Griego o judío educado en la cultura helenística, san Esteban fue muy apreciado en la comunidad de Jerusalén. Su nombre aparece en los Hechos de los Apóstoles (capítulo 6) como el primero entre los siete elegidos para ayudar a los Apóstoles en su misión, y es descrito como “hombre lleno de fe y del Espíritu Santo”.
Tras explicar su prisión y encarcelamiento, el capítulo 7 de los Hechos recoge su discurso sobre la historia de Israel, y su martirio. Tras sus palabras finales –“Veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios” –, le lapidaron. Murió con estas palabras: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. “Saulo aprobaba su muerte”, escribe san Lucas.
El lugar del martirio de San Esteban en Jerusalén se sitúa por la tradición en las afueras de la Puerta de Damasco, hoy iglesia de Saint-Étienne. En el cristianismo, la devoción a San Esteban fue fuerte desde el principio. Su martirio ha sido recogido en el arte. Dante habla de él en la ‘Divina Comedia’. Sólo en Italia, 14 municipios llevan su nombre.