Monseñor José María Ortega es obispo dimisionario de Juli. Fue el primer sacerdote peruano ordenado en Yauyos y, en 2006, fue nombrado obispo prelado de Juli. Esta prelatura, ubicada en la puna peruana a 4,000 metros de altura junto al lago Titicaca, es una de las zonas más pobres del país. Durante 13 años, Monseñor Ortega dedicó su vida a servir a estas comunidades, enfrentando desafíos y dejando un legado de fe y esperanza. Hoy nos comparte su experiencia y los frutos de su labor en esta tierra de contrastes y belleza extrema. Hablamos con él sobre su experiencia al frente de la prelatura.
¿Cómo es el territorio al que fue destinado?
– La prelatura de Juli fue erigida para la raza indígena aymara, que habita en cinco provincias y seis distritos de la región de Puno, alrededor del lago Titicaca. Es una zona muy fría y con mucha indigencia.
¿Qué encontró en la prelatura cuando llegó? ¿Qué le llamó más la atención?
– Lo que más me llamó la atención fue la pobreza, tanto material como espiritual. Había religiosos, pero llevaban más de 50 años sin buscar vocaciones o formar sacerdotes para la jurisdicción. Sin embargo, los obispos anteriores habían dejado seis sacerdotes aymaras, naturales de la zona.
¿Cómo se planificó su trabajo al llegar? ¿Qué fue lo primero que hizo?
– Lo primero fue cuidar y atender a los cinco sacerdotes aymaras que había, ya que uno estaba enfermo. Sabía que necesitaba ganarme su confianza, pues yo era de fuera y ellos esperaban un obispo nativo. Luego, me enfoqué en buscar vocaciones, visitando colegios y tratando con jóvenes. Inspirado por santo Toribio de Mogrovejo, decidí recorrer toda la prelatura para conocerla bien.
¿Cómo fue la recepción de la gente? ¿Encontró dificultades?
– Sí, siempre hay dificultades. Al principio, algunas autoridades y encargados de municipios se mostraban reacios, pero la gente sencilla, al verme celebrar misa y explicar los sacramentos, se alegraba. Poco a poco, me fui ganando su confianza. Recuerdo un pueblo llamado Quilcapunco, a 4,800 metros de altura, donde al principio no me abrían la iglesia, pero la gente terminó obligando al encargado a abrirla. Esa noche celebramos Misa, y la gente estaba feliz.
Si solo había seis sacerdotes, ¿cómo fue la formación de nuevos sacerdotes? ¿Se puso un seminario?
– No fue fácil, pero con la ayuda de dos sacerdotes de Yauyos, Fernando Samaniego y Clemente Ortega, empezamos a recorrer colegios y a hablar con los jóvenes. No les hablábamos directamente de vocación, sino que les mostrábamos nuestra labor como sacerdotes. Jugábamos al fútbol con ellos y así fuimos ganando su confianza.
A los tres años de mi llegada, empezamos el seminario mayor, y al cabo de siete años tuvimos las primeras ordenaciones. Cuando dejé la prelatura, había 24 sacerdotes ordenados y 3 diáconos, sumando 33 sacerdotes en total.
¿Cómo fue la experiencia con las mujeres tejedoras de la región?
– Fue una iniciativa que surgió más tarde. Contacté con amigos de España, como Adolfo Cazorla, quienes ayudaron a mejorar los tejidos de las mujeres. Les enseñaron a perfeccionar su arte sin perder su cultura. Esto mejoró su situación económica y familiar. Hoy, estas mujeres tienen presentaciones en Lima y Madrid, y están muy agradecidas. La asociación que crearon estas mujeres artesanas reúne a 300 mujeres del Altiplano peruano, pertenecientes a 21 comunidades.
¿Cuáles son los frutos y logros de esos años de trabajo?
– Estuve de obispo en Juli 13 años, desde 2006 hasta 2019. Desde el punto de vista espiritual, dejé un seminario con 17 seminaristas mayores y 14 menores. Erigí nuevas parroquias, pasando de 17 a 26, todas atendidas por sacerdotes. También mejoramos las casas parroquiales.
En lo material, ayudamos a mejorar los cultivos y la crianza de truchas en el lago Titicaca, lo que elevó el nivel económico de las familias. Todo esto fue posible gracias a la ayuda de instituciones como Adveniat, la Conferencia Episcopal Italiana y Cáritas de España.
¿Qué mensaje le daría a quienes siguen su labor en la prelatura de Juli?
– Que sigan soñando y trabajando con esperanza. Como decía san Josemaría Escrivá, «soñad y os quedaréis cortos». La siembra que hicimos dará frutos, y vendrán cosas buenas para la prelatura.
Sacerdote peruano