Pedro de Andrés Leo, es diácono de la diócesis de Madrid. Aunque madrileño de nacimiento, Pedro ha vivido casi toda su vida en Guadalajara. Es el cuarto de una familia cristiana ligada al camino Neocatecumenal. En la parroquia de San Nicolás de Guadalajara caminó en la primera comunidad y ya en Madrid, prosiguió su camino en la parroquia de San Sebastián, de la calle Atocha, en la sexta comunidad.
Pedro ultima su formación en el Seminario Diocesano Misionero Redemptoris Mater – Nuestra Señora de la Almudena antes de su ordenación como presbítero el próximo 6 de mayo y ha hablado con Omnes sobre su proceso vocacional, la importancia de la oración o el apoyo de su comunidad.
¿Cómo fuiste descubriendo la llamada de Dios al sacerdocio?
–En mí la inquietud por la llamada surgió de manera paulatina. Con 14 años, al entrar en mi propia comunidad, fue cuando por primera vez me planteé seriamente ser sacerdote, como una alegre respuesta al amor incondicional de Cristo por mí, que se me había anunciado. Sin embargo, este primer impulso no tomó forma concreta por mi negativa a entrar al Seminario Menor a causa de mi timidez.
Fueron pasando los años y en mí apareció con fuerza una pregunta hacia Dios: “Señor, ¿cuál es mi vocación? ¿Qué quieres que sea?”. Para mí esta cuestión era fundamental, y apareció en mí gracias a mi comunidad, donde celebrábamos la Palabra cada semana, la Eucaristía en pequeña comunidad y teníamos una convivencia al mes. Tengo que decir que, sin el testimonio de fe de mis hermanos de comunidad, especialmente de las familias jóvenes y del presbítero, no habría aparecido en mí la pregunta por la vocación.
Terminé el instituto y, como no sabía dar respuesta a este interrogante, decidí entrar en la universidad. Ese verano, el del año 2012, fui con mi parroquia y otra de Madrid a una peregrinación a Lourdes, donde puse a los pies de la Virgen el tema de la vocación, porque yo no sabía qué hacer.
Tras un año de mucha trascendencia en la comunidad en el que el Señor me regaló, a través de la obediencia a Dios por medio de mis catequistas, reconciliarme con mi historia y querer ser cristiano, ser santo, fui a la peregrinación de la JMJ de Río de Janeiro, en Brasil. Allí, tras hablar por primera vez de mis inquietudes vocacionales con un presbítero, el Señor me llamó en una Eucaristía: «Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Estas palabras de Cristo (Jn 8, 12) fueron para mí la verdadera vocación: ¡Dios me llamaba! Ya no era yo quien buscaba saber cuál era su voluntad sobre mí, era Él mismo quien hablaba y me llamaba. Lleno de alegría y nervios, me levanté para ir al seminario en el encuentro vocacional con los iniciadores del Camino, Kiko y Carmen, en Río de Janeiro el día 29 de julio de 2013, memoria de santa Marta.
Después de un año de discernimiento vocacional en compañía de varios presbíteros y otros chicos que se habían levantado, fui a una convivencia para nuevos seminaristas con Kiko y Carmen en Porto San Giorgio (Italia), donde fui enviado al Seminario Redemptoris Mater de Madrid, al que entré el 29 de septiembre de 2014 y en donde estoy siendo formado.
El carisma del Camino es el del Kerigma, el primer anuncio, con una fuerte llamada a la misión, ¿cómo se vive esa vocación misionera ya en el tiempo de preparación al sacerdocio?
–Nosotros vivimos esta vocación con muchísima alegría y agradecimiento al Señor, pues sabemos que no nos hemos merecido nada y que todo es un don suyo. Espontáneamente nace en nosotros la disponibilidad para la misión gracias a que, en el tiempo de formación y como parte fundamental de la misma, hacemos el Camino en una comunidad como un hermano más, participando en las celebraciones de la Palabra, la Eucaristía y la Convivencia (lo que en el Camino llamamos trípode) con familias, solteros, jóvenes, mayores, presbíteros… Somos un cristiano más que sigue a Cristo en la Iglesia. De esta relación con Cristo, que nos ama siendo pecadores, nace el celo por la evangelización, por la misión ad gentes.
Además, durante dos años, somos enviados a la misión itinerante como parte fundamental de la formación. Allí, como miembros de un equipo de catequistas o acompañando a un presbítero en la evangelización, tenemos la gracia de participar de forma activa en el anuncio del Evangelio, de forma que nuestra vocación misionera queda afianzada y confirmada por el Señor.
Una pregunta sencilla… ¿Eres plenamente feliz?
–Hoy puedo decir que sí, soy feliz. La fuente de esta alegría y dicha no está en los bienes, ni siquiera en las seguridades humanas. A mí me viene la felicidad de la intimidad con Cristo. Él es quien me ha llamado, el garante de mi vida. Evidentemente, todo esto lo vivo en precariedad, como todo en la vida cristiana.
«Llevamos este tesoro en vasijas de barro», dice san Pablo. Por eso cada día la oración es parte fundamental de mi vida, a través de la liturgia de las horas, la lectura orante de la Sagrada Escritura, la lectura espiritual, la oración contemplativa…
En esa precariedad hay veces que surgen miedos al futuro, pero es con Cristo como puedo salir de mi tierra y mi parentela, como Abraham, a la tierra que Él me muestre, donde ya me está esperando y en la que Él me va a unir a su cruz, que es la fuente de la evangelización.