«Mi yugo es dulce y mi carga ligera» (Mt 11,30).
Este es el núcleo de la homilía que el Papa Juan Pablo II pronunció el 16 de junio de 2002, durante el rito solemne de canonización del Beato Pío de Pietrelcina (nacido Francesco Forgione en 1887 y fallecido en 1968), sacerdote de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. «La imagen evangélica del ‘yugo’ -dijo el Santo Padre- evoca las muchas pruebas que tuvo que afrontar el humilde capuchino de San Giovanni Rotondo. Hoy contemplamos en él cuán dulce es el «yugo» de Cristo y cuán ligera es su carga cuando se lleva con amor fiel. La vida y la misión del Padre Pío dan testimonio de que las dificultades y las penas, si se aceptan por amor, se transforman en un camino privilegiado de santidad, que se abre hacia perspectivas de un bien mayor, conocido sólo por el Señor».
Una intensa vida interior
Queriendo recordar algunos apuntes biográficos, y aprovechando la preciosa reconstrucción que ofrecen las páginas web del Dicasterio para las Causas de los Santos, hay que decir que tras su ordenación sacerdotal, recibida el 10 de agosto de 1910 en Benevento, Pío permaneció con su familia hasta 1916 por motivos de salud. En septiembre del mismo año, fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte.
Vivió su vocación para contribuir plenamente a la redención del hombre, según la misión especial que caracterizó toda su vida y que puso en práctica mediante la dirección espiritual de los fieles, la reconciliación sacramental de los penitentes y la celebración de la Eucaristía. El punto culminante de su actividad apostólica fue la celebración de la Santa Misa. Los fieles que asistieron percibieron la cumbre y la plenitud de su espiritualidad.
La caridad, primera virtud
En el plano de la caridad social, se comprometió a aliviar el dolor y la miseria de tantas familias, principalmente con la fundación de la Casa Sollievo della Sofferenza (Casa para el alivio del sufrimiento), inaugurada el 5 de mayo de 1956. El amor de Dios le llenaba, colmando todas sus expectativas; la caridad era el principio rector de su jornada: Dios para ser amado y amar. Su preocupación particular: crecer y hacer crecer en la caridad.
Expresó el máximo de su caridad hacia el prójimo acogiendo, durante más de 50 años, a muchas personas, que acudían a su ministerio y a su confesionario, para recibir sus consejos y su consuelo. Era casi un asedio: lo buscaban en la iglesia, en la sacristía, en el convento. Y se entregó a todos, reavivando la fe, distribuyendo la gracia, trayendo la luz. Pero especialmente en los pobres, los que sufren y los enfermos vio la imagen de Cristo y se entregó especialmente por ellos.
La cruz en su vida
Pronto se dio cuenta de que su camino sería el de la Cruz, y lo aceptó inmediatamente con valor y por amor. Experimentó los sufrimientos del alma durante muchos años. Durante años soportó los dolores de sus heridas con admirable serenidad. Cuando tuvo que someterse a investigaciones y restricciones en su servicio sacerdotal, lo aceptó todo con profunda humildad y resignación. Ante las acusaciones y calumnias injustificadas, siempre guardó silencio, confiando en el juicio de Dios, de sus superiores directos y de su propia conciencia.
Se consideraba sinceramente inútil, indigno de los dones de Dios, lleno de miseria y, al mismo tiempo, lleno del favor divino. En medio de la admiración del mundo, repetía: «Sólo quiero ser un pobre fraile que reza». Su salud, desde su juventud, no fue muy floreciente y, especialmente en los últimos años de su vida, decayó rápidamente. Murió a la edad de 81 años. Su funeral se caracterizó por una extraordinaria afluencia de público.
Fama de santidad
En los años que siguieron a su muerte, su fama de santidad y milagros creció cada vez más, convirtiéndose en un fenómeno eclesiástico, extendido por todo el mundo, entre todas las categorías de personas. No pasó mucho tiempo antes de que la Orden de los Frailes Menores Capuchinos diera los pasos requeridos por el derecho canónico para iniciar la Causa de beatificación y canonización.
El 18 de diciembre de 1997, en presencia de Juan Pablo II, se promulgó el Decreto sobre la heroicidad de las virtudes. El 2 de mayo de 1999, Su Santidad Juan Pablo II beatificó al Venerable Siervo de Dios Pío de Pietrelcina, fijando el 23 de septiembre como fecha de la fiesta litúrgica. El decreto de canonización fue promulgado el 26 de febrero de 2002.
Un discípulo muy especial
Una vida, la del Padre Pío, al servicio y en comunión con otras vidas. Entre ellas nos gusta recordar la de Don Salvatore Pannullo, con la reciente publicación de Zi Tore. Il ‘parroco’ di Padre Pio (autor Raffaele Iaria, editorial Tau). Un sacerdote que hizo historia en Pietrelcina, viendo entre los primeros la santidad de un joven que se convertiría en el primer sacerdote estigmatizado de la historia y uno de los más seguidos del mundo.
Don Pannullo, de hecho, fue párroco de este centro desde 1901 hasta 1928. Es una figura bastante olvidada en las biografías del Padre Pío y, sin embargo, importante por haber estado a su lado mientras maduraba en su vocación religiosa. Fue en cierto modo su consejero y guía, maestro y amigo. Fue un sacerdote que siguió al joven Forgione en los últimos meses de su preparación al sacerdocio, ofreciéndole instrucciones sobre la liturgia, acompañándole en el examen final y el día de la ordenación. Y también fue el primero en conocer la historia de los llamados estigmas invisibles del fraile, un mes después de la propia ordenación.
¿Cuál es, en definitiva, el rasgo más distintivo de la biografía y la obra del Padre Pío? ¿Dónde está el origen y la fuerza de su apostolado? La respuesta, de nuevo, en las palabras pronunciadas por Juan Pablo II en el parvis de la Basílica Vaticana, aquel domingo de hace veinte años: «La raíz profunda de tanta fecundidad espiritual se encuentra en esa unión íntima y constante con Dios, de la que eran testimonio elocuente las largas horas pasadas en la oración y en el confesionario. Le gustaba repetir: ‘Soy un pobre fraile que reza’, convencido de que ‘la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios'».
Un rasgo distintivo de su espiritualidad que continúa en los Grupos de Oración que fundó, que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad «la formidable contribución de la oración incesante y confiada». A la oración el Padre Pío unió también una intensa actividad caritativa, de la que la Casa Sollievo della Sofferenza es una extraordinaria expresión. Oración y caridad, he aquí una síntesis muy concreta de la enseñanza del Padre Pío».