“La cooperación es la poderosa palanca que multiplica nuestras fuerzas”: esta es una de las frases más conocidas del sacerdote vizcaíno José María Arizmendiarrieta, nacido en 1915 y fundador de la iniciativa conocida como “Experiencia Cooperativa de Mondragón”. Desde el centenario de su nacimiento en 2015 la Iglesia lo considera oficialmente “venerable”, tras el reconocimiento por la Santa Sede de la heroicidad de sus virtudes.
En efecto, probablemente la cooperación interna y la intercooperación entre cooperativas sean las características más importantes que distinguen el funcionamiento de las empresas cooperativas de las empresas convencionales. La cooperación interna no sería, por tanto, sólo una virtud moral sino también un valor empresarial, una característica de las empresas de éxito. Una de las grandes preocupaciones actuales de los responsables de empresa (y no sólo entre nosotros sino también en el resto del mundo, en mayor o menor medida) es encontrar las fórmulas que permitan que todas las personas de la empresa se impliquen en la labor de hacerla competitiva para que pueda desarrollarse en un mercado globalizado.
Sin embargo, según diferentes estudios realizados en distintas partes del mundo, escasamente el 20 % de los profesionales se sienten implicados con los fines de la organización para la que trabajan. A la hora de identificar las razones de esa desafección, aparecen indefectiblemente los problemas relacionados con el estilo del liderazgo de los directivos, que manifiestamente sobrevaloran su aportación; a título de ejemplo podemos destacar que, según una encuesta realizada en los Estados Unidos de América, el 84 % de los directivos medios y el 97 % de los ejecutivos dijeron estar entre el 10 % de los mejores empleados de su empresa en cuanto a rendimiento). En cambio, el empoderamiento resulta ser el factor que más se correlaciona con el compromiso de los empleados, y la responsabilidad es el elemento que más efecto tiene en el rendimiento de los mismos.
Curiosamente, una de las recomendaciones novedosas entre las propuestas de algunos gurús del management para conseguir una mayor implicación de los empleados resulta ser la de “construir comunidad” en la empresa. Según sus promotores, hacerlo “produce una cosecha de compromiso, capacidad y creatividad que no se pueden extraer de la tierra seca de la burocracia”. Ello se basa en la definición de una “Misión” en la que merezca la pena implicarse, en la articulación de una comunicación abierta y de una información transparente y en el cuidado de una cultura de responsabilidad compartida y de libertad para tomar decisiones, así como un respeto mutuo entre los empleados de todos los niveles. Características todas ellas que perfectamente pueden deducirse de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia.
Por otro lado, la disputa entre los intereses de los empresarios y los de los trabajadores pasa a segundo plano cuando lo que está en juego es la supervivencia de la propia empresa. La “lucha de clases” de los primeros tiempos del capitalismo va corrigiéndose en la medida en que existen poderosos intereses coincidentes entre todos los agentes interesados en el éxito de cada proyecto empresarial.
La confrontación va dejando paso a la colaboración, que don José María Arizmendiarrieta predicó no sólo para las empresas cooperativas, sino también para el conjunto de la vida social. “La solidaridad es la clave y hasta, si queréis, el secreto atómico llamado a revolucionar toda la vida social. La colaboración es el secreto de la verdadera vida social y la clave de la paz social”. Tal afirmación se encuadra en el contexto de una firme convicción: “Colaboración en todo, para que todo sea fruto del esfuerzo y sacrificio de todos y la gloria sea también común”, lo que incluye, por tanto, la participación de los trabajadores en los resultados de la empresa.
El fantástico desarrollo de las empresas inspiradas por el pensamiento de Arizmendiarrieta ha sido, y es en la actulidad, objeto de estudio por parte de expertos empresariales y líderes sociales de todo el mundo. Aún con las debilidades que toda obra humana lleva incorporadas, han demostrado que las empresas que buscan su éxito basándose en valores de colaboración, solidaridad y trabajo en equipo son capaces de competir incluso en un mercado mundial, en el que la exigencia de eficacia es condición de supervivencia.
Pero, junto al legítimo orgullo por la obra común realizada, estaríamos traicionando el espíritu de Arizmendiarrieta si nos diéramos por satisfechos con los frutos alcanzados. “Siempre hay un paso más que dar”: es un mensaje que apela a intentar aplicar los valores que han sido la razón de su éxito a otras realidades empresariales y sociales.
Si Arizmendiarrieta intentó, inicialmente, reformar la Sociedad Anónima buscando fórmulas de participación y colaboración entre accionistas, trabajadores y gestores, intento que resultó imposible en el marco de la legislación de entonces, lo coherente sería seguirle e intentar de nuevo introducir valores humanistas también en las empresas convencionales.
Por otro lado, las instituciones educativas surgidas desde la cooperación (como algunas escuelas) muestran la eficacia y eficiencia de un modelo basado en la cooperación y la corresponsabilidad de todos los agentes interesados en el proyecto. Por lo que merecería la pena profundizar en las posibilidades de desarrollo a largo plazo de dicho modelo, sobre todo cuando vamos a vivir unos tiempos en los que los recursos públicos van a ser particularmente escasos y deben ser, por tanto, exquisitamente gestionados, de forma que su aprovechamiento social sea máximo.
El proceso de canonización de Arizmendiarrieta que ahora está en curso no puede ser, por tanto, sólo un motivo de reconocimiento, sino asimismo una llamada a “coger el testigo” para intentar aplicar, aquí y ahora, los valores que predicó. Se haría, entre otros modos, tomando iniciativas inspiradas en la cooperación en distintos órdenes de la vida económica y social (y quizás también en el sector público), asumiendo riesgos y aceptando imperfecciones derivadas de nuestra condición humana, pero con la esperanza de estar contribuyendo a mejorar, siquiera modestamente, nuestra sociedad, haciéndola más justa y solidaria.
Presidente de la Fundación Arizmendiarrieta