Ecología integral

Fidele Podga: «Poner fin al hambre no es una “utopía”

El coordinador del Departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas destaca en esta entrevista a Omnes que "la producción agrícola actual sería suficiente para alimentar casi el doble de la población mundial".

Maria José Atienza·24 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 6 minutos
Food aid distribution

Personas esperando en la fila de una campaña de distribución de comida (Foto: CNS)

Hace unas semanas celebramos la Jornada Mundial de los Pobres y el pasado 20 de octubre Manos Unidas celebró una mesa redonda para hablar sobre el hambre en el mundo. Fidele Podga, coordinador del Departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas, concedió una entrevista a Omnes hablando sobre esta situación problemática que se extiende por todo el planeta. 

-Hace unos días, Manos Unidas explicaba en una mesa redonda el actual problema de acceso a la alimentación de más de 800 millones de personas. ¿Cuáles son las características de esta realidad que no parece ir en retroceso? 

Según el último informe de Naciones Unidas, alrededor de 828 millones de seres humanos siguen pasando hambre en el mundo hoy. Estamos ante una realidad ciertamente compleja, difícil de acotar por completo, que adopta formas diversas según personas, momentos y lugares. Con todo, diríamos que:  

Fidele Podga (Foto: Manos Unidas)

El hambre es un problema sistémico, donde sobresale indudablemente su característica estructural. No es tanto un error o disfunción coyuntural del sistema, como algo inherente al propio sistema – sobre todo al actual sistema alimentario – organizado en torno: a la fragilidad de unos Estados marcados por la corrupción y flujos de fondos ilícitos; a la escasa inversión para los más necesitados a través de la agricultura familiar sostenible; a la defensa de una economía de mercado de alimentos que pone de los recursos agrícolas en manos de consorcios transnacionales, práctica del dumping para debilitar los mercados locales; se beneficia de subsidios a las exportaciones de los productos agrícolas de los países ricos, o impone la eliminación de aranceles en los países en desarrollo.

Hoy por hoy, el hambre se ha vuelto también contagiosa; es una lacra hereditaria. En efecto, sabemos que de familias desnutridas nacen y crecen niños y niñas con taras mentales y físicas, que se convertirán más tarde en adultos desnutridos, dando lugar a su vez a una nueva infancia desnutrida. Igual que la riqueza puede heredarse, el hambre también se hereda, dando así lugar a otro círculo vicioso con graves secuelas en las personas.

El hambre tiene también una dimensión cíclica. Son sobre todo las poblaciones rurales las que encuentran mayores dificultades para alimentarse. Sabemos que dependen todavía de una agricultura muy vulnerable al cambio climático cuyos fenómenos, por desgracia, suelen ser recurrentes. Así, cuando las lluvias no son suficientes o cuando hay inundaciones, no hay cosechas, y si no hay cosechas, hay hambre. Sabemos dónde esos fenómenos meteorológicos adversos se dan con cierta regularidad: Corredor Seco Centroamericano: Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua o Sahel y el Cuerno de África. Por desgracia poco se hace para garantizar el derecho a la alimentación en esos lugares.

El hambre se presenta también como un fenómeno transversal. Aunque sea de manera ciertamente desigual, el hambre afecta a todos los países, especialmente a sus colectivos más vulnerables. Por eso, la propia Agenda 2030 se propone, sin excepción, “De aquí a 2030, poner fin al hambre y asegurar el acceso de todas las personas, en particular los pobres y las personas en situaciones de vulnerabilidad, incluidos los niños menores de 1 año, a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año”. 

El hambre es también femenina, no sólo como palabra, sino también porque tiene rostro de mujer. Ellas comen siempre las últimas, después de haber cumplido con sus duras responsabilidades de cuidado de campos, hogar y la familia. Casi un tercio de las mujeres en edad reproductiva en el mundo sufre de anemia en parte debida a deficiencias nutricionales. 

-Podemos pensar que guerras, problemas climáticos, etc. ha habido en toda la historia de la humanidad ¿Por qué aumenta y se agrava este problema de la alimentación en el mundo?  

No vamos a caer ahora en la temeridad de decir que las guerras o el cambio climático no tienen un impacto real y grave en las cifras del hambre.

Sabemos que en muchos países donde sigue un conflicto abierto o latente (República Democrática del Congo, Afganistán, Etiopía, Sudán, Siria, Nigeria, Yemen, Sudán del Sur, Pakistán o Haití, por nombrar algunos) la producción, disponibilidad y acceso a los alimentos se ve fuertemente comprometida.

