En el hall de la facultad, atestado de estudiantes bajo una lluvia de panfletos, dos universitarios de facciones políticas opuestas se enfrentaron. A los pocos instantes, varios compañeros sacaban rápidamente en andas al que llevó la peor parte; y un reguero de sangre era todo un símbolo de las enconadas divisiones del momento. Eran los años 60, y es uno de mis recuerdos de mi época de estudiante, que fuera de estos episodios resultó un periodo amable.
Pasaron los años. Cambié de ciudades, y de ocupaciones. Luego vino la llamada al sacerdocio y dediqué buena parte de mi tiempo a la pastoral universitaria en colegios mayores. Aun así conservaba una cierta nostalgia de mis años complutenses. El pluralismo intelectual y social constituye siempre una llamada al diálogo sincero; y, para un cristiano, es también un reto para ofrecer pacífica y amablemente las riquezas de su fe. Por eso fue una estupenda sorpresa que me plantearan la posibilidad de ser capellán de mi antigua facultad y acepté ilusionado.
Coleccionista de e-mails
La facultad cuenta con una capilla grande, que facilita el recogimiento, bien situada, junto a la librería de la facultad. Me pareció que lo esencial, en esos primeros tiempos, además de rezar, era conocer gente y darme a conocer. Con la puerta de mi despacho abierta, abordaba amablemente a las personas que entraban en la capilla, practicando el consejo de otro capellán universitario: que me hiciera “coleccionista de e-mails”. A la vez que ofrecía mi tarjeta con los horarios de capellanía, pedía su correo electrónico a mis interlocutores, y hoy ya tengo varios cientos. Eso me permitió comunicar digitalmente las actividades a un número amplio de profesores y alumnos; e ir recibiendo sus consultas, o palabras de ánimo, así como difundir textos útiles y mantener el contacto.
También me planteé cuáles serían los cauces para comentar la Palabra de Dios a quien quisiera oírme, y hacer juntos algo de oración. Una brevísima homilía diaria, tweet-homily, cumple en parte el primer objetivo. Para sacar el segundo, anuncié 15 minutos diarios de meditación del Evangelio. Iniciaba yo la oración y los asistentes ocupaban los bancos próximos: era mi oración en voz alta, procurando desgranar el texto sagrado y ofrecer con aplicaciones prácticas que ayudasen a imitar a Jesucristo en la vida corriente. Asistían pocas personas, pero fue una siembra de oración, que fue dando su fruto.
La asignatura más importante
Había que facilitar la confesión, de manera que en mi tarjeta, escribí: “Confesiones, en cualquier momento”, frase que imprimí con letras grandes en un folio que he colocado a la entrada de la capilla.
Este asunto me ha dado muchas alegrías en estos años. Hay un goteo pausado de confesiones, con personas que proceden de diversas facultades: tal vez se ha corrido la voz de que en Derecho hay todas las tardes un cura que confiesa, “en cualquier momento”. A veces hay que ayudar a los jóvenes a entender que, además de un cambio de impresiones y unos consejos, necesitamos sobre todo la gracia del sacramento.
Todos los años, al empezar el curso, pongo un cartel convocando a recibir el sacramento de la Confirmación. Ofrezco una clase semanal de una hora sobre la doctrina cristiana, siguiendo el esquema del Catecismo de la Iglesia Católica. Además de los confirmandos acuden otros interesados; con todos hablo periódicamente, para asegurar en lo posible que asimilan las clases, y que la doctrina va informando su vida personal.
Un tema que no falta en las conversaciones personales es la vida de oración. Para facilitarlo tenemos un retiro mensual, muy breve, pues se trata de aprovechar la única hora, en mitad del día, en que no hay clases en la facultad. Expongo el Santísimo en la custodia, y al final se da la bendición. En medio, lectura espiritual con un texto seleccionado; un rato de oración; unos folios con preguntas, para que cada asistente haga su examen personal. En los breves intervalos, alguien se confiesa, o quedamos para charlar con calma otro día.
