Sufrimiento y superación
David Copperfield es quizá la novela con más elementos autobiográficos de Charles Dickens. Contiene diversas historias apasionantes de sufrimiento y de superación. Como es habitual en el autor, presenta una amalgama variopinta de personajes, genialmente trazados. Betsey Trotwood, la tía de la madre del protagonista de la historia, es una solterona excéntrica. Fue a visitar al pequeño David recién nacido, pero se marchó enfadada al comprobar que no era una niña. Sin embargo, años después, cuando éste, siendo un muchacho completamente despojado y abatido, acuda exhausto a pedirle ayuda, ella lo acogerá con magnanimidad.
La extravagante y entrañable tía ofrece sabios consejos a su sobrino. Le recuerda límites éticos básicos: “No seas nunca perverso, no seas nunca falso, no seas nunca cruel”. Y le anima al coraje en las luchas de la vida: “Hemos de afrontar las adversidades con entereza; y no permitir que nos asusten. Hemos de aprender a cumplir nuestro papel. Hemos de superar la adversidad”.
Fortaleza y paciencia
La paciencia, como parte de la virtud de la fortaleza, consiste en la consistencia de ánimo para no sucumbir al desaliento ante la adversidad. Permite acometer grandes empresas y tareas. Se trata de una virtud imprescindible en la vida, pues a todos nos llega la dificultad y la tribulación. Supone la firme adhesión al bien, rechazando los falsos atajos, con estabilidad ante las contrariedades; sin recriminaciones, murmuraciones ni quejas; sin buscar consuelos o compensaciones inoportunas; sin dejarse abatir por la tristeza, que genera resentimiento y amargura; con gozo y perseverancia.
“Ser paciente significa no dejarse arrebatar la serenidad ni la clarividencia del alma por las heridas que se reciben mientras se hace el bien” (Josef Pieper). Por tanto, la paciencia capacita para “resistir, ser testigo de la tristeza sin dejarse ganar por ella, conservar la fidelidad a la memoria del ser que se presentó en el pasado como el único camino posible para una existencia verdaderamente humana, y aguantar el embate del dolor por mor de esa promesa que entonces el hombre supo suya” (Javier Aranguren).
Además, los dones del Espíritu Santo potencian las capacidades humanas hasta conferir el modo de sentir y de obrar del mismo Cristo, al adquirir sus mismas virtudes.
Coraje y perseverancia
El matrimonio y la familia constituyen la primera escuela de humanidad. El gran ideal de formar un hogar requiere esfuerzo y compromiso duraderos, sacrificio y motivación constantes, tenacidad y aguante en las diversas vicisitudes. Por desgracia, hay quienes tienen miedo a aventurarse en una vocación grande y rebajan penosamente su existencia. Sin embargo, con Jesús se pueden alcanzar metas altas, y merece la pena el esfuerzo. Juan Pablo II explicaba con pasión a los jóvenes que Cristo capacita para una vida grande:
“En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna”.
La fe del cristiano en el Dios Amor todopoderoso y la confianza en su cercanía, en su cuidado providente, en su promesa de vida, refuerzan sobrenaturalmente la virtud de la paciencia. Así ocurre especialmente en la hermosa vocación de los esposos. Cuando se cuenta realmente con la gracia, el proyecto de la alianza de amor conyugal fiel y generoso, fecundo y expansivo, renovado en el tiempo, resulta gozosamente posible. Pues la bendición nupcial del Señor tiene valor permanente.
La esperanza no defrauda
La promesa divina del amor pleno inscrita en el lenguaje esponsalicio del cuerpo y en los deseos del corazón -es decir, en la dinámica del eros– genera una esperanza segura y, por eso, constituye el hilo conductor de la historia de cada matrimonio. En este sentido, el Santo Padre Francisco anima con vehemencia:
“Cultiva ideales. Vive por algo que sobrepasa al hombre. La fidelidad consigue todo. Si te equivocas, levántate: nada es más humano que cometer errores. Y esos errores no tienen que convertirse para ti en una prisión. No te dejes aprisionar por tus errores. El Hijo de Dios no vino por los sanos, sino por los enfermos; por lo tanto también vino por ti. Y si te vuelves a equivocar en el futuro, no tengas miedo, ¡levántate!, ¿Sabes por qué? Porque Dios es tu amigo. Si te hiere la amargura, cree firmemente en todas las personas que todavía trabajan para el bien: en su humildad está la semilla de un mundo nuevo. Relaciónate con las personas que han mantenido su corazón como el de un niño. Aprende de la maravilla, cultiva el asombro. Vive, ama, sueña, cree. Y, con la gracia de Dios, no desesperes nunca”.