayo: sí, era el padre Geraldo. Esperé algunos días pero terminé por abordarle para que me contase tantas cosas.
Una familia cristiana
Es el mayor de nueve hermanos. Tiene 92 años y está a punto de cumplir 68 como sacerdote, pero rebosa juventud interior. Tiene otros dos hermanos curas y una hermana misionera. Otras dos hermanas se dedicaron a cuidar a sus hermanos sacerdotes durante muchos años: la ropa, la comida, la iglesia, las catequesis. Fueron su sombra. Siempre con cariño. Sin ellas todo habría sido muy distinto. “Podrían ser profesionales de la decoración”, me comenta entre risas. Una de ellas ya está en el Cielo.
El padre Geraldo estudió en Navarra, Roma y Jerusalén. Reza el Rosario en nueve lenguas y le he pillado recitando el Breviario en hebreo. Le gusta mucho la música: me sorprendió cómo nada más ver un piano en la casa se puso a tocar. Fue organista: “Quería ser sacerdote para el pueblo y por eso no estudié música”. Me cuenta que al año siguiente de casi morirse volvió de peregrinación a Tierra Santa, estuvo en el mismo hotel donde todo sucedió y nadó en esa misma piscina: “¡Usted ha nadado donde estuvo muerto!”, le gritaba el dueño del hotel, que no era creyente pero desde aquello se ha acercado a Dios. Siempre ha sido muy deportista: “Nado casi todos los días a las 7 de la mañana, después de hacer la oración”. Pero su gran afición es la montaña: ha subido mucho el Pirineo, el Monte Perdido desde Torreciudad o el Aneto. Lleva un marcapasos, pero eso no le amilana y está en buena forma.
Encargos pastorales
Su labor ministerial ha tenido un ritmo frenético: 13 años en la pastoral de la juventud acudiendo a casi todas las JMJ. Es Consiliario de los Scouts en Viseu desde 1992. Y aún sigue: se dedica a la formación de los jefes para que puedan educar a los chavales a vivir la ley scout. En abril recuerda una preciosa Misa que celebró con mil scouts y también vienen a su memoria la cantidad de campamentos en los que ha colaborado. El último, hace apenas cuatro años.
Su abuela le había llevado hacía años a una obra de piedad llamada “Adoración nocturna en el hogar”, fundada por el padre Mateo. La familia tenía toda una noche para rezar delante de una imagen del Corazón de Jesús. Recuerda con mucho cariño esos momentos a solas, que le han marcado en su relación con Jesucristo. Me cuenta que comenzó con esa devoción el 18 de septiembre de 1940. Cosas de la providencia, pero ese mismo día, catorce años después, se ordenó sacerdote. Antes de eso estuvo doce años en el Seminario, cinco en el Menor y el resto en el Mayor. Allí volvió poco después de la ordenación, porque le nombraron superior y profesor. Impartía música y latín.
El padre Geraldo conoció y trató a san Josemaría. Su primer encuentro fue en 1967 “había esperado ver a un hombre con una personalidad arrolladora que nos dejase a todos impresionados, pero nada más entrar en la sala se arrodilló delante de todos los sacerdotes y nos pidió la bendición”. Confiesa: “Quedé completamente deshecho”.
Le pido un consejo para los sacerdotes más jóvenes: “El primero, la importancia de la vida de oración y celebrar bien la Misa, pero centrado en Cristo, para que sea Cristo quien brille y no el sacerdote como actor, porque quien preside es Cristo”.