Quien quiera conocer a fondo a san Francisco de Sales, profundizar en su pensamiento, adivinar sus sentimientos y poseer en su integridad la revelación de su alma y de su corazón, podrá verlo reflejado en su “pequeña Congregación”.
La Visitación fue, en los últimos 15 años de su vida, su obra por excelencia, fruto de sus profundas meditaciones y de sus cuidados paternales.
La Providencia de Dios quiso que el encuentro de dos grandes santos, san Francisco de Sales y santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, diese como fruto en su Iglesia un nuevo carisma, una nueva Orden religiosa destinada a honrar las dos virtudes más amadas del Sagrado Corazón del Verbo Encarnado: la dulzura y la humildad.
Es difícil querer sintetizar en pocas líneas la espiritualidad de san Francisco de Sales, una espiritualidad que él transmitió a sus hijas de la Visitación, y de la que se han enriquecido a lo largo de la historia muchas otras congregaciones religiosas en la Iglesia, e innumerables laicos.
Podría decirse que la vida de los santos no termina nunca: mueren, sí, sus cuerpos; viven sus almas en el Cielo intercediendo por los que peregrinamos en la tierra; pero además permanecen sus obras, y su espíritu sigue vivo en la Iglesia de hoy.
Por este motivo, la Orden de la Visitación, que cuenta hoy con más de 150 Monasterios extendidos por todo el mundo, sigue difundiendo el carisma recibido como don del Espíritu Santo para toda la Iglesia y transmitido por los fundadores.
Los orígenes de la orden de la Visitación
Pero, ¿Cómo nació la Visitación? El santo fundador afirmaba sin vacilar: “nuestra pequeña Congregación es obra del Corazón de Jesús y de María, el Salvador al morir nos dio a luz por la abertura de su Sagrado Corazón”.
Así fue realmente, el carisma propio de la Orden nació del Corazón de Jesús. De Él lo bebieron los dos santos fundadores y de Él siguen bebiendo hoy las visitandinas de todo el mundo. De hecho esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús querida y deseada por los Fundadores, fue providencialmente preparada por voluntad del Señor.
Pasadas unas décadas de la muerte de los fundadores, en Paray-le-monial una humilde hija de san Francisco de Sales recibía las Revelaciones del mismo Sagrado Corazón de Jesús encargándole darlas a conocer y difundirlas por toda la Iglesia.
El Señor eligió a santa Margarita María Alacoque como confidente particular de este misterio de su corazón, y en ella, dio a toda la Orden de la Visitación una misión particular, llevar al Sagrado Corazón a todos los hombres.
Del mismo modo, quiso el santo que la nueva congregación por él fundada llevara el título de “La Visitación de santa María”, por una especialísima devoción y amor a la Madre de Dios, por encontrar en este Misterio “mil detalles particulares que le daban una especial luz sobre el espíritu que deseaba establecer en su Instituto”.
El santo Doctor del Amor de Dios, a lo largo de su vida pastoral y sobre todo de su inmensa labor como director de almas, había encontrado en su camino muchas personas deseosas de consagrarse por entero a Dios en la vida religiosa, pero que no podían hacerlo por falta de salud.
En efecto, las órdenes religiosas que existían por entonces exigían una fuerte complexión corporal capaz de soportar grandes ayunos y penitencias externas macadas por las reglas.
La admirable intuición del santo, le hizo comprender cómo era necesario en la Iglesia un camino nuevo de santificación, que abriese la puerta a personas con poca salud física, personas de edad avanzada, o que simplemente no se sintieran atraídas la práctica de las grandes austeridades exteriores.
Sin embargo, estas austeridades exteriores deberían ser sustituidas por la renuncia interior y una gran sencillez y alegría en la vida común.
El eje y fundamento del edificio espiritual querido por san Francisco de Sales para la Visitación no podía ser otro que el Puro Amor de Dios.
En mayo de 1610, apenas unos días antes de dar comienzo a la Fundación, él mismo escribía a la santa fundadora: “Oh, hija mía, ¡Cuánto deseo que llegue el día en que muertos a nosotros mismos, vivamos sólo para Dios, y que nuestra vida esté escondida con Jesucristo en Dios! ¡Oh! ¿Cuándo será que no seamos ya nosotros los que vivamos sino Jesucristo en nosotros?”.