El café teológico y el Youcat
Tras iniciar las actividades básicas, me planteé qué hacer para facilitar la formación doctrinal. Fui remozando la pequeña biblioteca de libros doctrinales y espirituales, ubicada en la antecapilla. Pero había que hacer algo más. Organicé un café teológico, dirigido a los profesores: una reunión periódica en torno a un tema relevante, un invitado prestigioso que interviene con brevedad, y unas humeantes tazas de café. Fue una buena experiencia, que me ayudó a trabar relación con un puñado de profesores. En la misma línea, puse en marcha charlas-coloquio similares para los alumnos.
Por otro lado, la Providencia me deparó una experiencia eficaz. Vinieron un par de alumnos para explicarme que habían formado un grupo de Youcat, el catecismo de la Iglesia católica para jóvenes, y se reunían los domingos por la tarde con otros amigos, en casa de alguno de ellos. Pero había un problema: se planteaban dudas que ninguno sabía resolver, y discutían sin aclarar nada. Por eso decidieron invitar a un sacerdote, o alguien bien preparado, que asistiera a las reuniones, y les confirmara en la doctrina cristiana correcta. Acepté encantado esta invitación.
Durante un par de cursos tuvimos esas sesiones. Yo les dejaba dialogar vivamente, buscando la interpretación –o la aplicación a la vida diaria– de lo que se iba leyendo: y al final de cada tema, aclaraba dudas, o confirmaba y ampliaba sus conclusiones.
Fermento cristiano en el mundo universitario
Planes no faltan, en el curso que empieza. Ahora nos proponemos: fomentar más la adoración a la Eucaristía, con la exposición frecuente del Santísimo; iniciar otro voluntariado, con refugiados; promover una novena de preparación a la solemnidad de la Inmaculada; montar visitas artísticas y excursiones para estar más en contacto con la naturaleza; facilitar el préstamo de libros…
A Dios gracias, se ha ido formando en torno a la capellanía un nutrido grupo –ya son medio centenar– de chicos y chicas de diversas facultades, con muchas ganas de rezar, formarse cristianamente… y pasarlo bien. Tenemos una reunión semanal, a mediodía, con tres partes: les expongo sintéticamente una cuestión doctrinal o antropológica de actualidad; hay un rato de conversación donde se comparten o comentan experiencias interesantes, y se hacen planes para la semana siguiente; y pasamos a la contigua capilla, donde dirijo en voz alta un rato de oración. Ellos mismos coordinan un voluntariado semanal con enfermos en un hospital cercano; el café filosófico mensual para universitarios, en algún bar espacioso y en torno a un tema fijado de antemano; los planes culturales o deportivos; la recogida y reparto de ropa de abrigo, entre los sin techo, poco antes de Navidad… Y celebramos los cumpleaños y santos.
Amistad
Si hubiera que sintetizarlo todo con una palabra, sería AMISTAD: con Dios y con los demás; y esto comporta el empeño por ofrecer a los amigos este horizonte. No queremos ser un colectivo cerrado, sino fermento cristiano en medio de la masa de universitarios de Madrid. Tenemos un nombre provisional, algo provocador: Grupo universitario CO.CA (COmpañeros del CAmpus). Hace tiempo que estamos presentes en facebook e Instagram y la página whatsapp del grupo facilita los contactos cotidianos, la petición de oraciones ante una enfermedad o un próximo examen, etc.
El último fin de semana, varios del grupo nos saludaban con sus fotos desde Fátima; y una de nuestras chicas subía al whatsapp su foto desfilando en la reciente Fashion Week Madrid, el mayor acontecimiento de la alta moda en la capital. Nos alegró mucho estar presentes, al mismo tiempo, en un santuario mariano y en una pasarela de la ropa más cool. Oración intensa, y vanguardia profesional y estética: me parece un buen símbolo del trabajo de un capellán universitario, abierto al mundo de los jóvenes, y convencido de la belleza y la fuerza de la propuesta cristiana.