Vocaciones

Sor María Ruby: «No miramos al pobre con el respeto que deberíamos»  

La Hermana María Ruby, de 42 años, colombiana, pertenece a la Congregación de las Hijas de San Camilo. En esta entrevista nos cuenta cómo se dejó inspirar por la mirada llena de luz de las hermanas camilianas y cómo Dios le fue haciendo ver a lo largo de los años lo que le pedía en cada momento.

Leticia Sánchez de León·24 de octubre de 2023·Tiempo de lectura: 8 minutos
Sor María Ruby

Foto: Sor María Ruby en el jardín de la casa donde vive con sus hermanas de congregación.

Las Hijas de San Camilo fueron fundadas en 1892, en Roma, por el Beato Luigi Tezza y por la santa Giuseppina Vannini. La hermana Ruby, tercera de once hermanos, conoció la congregación con tan sólo 16 años.

Hoy vive en comunidad con otras 6 religiosas de la congregación en la primera casa que se estableció de las Hijas de San Camilo en el barrio de Termini (Roma), un barrio que, si bien es céntrico en la ciudad, no goza de muy buena fama. Además de los tradicionales votos de pobreza, castidad y obediencia, las religiosas camilianas profesan un 4º voto de servicio a los enfermos aún a riesgo de su propia vida. 

La Hermana María Ruby nos recibe con una sonrisa de oreja a oreja. Nos ha costado llegar hasta aquí. No porque no quieran hablar, sino porque están siempre muy ocupadas. Por fin, en las inmediaciones del barrio de Termini de Roma, concertamos media hora para intercambiar impresiones y conocernos. 

Hermana, muchas gracias por recibirme, ¿Me puede contar algo de usted y de cómo conoció la congregación?

–Vengo de Colombia, tengo 42 años, vengo de una familia de 11 hijos donde soy la tercera. Siempre hemos vivido en la vereda “Aguas claras” del municipio de Timaná que pertenece al departamento del Huila en Colombia. Mis padres nos educaron a mis hermanos y a mí en la fe cristiana, sencilla y genuina. 

¿Cómo conoció la congregación?

–La conocí hace 25 años. Yo era muy joven y, sinceramente, antes de conocer a las hermanas nunca había pensado en ser religiosa. Si algo tenía dentro era un deseo enorme en mi corazón de ayudar a los pobres y a los enfermos. Yo notaba dentro de mí está inclinación hacia los más desfavorecidos. Veía, en mi pueblo, que era muy pobre, la necesidad de que alguien cuidara a muchas de las personas que habitaban allí, sin que les cobraran demasiado dinero porque la capacidad económica de las personas era muy desigual; quien tenía dinero se podía permitir ciertos cuidados pero había tantos que no se lo podían permitir. Este deseo de ayudar a esas personas sin recursos iba apoderándose de mi corazón. 

¿Cuándo sintió que Dios la estaba llamando?

–Cuando era pequeña, vino al pueblo una religiosa de la Anunciación en misión vocacional, y toda la gente del pueblo, incluida mi madrina de confirmación, decían que yo entraría antes o después en un convento, y me acuerdo de que fui a mi madre, muy decidida, a decirle “No entraré en un convento para perder los mejores años de mi vida”. Se ve que el Señor tenía otros planes…

Años más tarde, en 1995, un sacerdote diocesano, el padre Emiro, trajo al pueblo la idea del “Focolare”, inventado por Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los Focolares, y quiso comenzar ese camino con 7 familias del pueblo, entre las que estaba la mía. Conocí así el Movimiento y, gracias a ellos y a las actividades que hacíamos, por ejemplo a la Mariápolis en la que participé, conocí al Jesús que hay escondido en cada persona, y que también había dentro de mí. Este descubrimiento me llenó el corazón, pero todavía sentía dentro de mí un deseo profundo de cuidar a los enfermos y a los pobres que no me dejaba en paz.

No sé qué vio el padre Emiro en mí. Yo sólo manifestaba mi deseo por ayudar a los demás, pero al mismo tiempo era una chica muy normal del pueblo, que vivía con sus padres, tenía mi noviete, mis sueños: quería estudiar medicina o enfermería. El padre Emiro me preguntó si quería conocer a unas monjas que trabajaban en el ámbito sanitario y que quizá podía hacer algo con ellas. Cuando lo recuerdo pienso que él había visto algo en mí que yo en ese momento no veía. 

Fue estando con las hermanas que me di cuenta de que tenía un gran vacío dentro de mí, algo que echaba de menos. Veía la luz en los ojos de las hermanas y un día le dije a una de ellas -la hermana Fabiola, que falleció hace un año- “yo quiero eso que vosotras tenéis y que yo no tengo”. Ella empezó entonces a explicarme la llamada de Dios, la vocación.  

¿Qué significa para usted esa palabra?

