Eliana y Paolo se casaron muy jóvenes: él tenía 25 años y ella 20. Creyentes pero no muy practicantes, con una fe -como ellos mismos lo dicen- un poco naif. Tras 5 años de matrimonio, dijeron a Dios: “Señor, si existes, ¡muéstrate!” y Dios se hizo notar de manera potente.
Tanto Eliana como Paolo, con pocas horas de diferencia, tuvieron una fuerte experiencia de Dios de la que nació la comunidad Via Pacis, junto con un sacerdote diocesano, el padre Domenico Pincelli. El 26 de junio esta realidad recibió el decreto definitivo del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida como Asociación Internacional de Fieles.
Eliana y Paolo fueron los máximos responsables de esta asociación hasta hace cuatro años, cuando sintieron la necesidad de dejar el liderazgo de la asociación a las nuevas generaciones
¿Cómo empezó esta aventura de fundar la comunidad Via Pacis?
–[Paolo]: todo empezó hace 45 años, pero en aquel momento no sabíamos que era el comienzo de una comunidad. Empezamos a rezar con un sacerdote, el padre Domenico Pincelli (fallecido en 2003) y poco a poco se nos fueron uniendo otras personas. ¡Nunca hubiéramos pensado que con los años aquella pequeña realidad se convertiría en una realidad de derecho pontificio!
[Eliana]: Llevamos 50 años casados, ya lo estábamos antes de fundar la comunidad. No éramos personas muy practicantes, teníamos una fe un tanto ingenua, un poco superficial. En un momento muy significativo de nuestras vidas, dijimos: “Dios, si estás ahí, muéstrate”. La respuesta del Señor no se hizo esperar: vivimos una Pentecostés personal.
Es una experiencia difícil de explicar, como difícil de explicar es el momento en que uno se enamora. Es un impacto, es la fuerza del Espíritu que te invade, que te hace enamorarte de Dios, y dices: “Nuestra vida Señor, está en tus manos, haz con nosotros lo que quieras”. Y así empezamos a orientar nuestra vida al servicio de los hermanos, de la Palabra y de la evangelización.
Era algo que se veía por fuera. De hecho, los amigos que nos rodeaban preguntaban: «¿Qué os pasa?», y así pudimos contarles, testificar que Jesús estaba vivo y que le habíamos conocido. No sabíamos lo que nos había pasado. Con el tiempo nos dimos cuenta de que había sido una efusión espontánea del Espíritu Santo con un efecto arrollador de alegría, una alegría que se te sale de la piel, que no te deja dormir, que te embriaga y te hace sentir hambre de Dios y de su Palabra.
[Paolo]: No sabíamos lo que había pasado, en absoluto. Lo comprendimos más tarde. Teníamos un deseo insaciable de leer la Biblia y nos pasó algo extraño: la Biblia, esa misma Biblia que antes habíamos intentado leer y que, a veces, nos resultaba oscura e incomprensible y que habíamos intentado comprender asistiendo a cursos de teología, ahora se iluminaba, ahora hablaba con claridad. Se produjo en nosotros el viaje más largo, el viaje de la mente al corazón. Empezamos a amar la Palabra, a hacer de ella el punto de referencia de nuestra vida. Y en cascada empezamos a amar a la Iglesia, la oración, los sacramentos, y a descubrir sobre todo el sacramento de la reconciliación. Y fue un poco como la experiencia de los primeros cristianos, con el Señor que iba llamando y «añadiendo a la comunidad».
[Eliana]: Además de esta experiencia del encuentro con Jesús, hubo otra relación fundamental en nuestras vidas: el encuentro con un sacerdote: el Padre Domenico Pincelli. Con él establecimos una relación profunda, afectuosa y de cuidado mutuo. Era un sacerdote mayor y muy diferente de nosotros, pero con un amor ardiente por Dios y un deseo profundo de vivir y morir por Él. Empezamos a reunirnos regularmente para rezar. Lo hacíamos en nuestra casa y ése fue nuestro hogar mientras los números lo permitieron. Entonces Pablo percibió del Señor que, para no perder lo que habíamos vivido y estábamos viviendo, era necesario que viviéramos en comunidad: «O hacemos comunidad o perdemos lo que hemos vivido». El primero en aceptar esta extraña y original llamada fue el propio Padre Domenico. En aquel momento él tenía 55 años, Paolo 33 y yo 28.
[Paolo]: Empezamos a vivir juntos. Pensándolo hoy, nos damos cuenta de que estábamos locos: un sacerdote viviendo con un matrimonio mucho más joven que él. Hoy nos damos cuenta de que, a menudo, la imprudencia es el motor de tantos abandonos. Así que empezamos una vida comunitaria: compartíamos nuestras vidas, nuestra casa, nuestro tiempo, nuestros dones, nuestro dinero, nuestros sueños. Fue una convivencia no siempre fácil, como se puede imaginar, pero fructífera, capaz de provocar una conversión continua y un deseo de mejorar.
Poco a poco se fueron acercando personas que querían vivir según nuestro estilo. Eso nos recordó de nuevo al evangelio: «Queremos ir con vosotros porque hemos visto que Dios está con vosotros». Era la Palabra de Dios la que nos guiaba. Otra frase fundamental del evangelio fue Ezequiel 3:1: «Traed todos los diezmos al tesoro del templo…». Esta Palabra nos atravesó; éramos conscientes de que el amor a Dios y el amor a los pobres van de la mano, y esa Palabra nos decía claramente qué y cómo hacer. Así, tomamos la decisión de entregar una décima parte de nuestros ingresos a los pobres. Esta elección nos dio y nos sigue dando mucha libertad y se ha extendido como un reguero de pólvora, en forma de proyectos de solidaridad por todo el mundo: escuelas, sanidad, comedores sociales, pozos, adopciones… Hoy estamos presentes en 18 países.
