Periodista y sacerdote de la diócesis de Pamplona- Tudela, José Gabriel Vera, lleva más de una década como delegado de Medios de esta diócesis y secretario de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones sociales.
Un recorrido que le ha hecho conocer a fondo las diferentes caras el entorno informativo y que le ha servido para plasmar los puntos clave de «La senda de la reputación. Cómo la comunicación puede mejorar la Iglesia», un libro que defiende la idea, como señala José Gabriel Vera en conversación con Omnes, de que «la labor de quienes trabajan en comunicación eclesial es invitar a las dos partes a hacer un esfuerzo mayor: a comunicar más y a entender mejor.
Frecuentemente, y aún en la actualidad, hay quienes acusan un recelo a la comunicación por parte de la Iglesia ¿Existe este recelo? ¿Y a la inversa?
-No es un recelo al mundo de la comunicación aunque lo puede parecer. Hay dos cuestiones que pueden llevar a pensar eso. Por un lado, que la gente trabaja en la Iglesia no para salir en los medios sino para cumplir una misión. No lo hacen ni para las audiencias ni para quedar bien. Por eso, cuando los medios se acercan a estas personas que hacen tanto bien se encuentran con que, en general, no quieren salir en los medios, no les parece interesante. Además, por otro lado, es cierto que cuando alguien de la Iglesia ve reflejada su Iglesia en los medios no la reconoce, tiene la impresión de que no se ha entendido nada y que no es bien tratada. Y acaba tomando la medida de salir lo menos posible en los medios.
A la inversa no creo que haya recelo sino más bien desconocimiento, prejuicios (en sentido estricto: juicios previos). Para algunos medios acercarse a la Iglesia es como acercarse a la pasta nuclear: no voy a entender nada, no voy a poder entrar en ella, cojo un par de titulares que encajen y paso de pantalla.
La labor de quienes trabajan en comunicación eclesial es invitar a las dos partes a hacer un esfuerzo mayor: a comunicar más y a entender mejor.
Para algunos medios acercarse a la Iglesia es como acercarse a la pasta nuclear: no voy a entender nada, cojo un par de titulares que encajen y paso de pantalla.
José G. Vera
Su experiencia como periodista, delegado de medios y secretario de la CECS (Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales, como es su nombre actual), ¿cómo ha influido en este libro? ¿Podríamos decir que es un pequeño «manual» de comunicador de la Iglesia?
-El libro está destinado a quienes, en la Iglesia, se dedican a la comunicación y a quienes, en la comunicación, se dedican a la Iglesia. Por un lado, encuentras a periodistas que se acercan a la Iglesia sin mucho conocimiento de nuestra historia, nuestra estructura, nuestro mensaje, nuestra misión. Y me parecía que contarlo en clave de comunicación podría servirles para hacerse un pequeño plano sobre qué es la Iglesia, cuál es su núcleo y cómo lo expresa. Por otro lado, para los comunicadores que trabajan en la Iglesia quería presentar un camino necesario que desde la comunicación hay que señalar a la Iglesia para alcanzar la reputación. Un camino que tiene unas etapas previas y que exige una revisión completa en cada paso.
Cuando la Iglesia tiene una mala reputación o una mala imagen en la sociedad a la que sirve, el problema no lo tiene la sociedad –como se suele pensar entre quienes gobiernan- el problema lo tiene la propia Iglesia.
¿Cree que hay quien aún puede, dentro de la Iglesia, tener la idea de que el papel de la comunicación corporativa es simplemente «tapar las vergüenzas» de la institución? ¿Aprendemos a base de crisis?
-Creo que eso ya no se da. Al menos en el ámbito de la comunicación, dentro de la institución, está claro. Esa convicción, que brota de la teoría de la comunicación y también del Evangelio, hay que irla extendiendo a cada miembro de la institución, con delicadeza y también con determinación. Hay que explicar muchas veces que conviene decir las cosas como son, que conviene contar una y mil veces lo que somos y lo que hacemos, porque cuanto más hablemos, más conocidos seremos y mejor podremos cumplir nuestra misión.
En este tiempo de la transparencia, más todavía en el mundo de las redes sociales, la frase del evangelio “lo que digáis en lo secreto se predicará en las terrazas” tiene plena vigencia. No hay que tapar las heridas sino airearlas y desinfectarlas, aunque haya gente que quiera hurgar en la herida para hacerla más dolorosa y dañina.
Cuando la Iglesia tiene una mala reputación o una mala imagen en la sociedad a la que sirve, el problema no lo tiene la sociedad sino la propia Iglesia.
José G. Vera
La sociedad actual y la Iglesia, ¿hablan el mismo idioma? En el caso de la Iglesia, ¿puede ocurrir que demos por hecho o por entendido cosas que no lo están en absoluto?
-No, no hablamos el mismo idioma, pero tenemos que adaptarnos en el lenguaje para ser mejor entendidos. Ese es un esfuerzo permanente de cualquier institución, hacerse entendible para aquellos que no hablan el mismo idioma, para los que tienen otra estructura mental o formal, o simplemente para aquellos que no nos conocen. En el fondo es también el esfuerzo de un padre de familia para conseguir que sus hijos le entiendan en sus preocupaciones, en sus decisiones, en sus proyectos. Hacerse entender es un trabajo de comunicación imprescindible para la Iglesia.
Además, este contexto de cambio tan profundo de los lenguajes, de los valores, de las ideologías, exige una constante revisión de nuestra comunicación para ver si lo que se entiende coincide con lo que nosotros queremos comunicar.
Cree que los católicos somos, quizás, demasiado «pudorosos» para ser influencers de la fe de manera natural dentro de, por ejemplo, una vida dedicada a la moda, la ingeniería, el derecho …?
-Pienso que existe, por un lado, una vida cristiana debilitada, reducida a un momento de la semana (o del mes o del año), por lo que es difícil una expresión pública de una vida espiritual que tiene poca relevancia para la propia persona. Por otro lado, en aquellas personas con una mayor conciencia de la vida cristiana, se echa en falta una conciencia de misión, de ser enviado.
Esto se entiende porque buena parte de los que viven la fe llegaron a ella no por un esfuerzo que transformó su vida, sino por un medio ambiente familiar, escolar y eclesial que lo envolvía todo, ambiente en el que nacieron y en el que se formaron. Pero ese medio ambiente ya no existe. Conviene darse cuenta de que la siguiente generación será cristiana si hay un empeño personal de cada cristiano en que el futuro sea cristiano, y el camino imprescindible es el testimonio. Un testimonio que en este tiempo es cada vez más costoso, tiene más consecuencias en la vida y puede llegar a ser arriesgado.
Se trata, en definitiva, de aumentar la conciencia de pertenencia entre los cristianos y la conciencia de misión: soy parte de este pueblo y soy enviado a una misión.