–Ahora me doy cuenta de lo grande que es: es un don que uno no se da cuenta de haberlo recibido hasta tiempo después. En ese momento, no lo entendí, pero fui a hablar con la superiora y entré en el noviciado. Pero, como decía antes, si Dios no hubiera puesto a padre Emiro en mi vida, nunca habría llegado a donde estoy hoy. Por eso es tan importante dar oportunidades a los que saben más que nosotros. Si una persona intuye que puede tener vocación a la vida consagrada o a la vida matrimonial, o ser sacerdote, es importante que se deje aconsejar por personas buenas, que entienden más, que sirvan de guía, para dar el paso. 

¿En qué consiste el carisma de las Hijas de San Camillo?

–Se podría resumir en la siguiente frase: “Dejar que la misericordia de Dios te visite para visitarlo a él en los que sufren”. Cuando yo era postulante o novicia, eran nuestras hermanas las que se ocupaban de cuidar de los enfermos y de los pobres mientras las postulantes nos formábamos. 

Yo, desde el principio, comprendí que este carisma consistía en ser «Jesús Misericordioso para Jesús sufriente». Ésto me transformó entera, me cambió por completo; el don recibido te transforma; ya no puedo decir que durante el día soy de una manera y al irme a dormir de otra; siempre soy la misma porque el carisma está dentro de tí. 

Después de mi primera profesión permanecí en la casa que hay en Grottaferrata durante 7 años y sentía en mi corazón las palabras de Jesús que me llenaban enormemente: “lo que hicisteis a uno de estos más pequeños a mí me lo hicisteis”. Y ese carisma de atender y cuidar a los pobres, enfermos y a los más necesitados se manifiesta en todas las ocasiones que tengo de arrodillarme y servir, de vivir la misericordia hacia mí misma y hacia los demás, en la alegría, en el trabajo o en el estudio. 

Una cosa divertida fue una pequeña crisis que tuve cuando me pidieron que estudiara enfermería. “Tenéis que ser enfermeras”- nos dijeron. Yo, algo contrariada, me fui a la Madre Superiora y le dije: pero ¿por qué me piden que sea enfermera si yo ya soy otra cosa? Soy una mujer consagrada, no debo ser otra cosa. Pero fui entendiendo con el tiempo que esa disposición total de mi alma para el servicio a los más necesitados en ese momento implicaba estudiar para ser enfermera y poder así estar presente con mi carisma en el hospital, atender a más gente y servir mejor, porque algunos servicios concretos requieren una mayor profesionalidad, hay que saber llevar a los enfermos, saber cambiar de posición a la gente, saber lo que hay que hacer desde el punto de vista de la atención sanitaria, lo que hay que decir al paciente…pronto me di cuenta de que todo ello era una riqueza que venía hacia mí para servir a los pobres.

En 2018 volví al hospital, esta vez como responsable, y debo decir que fue una experiencia muy intensa y conmovedora porque pude ver el sufrimiento de los enfermos, pero también el cuidado que ponía el personal en atenderlos y vi también mi propio sufrimiento, que no era suficiente para poder llenar sus necesidades. Yo tomaba todos estos sentimientos y se los llevaba al Señor que estaba en la capilla y se los entregaba.

¿Cómo vive ese carisma en el día a día ahora?

–Desde 2019 vivo en esta casa (barrio de Termini) que nos impulsa a vivir nuestro carisma hacia los pobres y los jóvenes; es una casa que está completamente volcada a remover las conciencias de las nuevas generaciones para que vayan hacia los que sufren sin miedo. Les acogemos, y les proponemos actividades para motivar en ellos esta inclinación hacia los que sufren, porque todos tenemos miedo al dolor y a la muerte, y nadie quiere enfrentarse a estos temas.

Al hacer esto -al acoger a los jóvenes- para mí es una oportunidad de aprender mucho de ellos y para ellos, de enriquecerse con los pobres que encontramos, con los enfermos terminales que visitamos, con las parejas de ancianos que viven abandonados en estos grandes edificios…se trata de nuevas formas de pobreza porque hay tantos pobres en estos edificios y a veces no sabemos ni cuántos viven dentro. No se trata de una pobreza material, sino de una pobreza de relaciones, porque no tienen a nadie a su lado.

¿Cómo comenzaron las actividades con jóvenes?

–Comenzamos en 2012 con un pequeño grupo cuando dos hermanas empezaron a participar en unos encuentros para jóvenes organizados por la parroquia. A partir de ahí ha sido el boca a boca lo que ha traído a todos los jóvenes: son ellos los que vienen, experimentan y luego muchos deciden comprometerse como voluntarios. Cuando estamos con ellos, intentamos enseñarles la necesidad de amor que tienen los pobres y, yendo directamente a visitar a algunos pobres al principio, entienden que si los pobres “aparecen” muchas veces como papeles tirados en el suelo; si te encuentras un papel en la calle, igual lo pisas sin pensarlo más. Del mismo modo, el pobre muchas veces aparece como alguien que ya no tiene dignidad, pero no porque la haya perdido sino porque no se la estamos dando. No le miramos con el respeto que deberíamos.  