[Eliana]: Al mismo tiempo, fuimos descubriendo el carisma de la comunidad: el Señor nos pedía ser embajadores de reconciliación, es decir, buscar constantemente reconciliar nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás, con Dios y con la creación. Así pudimos descubrir el binomio reconciliación-perdón: la reconciliación como camino del perdón y el perdón como camino de la reconciliación. De hecho, la primera reconciliación -en nuestro vivir en comunidad- tuvo lugar entre los dos estados de vida que quizá siempre se han opuesto en la Iglesia: el matrimonio y el sacerdocio.
Oyéndoos hablar está claro que Dios os llamó a cambiar de vida. ¿Es eso la vocación?
–[Eliana]: Nosotros no entendemos la vocación como algo místico, sino como algo muy concreto. Es un deseo profundo que encuentras dentro de ti. No algo en contra de tu voluntad, sino algo que deseas con todas tus fuerzas, que dirige y expande todas nuestras capacidades y potencialidades.
[Paolo]: Es con el tiempo, mirando hacia atrás, que comprendes que era una llamada de Dios. Es una atracción hacia Dios, pero que requiere nuestra parte de voluntad y perseverancia. La vida está hecha de altibajos, y es la perseverancia la que nos permite seguir adelante a pesar de las corrientes adversas. Así aprendemos a alabar siempre a Dios, a «pensar bien», a darnos cuenta de lo agradecidos y afortunados que nos tenemos que sentir, a vivir cada experiencia con la certeza de que «Todo contribuye al bien de los que aman a Dios». Es Dios quien llama y actúa, y nosotros respondemos en la vida cotidiana, que es el camino hacia la santidad. No es algo extraordinario: es en la fábrica, en la escuela, en la familia, en el taller, en la oficina donde nos santificamos.
¿Cómo se concreta la llamada al carisma de Via Pacis?
–[Eliana]: Cuando empezamos la comunidad, éramos muy fiscales, y había una regla muy clara e igual para todos: una hora de oración al día, ayuno semanal, reconciliación semanal, reuniones comunitarias, servicio, diezmo, acompañamiento… Esos eran nuestros pilares. Luego, sobre todo en los últimos 10 o 15 años, se ha comprendido que los tiempos son muy distintos hoy que hace 50 años; se ha comprendido que no puede haber el mismo alimento para todos y que la regla de vida debe adaptarse a los tiempos, los lugares, el estado de vida, la cultura, el trabajo, la edad. Así que hemos establecido el «mínimo común denominador», que es lo que une a todos los miembros de Via Pacis en todas las partes del mundo y en todos los idiomas: el rezo de las laudes. También hay mucha libertad según la vocación de cada uno: el rosario, la misa, la adoración, el servicio a los pobres.
En la comunidad hay, por ejemplo, ancianos o jubilados que donan su tiempo para rezar por la comunidad y sus muchas necesidades. Su tarea es muy valiosa y forman el «núcleo duro» que sostiene a la comunidad. Es un poderoso medio de intercesión, al igual que el ayuno, que el Señor nos ha hecho descubrir desde el comienzo de esta aventura. Luego, muchas comunidades se ocupan de la adoración, de la escucha y de permanecer ante Dios en silencio. Para nosotros existen como «vasos comunicantes» tanto dentro de la comunidad como dentro de la Iglesia.
[Paolo]: También la formación ha sido siempre un aspecto importante en la comunidad, es decir, ser capaces de «dar razón de la esperanza” que hay en nosotros. Esto ha llevado a favorecer y fomentar la profundización en teología: cursos diocesanos, licencias, doctorados. Pero también a asistir a cursos para servir mejor: en las cárceles, en la escucha, en el acompañamiento personal, en situaciones matrimoniales difíciles, en la adquisición de competencias en la recaudación de fondos, en el servicio a los jóvenes, en la preparación al matrimonio. Estamos convencidos de que el bien hay que hacerlo bien y que no se improvisa. También debemos tener en cuenta el cambio de época que vivimos, que exige una apertura constante a las novedades del Espíritu, así como la necesidad de aprender nuevos lenguajes y nuevos paradigmas.
Esta forma de vida no está muy de moda. ¿Cómo se puede explicar esta forma de vida al mundo?
–[Paolo]: No hay que explicarla, hay que testimoniarla con la vida y en la vida. Con dos aspectos importantes: en primer lugar con la escucha de las personas, porque hoy nadie tiene tiempo para escuchar. Una escucha que reconozca al otro como importante para mí. El otro punto, coherente con nuestro carisma y con el punto anterior, es buscar continuamente la relación con las personas y, por tanto, el diálogo. El Papa Francisco habla mucho del arte del diálogo: es un arte saber escuchar y saber mirar a la persona, verla, escuchar sus necesidades, ser «amigo», tener empatía. Y en el diálogo y en la relación, ser un «buen espejo», es decir, reflejar lo bello y bueno que es la otra persona, convirtiéndonos así en sembradores de bien y esperanza.
[Eliana]: hoy la gente necesita experimentar a Dios. No oír discursos sobre Dios. Por eso me parece urgente ser un medio y un puente para favorecer el encuentro personal con Dios. Nuestra forma de vivir y de ser debe hacer que la gente se cuestione y se fascine para poder decir «venid y veréis».
Los movimientos y las nuevas comunidades no son unos mejores que otros, todos son don de Dios. Y son diferentes para que cada uno encuentre su propia realidad según su carácter y sus gustos. El sello interior de haber encontrado lo que uno buscaba confusamente, es la experiencia de haber encontrado el hogar y, por fin, poder parar.