Por otro lado, el cambio climático tiene, sin duda, una lógica incidencia en la seguridad alimentaria, sobre todo en el rendimiento agrícola según regiones y tipos de cultivos. Fenómenos extremos, como sequías, inundaciones y huracanes; o la contaminación del agua y tierras aptas para la agricultura tienen consecuencias en la desnutrición. Pero a todas luces, estamos ante causas que no pueden justificar por sí solas la existencia de 828 millones de personas hambrientas hoy en el mundo.

Para entender el avance y la gravedad de esta lacra, creo indispensable volver sobre todo la mirada hacia el sistema alimentario mundial hoy dominante. 

Es un sistema caracterizado fundamentalmente por la mercantilización de los alimentos. En esa línea, decía el Papa Francisco, en junio de 2016 en Roma en la sede del Programa Alimentario Mundial: “Dejémoslo claro, la falta de alimentos no es algo natural, no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy en pleno siglo XXI muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a una ‘mercantilización’ de los alimentos”. 

El gran aumento del hambre tiene que ver sobre todo con la existencia de un selecto grupo de grandes corporaciones que controla toda la cadena alimentaria mundial, haciendo grandes negocios con la venta de insumos agrícolas como  las semillas, fertilizantes químicos y productos fitosanitarios; enriqueciéndose al máximo con una producción agrícola dirigida en parte al ganado y combustibles, en base a la sobreexplotación de los recursos naturales, el acaparamiento de tierras y la utilización de una mano de obra barata; controlando los mercados globales, con sistemas de control de precios, mecanismos especulativos o técnicas de dumping; beneficiándose de una gran capacidad financiera tanto con las subvenciones como de los diversos fondos de inversión. 

En este contexto, los pequeños agricultores del mundo rural, atrapados además dentro del círculo vicioso de la agricultura de exportación, se ven prácticamente condenados al hambre. Excluidos del sistema, poco pueden hacer para vivir con dignidad en los mercados globales así diseñados. 

El problema que se apunta desde Manos Unidas no es la falta de alimentos sino de acceso y distribución de los alimentos. Entonces, ¿hay un verdadero compromiso social y político para erradicar el hambre?

Hay todavía importantes sectores que vinculan el hambre con las necesidades de aumentar la producción agrícola mundial. Pero los datos lo desmienten. La producción agrícola actual sería suficiente para alimentar casi el doble de la población mundial. Sin embargo, además de alimentar coches y ganado; tenemos las existencias llenas y tiramos a la basura el tercio de la producción. Por tanto, el problema no es de producción sino de acceso y distribución; y en esas cuestiones falta claramente compromiso social y voluntad política. 

Está claro que si la sociedad civil – sobre todo del Norte – redujera por ejemplo su sobreconsumo de carne de vacuno, este simple hecho tendría una importante incidencia en el actual sistema alimentario dominante, tanto en concepto de menor contaminación como de más tierras agrícolas disponibles para las comunidades más hambrientas del Sur. Asimismo, una mayor incidencia política de la sociedad civil del Norte podría evitar la desidia de la clase política nacional e internacional en temas como corrupción y flujos financieros ilícitos, la equidad en los tratados de libre comercio, la cuestión de la debida diligencia para la multinacionales, el control de los monopolios y mecanismos de especulación, los precios mínimos para la exportación agrícola, la subvención de la agricultura familiar, etc.      

-Hay quien puede alegar que “acabar con el hambre en el mundo es una utopía”. ¿Lo es? ¿Cómo empezar a erradicar esta terrible desigualdad? 

El hambre es ciertamente una lacra muy compleja que está acabando con las posibilidades de una vida digna para millones de seres humanos en nuestro planeta. Pero, poner fin al hambre no es una “utopía”. Es posible. Ya en 2015, al hablar de la Agenda 2030, y concretamente del ODS2, el entonces Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon decía que «Podemos ser la primera generación en acabar con la pobreza». 

Técnicamente, acabar con el hambre es factible. Políticamente, existe una hoja de ruta, la Agenda 2030, que podría ayudar a ello. Pero falta sentido de justicia e igualdad, así como la suficiente valentía sociopolítica, para enfrentarse a los que siguen considerando el alimento como un activo financiero más y han diseñado un sistema alimentario mundial para ello. 

No existe una vara mágica para acabar con el hambre. Pero podríamos abordar este gran reto desde Educación para el Desarrollo como espacio para transmitir a la sociedad nuestra convicción de que el hambre es un atentado contra la dignidad de todo ser humano, proponiendo además estilos de vida y consumo solidarios y responsables, capaces de plantar cara a esa lacra.

Asimismo, la lucha contra el hambre hoy exige una apuesta decidida por la agroecología dentro del marco de la agricultura familiar que, además de ser un modelo que pone en manos de los propios pequeños agricultores la producción de sus propios alimentos, es una forma de conservar la naturaleza, de promover una economía local y solidaria, de mantener las culturas y dietas autóctonas, de reforzar los lazos comunitarios dentro de los distintos territorios.

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