Cuando vienen los jóvenes, ven lo que hacen las hermanas, que es cuidar su cuerpo con muchísimo respeto -como decía San Camilo: “como hace una madre con su hijo enfermo”-, y de este modo ven todo el proceso y cómo les atienden las hermanas: se preparaba el aseo, la limpieza, el baño, todo al detalle, con tanta ternura, con tanto cuidado, y luego la crema, la barba, el pelo…. 

Una experiencia muy bonita fue la de un chico que no se sentía digno de ayudar a los pobres porque tenía algunos problemas personales. Vimos cómo se acercaba a un pobre hombre -quizás ni siquiera se sentía capaz de hacer el bien a alguien- pero el chico empezó a ayudarle con la limpieza, empezó a abandonarse al amor, y este pobre hombre se dejó amar, se dejó encontrar. Al final, uno había recibido amor y el otro se había dejado amar, y vimos a los dos transformados: el hombre con la ropa limpia, todo aseado, y el chico, lleno de esta experiencia, que preguntaba cuándo podía volver. Hay muchos testimonios de jóvenes que, sanando las heridas de los demás, también sanan sus propias heridas dentro de ellos. 

Otra de las actividades que hacemos con ellos es un servicio de podología. A los jóvenes les decimos que es una ocasión de encontrar al otro. No se trata sólo de lo que se hace, en concreto, (lavarles los pies, cortarles las uñas, ponerles crema, etc.) sino el hecho de estar ahí con ellos, el hecho de escuchar sus historias, y de esta manera se convierte en un momento importante. Los pobres suelen agradecer mucho este servicio pero nosotros les decimos “Gracias a tí por haber venido y habernos dado esta oportunidad”. 

Historia de la Congregación

La fundación de la Congregación religiosa femenina “Las hijas de san Camilo” tiene su origen en la “Orden Ministros de los Enfermos” o “Camilianos”, fundada en 1591 por san Camilo de Lellis, un joven italiano con una dura infancia a sus espaldas y una historia increíble de conversión. San Camilo fue beatificado en 1742 y canonizado en 1746 por Benedicto XIV.

En 1886, León XIII declaró a san Camilo, junto con san Juan de Dios, protectores de todos los enfermos y hospitales del mundo católico; y patrono universal de los enfermos, de los hospitales y del personal hospitalario. 

El espíritu de san Camilo, ya desde los comienzos de la fundación de su Orden, ha ido congregando a hombres y mujeres en torno a su ideal de servicio. En este sentido, a lo largo de la historia, han ido surgiendo diferentes grupos, instituciones religiosas y movimientos de laicos, que hoy siguen haciendo vivo el deseo de san Camilo de “cuidar y enseñar a cuidar”. 

La Congregación de las Hijas de San Camilo es una de las congregaciones femeninas que pertenecen a “La gran familia camiliana” -como ellos mismos la llaman- y fue fundada en 1582 por el beato Luigi Tezza y la santa Giuseppina Vannini, cuando la Orden de Ministros de enfermos sintió la necesidad carismática de ver encarnado el espíritu de san Camilo en mujeres que pudieran ofrecer un auténtico afecto materno a los que sufren. Las Hijas de San Camilo, trabajan hoy en hospitales, clínicas, residencias de ancianos, institutos psicogeriátricos, centros de rehabilitación, en la asistencia a domicilio y en las escuelas de enfermeros profesionales.  

La Congregación está presente en cuatro continentes: Europa (Italia, Alemania, Polonia, Portugal, España, Hungría y Georgia); América Latina (Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Chile y México);  Asia: India, Filipinas y Sri Lanka; y en África (Burkina Faso, Benín y en Costa de Marfil).

El beato Luigi Tezza y la santa Josefina Vannini

El beato Luigi Tezza nació en Conegliano el 1 de noviembre de 1841. A los 15 años ingresó como postulante entre los Ministros de Enfermos, convirtiéndose en sacerdote en 1864, con sólo 23 años. Tezza ejerció su apostolado en Italia y fue misionero en Francia y Lima (Perú), donde murió el 26 de septiembre de 1923.

Santa Josefina Vannini nació en Roma el 7 de julio de 1859. A la tierna edad de 7 años, huérfana de padre y madre, fue confiada al orfanato Torlonia de Roma, dirigido por las Hijas de la Caridad. El contacto con las monjas hizo madurar en la joven la vocación religiosa que la llevó a pedir ser una de ellas. Tras un periodo de discernimiento salió del Instituto, pero un encuentro providencial con el padre Tezza le ayudó a conocer la voluntad de Dios en la fundación de una nueva Congregación religiosa: las Hijas de San Camilo. 

El autorLeticia Sánchez de León

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