Nos ponemos el termómetro sólo si sospechamos que podemos estar enfermando. Es una forma de chequear nuestro estado, pero no es –ni debe ser–, la única manera si queremos tener un diagnóstico certero. Si nos da 36 grados centígrados, pues muy bien, no hay de qué preocuparse, aunque si no nos encontramos bien habría que seguir buscando. Si pasamos de 37…- hay que empezar a medicarse, quedarse en casa y seguir buscando. Si damos 40 grados centígrados de temperatura lo mejor es ir a urgencias. En cualquier caso, la toma de temperatura será solo un primer paso.
“Tengo la iglesia llena” dicen con satisfacción algunos curas, los menos; “tengo la iglesia bastante llena” dice el cura optimista, “tengo la iglesia medio vacía”, el pesimista; “no me viene nadie a misa” es una declaración de desahucio.
La asistencia a misa puede ser un buen termómetro de la salud de la Iglesia. Pero sólo eso, un termómetro, no el parámetro que describe toda la realidad. Hay que mirar más cosas. Por cierto, cuando no nos preocupa la asistencia a misa, al igual que si no nos preocupa la temperatura corporal, puede ser signo de buena salud.
Hay lugares en los que hace pocos años la iglesia estaba a reventar y hoy son un erial y, por el contrario, hay otros barrios en los que la iglesia estaba vacía y hoy se llena. ¿Qué ha pasado en medio? La evangelización. O la falta de ella.
«La sagrada liturgia no agota toda la acción de la Iglesia» (SC 9): debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1072)
La Sagrada Liturgia, es decir la Misa, debe ser precedida por la evangelización. Nos podemos preguntar: ¿Entendemos este “debe ser” en pretérito perfecto o en presente continuo? Si lo entendemos de la primera forma asumiremos que ya se evangelizó, que la asistencia a misa es la consecuencia y que sólo es cuestión de tiempo, y de que la naturaleza haga su trabajo, que la lglesia se vacíe. Si lo entendemos en presente continuo y ponemos la evangelización, hacer discípulos, en el centro de nuestra estrategia y no las meras cifras de asistencia, entonces estamos en un modelo “sostenible” de crecimiento de la lglesia. Y si aparte de la “temperatura” tenemos en cuenta otros parámetros, llegaremos a un diagnóstico mejor de la salud de la Iglesia.
Todo esto nos lleva a considerar a los que van a misa no como asistentes sino como discípulos potenciales. Se trata, no de conservarlos, sino de hacerles crecer.
En algunas parroquias sucede algo curioso. Un porcentaje altísimo de los que llenan la iglesia el domingo no pisan la parroquia durante la semana, y un porcentaje más o menos alto de los que vienen a la parroquia durante la semana no pisan la iglesia el domingo (niños y jóvenes de catequesis, sus padres, usuarios de Cáritas e incluso personas que participan en distintas actividades de la parroquia). Esto nos tiene que hacer pensar si el número de gente que asiste a la misa es el indicador correcto de la salud parroquial.
En definitiva, no se trata de menospreciar a la gente que va a misa, hoy por hoy no es poco, sino de ver cómo hacer que se conviertan en verdaderos discípulos que crecen.