Evangelización

Calleja: «Existe el riesgo de caer en la parálisis del análisis o en el narcisismo de la pequeña diferencia»

Ricardo Calleja es el editor de "Ubi sunt? Intelectuales cristianos: ¿dónde están? ¿Qué aportan? ¿Cómo intervienen?", que retoma el debate abierto en España en torno a estas cuestiones.

Javier García Herrería·4 de marzo de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
CALLEJA

Como editor de esta obra, ha sabido reunir a un conjunto de intelectuales comprometidos con la reflexión sobre la fe y su impacto en la cultura, el debate político y la vida pública. Además de revisar cuestiones ya debatidas en los últimos años, también introduce nuevos desafíos que afectan a la sociedad actual. En esta entrevista abordamos algunos aspectos relacionados con la fe y la vida pública.

Dos años después del debate que suscitó, ¿qué espera de este libro?

–Lo primero es contribuir a que mucha más gente sea consciente del debate, que tiene puntos más obvios y otros más sutiles. Además, espero que siga fomentándose la participación de personas con fe cristiana en la vida pública y explorándose los modos en los que pueden estar presentes, ya sea explícitamente como cristianos o con ideas específicamente cristianas.

Me consta que siguen en marcha presentaciones y eventos en universidades donde ya se reflexionó sobre el tema. Esto es positivo. Debatir sobre quién, cómo y cuándo debe intervenir puede por sí mismo mejorar la participación en estos foros. A la vez, existe el riesgo de caer en la parálisis del análisis o en el narcisismo de la pequeña diferencia. Sin embargo, en los debates iniciales no parece que esto esté ocurriendo.

¿Existe una ausencia de intelectuales cristianos en el debate público?

–Sí, especialmente en España. Aunque citamos intelectuales cristianos de otros países, hay pocos españoles en esta categoría. Sin embargo, el debate refleja la aparición de una nueva generación de creadores de opinión cristianos, originalmente surgidos en torno a medios digitales como The Objective y El Debate de hoy.

¿Cree que es necesaria una «guerra cultural» por parte de los cristianos, o es más efectivo un enfoque de diálogo?

–Desde mi punto de vista, existen diversas estrategias que responden a contextos, capacidades y oportunidades distintas. No hay una única manera correcta de intervenir. Si bien es deseable la unidad en ciertos principios, también es importante aceptar que el conflicto y la diversidad son inherentes a la vida pública. El encuentro personal es primordial en la transmisión del cristianismo. Ahí cuenta más el diálogo que la batalla. Pero cuando las personas estamos en sociedad, nos organizamos en grupos o tribus, y pensamos y actuamos de modo conflictivo y agonístico.

¿Cuál es el papel de las instituciones educativas cristianas en la formación de intelectuales?

–Preocuparse por el bien común es una exigencia de la caridad y la justicia cristianas. El «privatismo» de cierto “cristianismo burgués” no es fruto de un defecto moral, sino ante todo una falta de formación, como señalaba san Josemaría Escrivá de Balaguer. La educación, por otro lado, siempre fracasa. Las personas excepcionales surgen a pesar de las limitaciones institucionales. Además, lo que se necesita aprender para participar en la vida comunitaria de modo creativo exige algo más que pasar por el aula. Hace falta rozarse con personas de otros ámbitos: en la calle, en las instituciones que no son cristianas. De lo contrario, corremos el riesgo de formar fanáticos o idealistas sin contacto con la realidad.

¿Qué temas deberían abordar los intelectuales cristianos en sus intervenciones públicas?

–Los temas que el Magisterio de la Iglesia y los grandes intelectuales cristianos han señalado durante décadas, desde la defensa de la vida y la familia hasta la justicia social y la ecología. Es importante mostrar la coherencia de la visión cristiana en estos temas -que suelen aparecer escindidos en temas “de izquierdas y de derechas”- y aceptar la diversidad de enfoques entre los cristianos. Para comunicar las respuestas cristianas hay que sufrir antes las preguntas humanas que todos compartimos. Por eso pienso que en un momento donde se ha perdido el “suelo moral compartido”, el comienzo del camino son las heridas que todos compartimos: la soledad, la búsqueda de sentido, el sufrimiento, la desconfianza en las relaciones, etc. Así se puede suscitar una nueva curiosidad por lo que el cristiano tenga que aportar, y trazar alianzas inesperadas.

¿Cómo pueden los intelectuales cristianos explicar eficazmente la posición de la Iglesia sobre la cuestión de género?

– El primer paso es afirmar con serenidad que “Dios creó varón y mujer”, sin pedir disculpas por ello. Sin esta “verdad desvelada” de que somos criaturas y de la bondad fundamental del orden creado, es muy difícil que la pulsión emancipadora que tiene el ser humano no se vuelva contra la naturaleza, como exigencia precisamente de verdadera humanidad. Además, es importante que haya voces femeninas que hablen en cristiano. No por “cuota”, sino porque nos creemos de verdad la complementariedad de los sexos. Esto, además de superar quizá alguna inercia o prejuicio de entornos muy masculinos, supone hacer una llamada a la presencia pública de mujeres cristianas, tradicionalmente más inclinadas al cuidado de lo privado (que es por sí mismo una contribución al bien común insustituible).

¿En qué países los católicos tienen una presencia especialmente positiva en la esfera pública?

–La verdad es que me falta una perspectiva global completa, incluso en mi propio país. Oigo cosas interesantes de Brasil; el catolicismo norteamericano lleva decenios siendo muy activo; veo menos presente aquel “proyecto cultural” del catolicismo italiano, que tenía gran capacidad de diálogo con el mundo “laico”.

Una tendencia generalizada es la toma de conciencia de que somos una minoría en el contexto cultural, y eso está haciendo surgir  nuevas formas y dinamismos para hacerse presente. Pero me temo que puede adoptar formas “identitaristas” de lo cristiano, tanto en ámbitos privados y pastorales, como en su proyección pública. Esto a veces lleva a reacciones alérgicas en otros cristianos, que pienso que son exageradas. El reto está en encauzar esa nueva creatividad e impulso, purificándolo, mediante un pensamiento riguroso y una actitud misericordiosa: subrayando la primacía de la caridad en la verdad como seña de identidad cristiana.

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