Fundada por San Ignacio de Loyola en 1540, la Compañía de Jesús, los jesuitas, es una de las familias religiosas más conocidas y extendidas en todo el mundo.
En estos más de cinco siglos de historia, de entre sus miembros han salido grandes santos: San Pedro Canisio, San Estanislao Kostka, san Luis Gonzaga o, más recientemente, San Alberto Hurtado o San José María Rubio.
Una larga historia de santidad que es espejo en el que mirarse para las nuevas generaciones de jesuitas. Uno de ellos es Francisco Delgado, Fran, que relata para Omnes en su número impreso de este mes, el descubrimiento de su vocación y los inicios en la Compañía, dentro de la que ya ha realizado sus primeros votos.
«Voy a ser jesuita»
Aunque había ido a un colegio de la Compañía, Fran no tuvo contacto cercano con ningún jesuita hasta la Universidad. Su descubrimiento del carisma de la Compañía fue paulatino y su entrada en ella, supuso una sorpresa para todos: “Yo participaba activamente en iniciativas de Iglesia y tenía mi grupo de fe, pero la vida religiosa y en la Compañía de Jesús parecían piezas disonantes”, explica.
No se callaron lo que pensaban, y se lo agradezco.
Cuando comunicó su decisión a padres y amigos “Nadie lo entendía muy bien. Supongo que lo desconocido siempre asusta. A mí el primero. Y no se callaron lo que pensaban… Y lo agradezco. Más tarde, en una visita al noviciado, mis padres se pusieron serios y me dijeron que me apoyarían tanto si decidía ir hacia adelante como si me plantaba y seguía otro camino. Creo que eso marcó un punto de inflexión con ellos, del que estoy profundamente agradecido”, relata, “en cuanto a los amigos, me sorprendió mucho la reacción de varios de ellos no cristianos. Sin compartir la opción y siendo muy críticos con la Iglesia, extrañamente veían algo de bueno en mi decisión y me animaron”.
Las dudas no son absurdas
Un joven prometedor, con un futuro por delante, que lo deja todo… ¿lo deja todo? A ojos del mundo, incluso de muchos católicos, sí. Y las dudas que le planteaban, como Francisco señala, tenían sentido. Para algunas de ellas “tenía clara la respuesta porque ya me había enfrentado yo mismo a esa duda, otras veces callaba sin respuesta y otras me ponía de los nervios porque me tocaban la fibra sensible”.
Las preguntas apuntaban a partes profundas del corazón y para mí es un regalo haber podido llevarlas a la oración.
En contra de lo que pueda parecer, “las dudas de los cercanos me ayudaron mucho. La mayoría no eran absurdas: ¿tanto tiempo en contacto con la Compañía y nunca te había llamado la atención?,¿no será demasiado exigente para ti?, ¿no estarás huyendo de algo?, ¿no puedes vivir la misma vocación desde una familia?, ¿es que no te basta con lo que tienes?”.
Esas cuestiones le llevaron a la oración y al discernimiento: “Eran preguntas que apuntaban a partes profundas del corazón y para mí es un regalo haber podido reposaras, llevarlas a la oración, compartirlas con otros, hablarlas con acompañantes, haber ido respondiendo con honestidad qué parte podían tener de verdad, qué engaños escondían, qué caminos de madurez abrían… y haber ido descubriendo esta llamada más profunda que todas ellas”.
La formación: conocer «el sitio de cada pieza»
Actualmente, Francisco se encuentra en Roma junto a otros 20 compañeros de Europa Meridional estudiando los primeros dos años de Filosofía, tras dos años de noviciado.
Para este joven, la vocación es como “levantar el capó del coche. Estos primeros años tienen mucho que ver con abrir el motor y ver cómo funciona la máquina por dentro: por dónde llega la fuerza motriz, por qué está ahí cada pieza, cómo encaja todo, qué entorpece, qué puede hacer que todo fluya mejor… el ojo está puesto fuera, en la carretera, pero toca primero abrirse dentro.»
Su descubrimiento no se hace en solitario, sino dentro de un carisma y con la ayuda que quienes ya conocen el camino: «Lo mejor es descubrirse rodeado de gente que lleva media vida viendo motores y que está deseando ayudar, aunque sea sólo un poco, a ponerlos a punto para rodar”. Una metáfora que, apunta, “puede entender un ateo; sólo que, para mí, es inevitable reconocer a Dios como fuerza motriz y como meta”.
San Ignacio de Loyola
Junto a sus hermanos en la Compañía de Jesús, Francisco hace vida el carisma jesuita inspirado a San Ignacio de Loyola, teniendo presente la figura de su fundador y tantos otros que le han precedido en este camino de santidad.
«Es una gran ayuda poder ver cómo se enfrentaba Ignacio de Loyola a las cosas y cómo le iba conduciendo Dios».
Apunta que “la figura de Ignacio de entrada no me atraía mucho. Me ha ido despertando interés y admiración al ir conociendo poco a poco su historia desde dentro y al irme sumergiendo en los Ejercicios Espirituales».
Y concluye:«Es una gran ayuda poder ver cómo se enfrentaba él a todo eso y cómo le iba conduciendo Dios. En el fondo son cosas bien parecidas a las que vivimos también nosotros hoy en el día a día”.