Estas pocas líneas resumen los deseos de los dos santos al llegar la fecha señalada para la Fundación: el 6 de Junio de 1610, Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Un tiempo después preguntaron al Santo para qué fundaba una nueva Orden si había ya tantas en la Iglesia, el respondió: “Es para das a Dios hijas de oración y almas tan interiores, que sean halladas dignas de servir a su Divina Majestad y de adorarle en espíritu y verdad. Dejando a las grandes Órdenes ya establecidas en la Iglesia, el honrar a Nuestro Señor por medio de excelentes ejercicios y virtudes brillantes, quiero que mis hijas no tengan más pretensión que glorificarle por su vida humilde”.
Por su parte santa Juana Francisca explicaba a sus hijas años más tarde: “hay un martirio, el del Amor, por el cual Dios sosteniendo la vida de sus siervos y siervas, a fin de que trabajen para su gloria los hace a un tiempo mártires y confesores. Yo sé que éste es el martirio a que están destinas las Hijas de la Visitación, y el que Dios dará a las que tengan la dicha de desearlo… Dadle a Dios vuestro consentimiento, y lo experimentaréis. Consiste en que el Amor de Dios atraviesa, como una espada las partes más íntimas y secretas de nuestra alma, y nos separa de nosotras mismas”.
Y san Francisco de Sales hablaba así a las primeras visitandinas: “¿Para qué pensáis, hijas mías, que os ha puesto Dios en el mundo … sino a fin de que seáis para su Divina Majestad, hostias de holocausto y víctimas que se consuman a diario en su Divino Amor?”.
Así pues, teniendo el Amor de Dios como fundamento, el “espíritu particular de la Visitación no es otro que un espíritu de profunda humildad para con Dios y de una gran dulzura para con el prójimo”. Una pequeña anécdota de la vida del santo nos lo deja bien claro.
Pocos días antes de su muerte estando en el locutorio con sus hijas, le presentaron un papel pidiéndole que dejase por escrito aquellas cosas que considerase más importantes para poder guardarlas especialmente. El santo Fundador tomo la pluma y escribió pausadamente una sola palabra: humildad.
Unida a esta humildad y dulzura, otra virtud propia del espíritu visitandino es la sencillez de corazón. Decía el Santo: “la sencillez no es sino un acto de caridad puro y simple, que solo tiene un objetivo: adquirir el amor de Dios. Y nuestra alma es sencilla cuando es eso lo único que pretendemos en cuánto hacemos o deseamos”.
San Francisco de Sales huía de todo lo complicado, aparatoso, de todo lo superfluo y recargado, la sencillez del Evangelio era su forma de vida habitual. Una sencillez de corazón que emanaba del profundo desprendimiento de todo lo que no fuera Dios y el servicio a los hermanos.
Por eso, sobre todo al final de su vida, tenía constantemente en sus labios estas palabras que se han hecho célebres por su sencillez, pero también por la profundidad que encierran: Nada pedir, nada rehusar. “Recibid lo que os den, y no pidáis lo que no quieran daros. En esta práctica encontraréis la Paz para vuestras almas. Sí, queridas Hermanas, mantened vuestro corazón en esta santa indiferencia para recibir lo que os den y no desear lo que no os van a dar. En una palabra: no deseéis nada; poneos vosotras mismas y poned, plena y perfectamente, todas vuestras preocupaciones en manos de la Divina Providencia”.
Hemos querido hacer un pequeño esbozo de esta rica espiritualidad visitandina que San Francisco de Sales dejó como legado no solo a sus hijas, sino a todo cristiano que quiera seguir sus enseñanzas y vivir este espíritu asequible a cualquier persona sea cual sea su vocación personal.
Hace más de 400 años brotó una nueva rama en el árbol de la Iglesia, rama que continúa produciendo sus frutos.
Como Orden religiosa de vida contemplativa, esos frutos quedan en su mayor parte ocultos a los ojos de los hombres.
Una vida escondida en el silencio de un claustro puede parecer estéril según el criterio humano, pero la visión sobrenatural nos hace adivinar en esa entrega silenciosa la sabia de la gracia que se difunde por medio de la oración hasta todos los rincones de la Iglesia y del mundo.
Este es el testimonio oculto de toda religiosa de la visitación, de aquéllas que fueron contemporáneas de los santos fundadores y también de las que en el siglo XXI desean seguir con toda fidelidad su espíritu.