Traducción del artículo al inglés
La escucha de la historia, el diálogo con y en la Tradición es para la Iglesia la primera forma de camino sinodal. La Iglesia es una caravana que mantiene unidas a las sucesivas generaciones con su bagaje de experiencia, de fe entendida y vivida. Confiando en la asistencia del Espíritu de la verdad, la Iglesia sabe que la Tradición es el lugar donde Dios sigue hablándole, permitiéndole ofrecer al mundo una doctrina siempre viva y pertinente.
La Iglesia siempre ha sido consciente de estar en camino. El camino, así se designaba la propia fe cristiana en los primeros siglos, recordando la palabra del Evangelio en la que Jesús declara que Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). El cristianismo es el camino por el que el hombre puede caminar para alcanzar la vida en el sentido más verdadero, la que se encuentra en Dios mismo, en el abrazo del Padre. A Él nos conduce Cristo en ese viaje que es nuestra existencia en la tierra y cuyos pasos son esencialmente interiores. Son los pasos por los que nuestro espíritu sale de su encierro y comprende que el sentido de vivir es el amor, la comunión con cada persona, reconocida como hermano o hermana en Cristo, hija del mismo Padre.
La Iglesia siempre ha sido consciente de estar en camino. El camino, así se designaba la propia fe cristiana en los primeros siglos, recordando la palabra del Evangelio en la que Jesús declara que Él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
El objetivo del viaje del hombre no es sumergirse en una relación individual y «privada» con Dios, ni el viaje debe hacerse solo, sino juntos, en la comunión que ya existe, aunque no plenamente, en la Iglesia. Es un syn-hodos, un viaje sinodal que hacemos. Y, en efecto, en este camino la Iglesia quiere acompañar a cada hombre y a cada mujer, a toda la familia humana de la que ella misma forma parte y de la que comparte fatigas, sufrimientos, deseos y esperanzas.
Qué quiere el Papa
La Iglesia, en efecto, «se compone de hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación hacia el reino del Padre, y han recibido un mensaje de salvación para proponerlo a todos. Por eso la comunidad de los cristianos se siente verdadera e íntimamente unida al género humano y a su historia» (Gaudium et spes, 1).
Esta es la conciencia fundamental que el Papa Francisco quiere reavivar en la Iglesia, dando impulso a la reflexión sobre la sinodalidad. Pero si es cierto que desde sus orígenes la Iglesia ha sabido que camina junto con el mundo en el Camino que es Cristo, entonces la primera conciencia que hay que reavivar es la de su propia historia como lugar de sinodalidad. En efecto, desde el día de Pentecostés, la razón de ser de la Iglesia ha sido llevar a Cristo al mundo y el mundo a Cristo. Y lo ha hecho a través de la vida de los creyentes, de su testimonio, de su caridad vivida y alimentada en la Eucaristía, del anuncio del Evangelio y de su actualización en cada época de la historia.
La vida de Pedro y de Pablo, de Lorenzo y de Inés, el genio teológico de Orígenes, de Agustín y de Tomás, el progreso en la comprensión del misterio de Dios y del hombre testimoniado por el Magisterio en los Concilios y en sus diversas expresiones, la profundidad espiritual de Teresa y de Ignacio, la humildad de Francisco y la luminosa caridad de José Cottolengo y de Maximiliano Kolbe, son expresiones de la inagotable riqueza y vitalidad de Cristo y del Evangelio. Sin estas expresiones, esa riqueza quedaría confinada al pasado.
Estas expresiones son la mediación que en cada época realiza la Iglesia entre el Evangelio y el hoy de la vida y la cultura de las personas. Son lo que se llama Tradición y, en su conjunto, constituyen un patrimonio perenne de la Iglesia, una sinfonía de voces a través de la cual ha hecho audible la Palabra de Cristo en cada época y la hace audible en el mundo de hoy. La Iglesia, basándose en la promesa de Cristo, está convencida de que el Espíritu Santo coordina y acuerda esas voces para que esa Palabra se escuche en su riqueza, fielmente, sin distorsiones.
Por ello, la Iglesia avanza en su camino escuchando, ante todo, estas voces, recurriendo constantemente a esa herencia y actualizándola. De lo contrario, correría el riesgo de quedarse anacrónicamente anclada en el pasado o de salirse del camino, abandonando la «Vía» que es Cristo para seguir direcciones falaces.
La sinodalidad es una sinodalidad histórica
Tomando prestada una expresión muy querida por el Papa Francisco, la Iglesia es una caravana de solidaridad que mantiene unidas a las sucesivas generaciones con su bagaje de experiencias, de fe entendida y vivida. En este sentido podemos decir que la sinodalidad de la Iglesia es ante todo histórica: en la Iglesia, los cristianos de hoy caminan junto a los de ayer y preparan el camino para los de mañana. Y ello gracias a su Tradición viva, capaz de conservar y actualizar la Palabra de Dios, para iluminar con su luz los problemas y cuestiones actuales del hombre.
Escuchar la propia historia -la Tradición- no es fácil ni se da por descontado, como tampoco lo es el diálogo entre generaciones en una familia y en la sociedad. Pero en la Iglesia es un asunto indispensable, incluso más que en una familia y en la sociedad. En efecto, está en juego la fe en la indefectibilidad asegurada por Cristo a la Iglesia en su misión de transmitir la verdad, con la asistencia del «Espíritu de la verdad» (Mt 16,18; Jn 16,13).
La doctrina cristiana tiene un desarrollo porque es la doctrina de un sujeto -la Iglesia- que vive en el tiempo y se enfrenta a los contextos de cada tiempo y lugar. Y porque el misterio del que se nutre -el Dios revelado en Jesucristo- es inagotable, como lo es el misterio del hombre, que es iluminado por esa doctrina. Pero, como ha explicado con agudeza J.H. Newman, es un desarrollo que no rechaza el pasado, sino que sabe apreciarlo y volver continuamente a él como garantía de una verdadera continuidad histórica.
De este modo, la Iglesia puede manifestar en su camino un vigor perenne y una capacidad de renovación que nunca falla. Por lo tanto, una verdadera profundización en la verdad puede tener lugar en cualquier momento, no sólo una transposición de las enseñanzas del pasado en términos y conceptos más actuales. Nuevos aspectos de la verdad, antes inexpresados o incluso ocultos, pueden surgir bajo el estímulo de un nuevo contexto histórico y cultural. Las nuevas adquisiciones iluminan las anteriores, de las que siempre se preparan y anticipan en cierta medida, y así se manifiesta la coherencia, la unidad de la doctrina cristiana y su fecundidad.
Escuchar y dialogar con la Tradición y en la Tradición es una modalidad esencial de la sinodalidad que la Iglesia necesita hoy. Esta escucha-diálogo es la garantía de que lo que se pretende ofrecer al mundo como comunidad de creyentes en Cristo no será simplemente una solución de sabiduría humana a los retos antropológicos, éticos y espirituales que el cambio de época nos plantea. Será más bien una palabra humana en la que se expresa -se encarna- la Palabra divina, la única capaz de iluminar verdaderamente, en toda su profundidad, el misterio del hombre, el sentido de su vida y la meta de su caminar junto a toda la comunidad humana.